“Y en lo que va del 2020, se han certificado ya 58, con un mes de julio especialmente dramático, con 11 decesos por esta causa, una cifra que supone casi un 15% más que los que se contabilizaron el año pasado en el mismo periodo.”
Frente al temor generalizado a los efectos de la crisis Covid en la intención suicida y frente a publicaciones que parecían indicar una mayor atención hospitalaria de casos de tentativa, el INE nos ha mostrado que las percepciones subjetivas o la “lógica” deben contrastarse con la, muchas veces, sorprendente realidad de la evidencia estadística.
No. No ha habido repunte de casos de suicidio en España.De hecho, en lo que se ha dado en llamar “la primera ola”, en los meses de marzo, abril y mayo, se ha producido un descenso del orden del 20% en el número de fallecidos por esta causa respecto de los mismos meses del año anterior.
(Pese a la noticia del Diario Córdoba, el número de casos hasta mayo en la provincia fue de 19).
¿Significa eso que no hay motivos de preocupación?
Muy al contrario. Es evidente que hay muchos motivos de preocupación. El suicidio es un fenómeno complejo, con sus propias reglas y casi tantas motivaciones como individuos, pero que refleja claramente las tensiones sociales y los sufrimientos individuales, convergiendo en eso que hemos convenido en llamar “factores de riesgo”.
A nadie se le escapa que las tensiones emocionales interaccionan y se acrecientan con los problemas cotidianos. El desempleo, un futuro incierto, malas perspectivas económicas, la merma de independencia económica, o las pérdidas de seres queridos, son circunstancias que van a influir negativamente en la salud mental de las personas. A ello añadiremos la presión acumulada por la falta de movilidad, el cambio en la rutina diaria, el estrés aguzado en determinadas profesiones, la tensión de un mayor número de horas de convivencia familiar o, peor aún, la soledad. Es un cóctel peligroso que nos permite entender el temor de los profesionales de la salud mental y difundido en medios y redes sociales a un “boom” en la intención suicida.
Suicidios de enero a mayo de 2020
Gracias a un enorme esfuerzo, el INE ha sido capaz de adelantar la publicación de los datos sobre fallecidos por causa de muerte de los cinco primeros meses del 2.020. Entre ellos, las que son resultado de la infección por Covid-19, pero también el efecto causado por esta pandemia sobre el resto de la casuística.
Lo más remarcable de esos datos es que las medidas obligadas de confinamiento y, muy posiblemente, por la saturación de los servicios sanitarios, han producido una notable distorsión en muchas de las causa de muerte entre marzo y mayo de 2.020.
La más obvia es el descenso en el número de fallecidos en accidentes de circulación debido a la menor movilidad. Pero hay más. Una de ellas, y a priori bastante sorprendente, es el menor número de muertes por suicidio y lesiones autoinfligidas.
Sin adentrarnos en complejos (y a veces poco útiles) análisis estadísticos, es fácil hacer una descriptiva que nos muestre como ha afectado esta crisis a las intenciones suicidas.
Frente a un arranque de año negativo, se observa como el número de suicidios desciende en marzo y conserva ese sesgo hasta mayo:
Comparando el periodo enero/mayo de los últimos años, los datos absolutos también muestran que los casos de muerte autoinfligida son más bajos en el 2.020:
El seguimiento que hemos ido haciendo a partir de los datos difundidos por Sanidad, y de los que se han ido haciendo eco los medios de comunicación, nos han permitido saber que la pandemia ha golpeado de forma muy desigual en los diferentes territorios. Las muertes por Covid ha sido muy distinta en ambas Castillas o Madrid que en los territorios insulares, Andalucía o Murcia. Aún así, a la vista de los datos recientemente publicados, no es posible extraer un patrón claro que vincule el nivel de afectación de la enfermedad con las tasas de fallecidos por suicidio. Así pues, mientras que en en Madrid se ha incrementado un 21% y Castilla la Mancha un 12%, respecto del mismo periodo de 2.019, en Castilla León ha visto reducido el número de suicidios en un 17%. De igual manera, las variaciones en el número de suicidios en aquellas regiones menos afectadas por Covid parecen indicar que no hay una relación simple y evidente entre ambas.
¿Cómo se explica este fenómeno de la reducción del número de suicidios?
Amigos psicólogos me explicaron hace tiempo una premisa que nunca deberíamos olvidar:
Uno de los elementos capaz de frenar la intención suicida es el pensamiento en el dolor que produciría en sus allegados. La persona que sufre, se rearma para evitar que su muerte dañe a los seres queridos, especialmente cuando puede pensar que es “un mal momento” para ellos.
Al igual que ocurriera con la crisis económica iniciada en 2.008, todo parece indicar que en los primeros años de la crisis, algunas de las personas en riesgo de suicidio, optan por rechazar la decisión de materializar su ideación suicida. Debemos suponer por los datos que ese rechazo inicial no evita muchas de esas intenciones suicidas y acaban convirtiéndose en solo un aplazamiento, que acaba mostrándose cuando, contra la simple lógica, empezamos a ver la luz al final del túnel.
La OMS, algunas instituciones europeas y las diversas organizaciones que se reúnen alrededor de la lucha contra el suicidio, tienen claro que junto con las políticas firmes de prevención se debe invertir en la atención primaria, planificar bien las estrategias y establecer protocolos eficaces.
Los expertos llevan tiempo advirtiendo sobre el drama del suicidio, el terremoto Covid se inició en nuestro país en marzo y, aunque el tsunami está al llegar, las autoridades no han considerado prioritario en este momento adoptar medidas preventivas.
Desgraciadamente, podemos ver ya con preocupación como el agua retrocede de la playa, reflejado en el descenso en el número de muertes, pero queda poco tiempo para evitar la embestida de esta primera ola de «suicidios Covid».
¿Haremos algo por evitar muertes? O peor aún, ¿Habrá empezado ya el «Tsunami»?
El Grito de Edvard Munch (1893) es una de las obras pictóricas más impactantes y a la vez reconocibles de la historia del arte. Este cuadro probablemente sea una de las obras que mejor haya expresado la profunda desesperación y angustia vital de un ser humano.
Es una obra paradójica en su expresión dado que un cuadro es silencioso y Munch pinta un cuadro que emite un sonido. El sonido no sale de la figura como se ha creído hasta ahora, el sonido emana del paisaje de la figura. Todo grita a su alrededor pero la figura no tiene voz. Se inspiró en una experiencia real que relató en su diario en 1892. “Estaba paseando por un camino con dos amigos, se puso el sol y sentí como un halo de melancolía, de repente el cielo se pintó de un rojo sangriento, me detuve, me apoyé contra una barandilla agotado y me fije en las llameantes nubes que goteaban sangre sobre el fiordo azul oscuro y la ciudad, mis amigos siguieron caminando, yo permanecía allí temblando de miedo y sentí un potente grito, interminable que desgarraba la naturaleza”.
Para pintar y recrear esta sensación Munch se sitúo en el mismo lugar en el que la experimentó, el paisaje que surge detrás de la figura no es imaginado, es un paisaje real de Oslo conocido por entonces como Kristiania, donde se sintió desbordado por esa terrible sensación. Una historiadora de arte ha identificado el paisaje que inspiró al pintor expresionista, según esta historiadora, se trata de Kristiania, vista desde la altura del Ekeberg. Es un lugar famoso de Oslo, un mirador desde el que tradicionalmente numerosos artistas retratan la ciudad. Para Munch este lugar vibraba con recuerdos dolorosos, fue el escenario de numerosos suicidios y en 1893 su mejor amigo el actor Kalle Løchenen se suicidó en el bosque cercano. En ese lugar también se encontraba el sanatorio para mujeres donde estaba internada su hermana menor, Laura, que sufría esquizofrenia, desde ese lugar podían oírse los gritos de esas mujeres. Por si fuera poco también en las inmediaciones existían varios mataderos por lo que los gritos de los animales mezclados con los gritos de las enfermas del psiquiátrico pudieron haber creado esa atmósfera opresiva generando en él una gran angustia.
La vida de Munch estuvo siempre marcada por la tragedia. En su infancia falleció su hermana preferida, Sophie, este hecho inspiró el cuadro de la “La niña enferma”. Unos años antes fallecía su madre cuando él tenía cinco años, también a causa de la tuberculosis. Uno de sus hermanos murió al poco tiempo de casarse de neumonía. En cuanto a la relación con su padre fue muy severa y carente de afecto. Su padre era hijo de un sacerdote, fue una persona autoritaria y religiosa en extremo. De él llegó a escribir:
«Mi padre tenía un carácter sumamente nervioso, además estaba tan obsesionado con la religión, era psiconeurótico. De él heredé la semilla de la maldad. El miedo, la pena y la muerte estuvieron a mi lado desde el día que nací.»
Munch sufrió frecuentes depresiones y tuvo graves problemas de alcoholismo durante su vida. Con el grito el artista había pintado su propia experiencia transmitiendo el sufrimiento como nunca antes se había hecho. Ese es el secreto de su éxito, ser capaz de sobrecoger al espectador.
Como gran conocedor del alma humana así es como el mismo llegó a definirse: “Igual que Leonardo Da Vinci estudió la anatomía humana y disecó cuerpos, yo intento disecar almas.»
En el libro “el friso de la vida” podemos encontrar una extensa recopilación de sus mejores textos, aquí encontramos su propia definición de lo que el arte supuso para él:
“No creo en el arte que no se haya impuesto por la necesidad de una persona de abrir su corazón. Todo arte – la literatura como la música
– Ha de ser engendrado con los sentimientos más profundos, el arte son los sentimientos más profundos” E. Munch.
Frida Kahlo
Otra pintora que ha dejado una importante huella en la historia del arte por su fascinante y potente obra ha sido la mexicana Frida Kahlo, al igual que Munch su vida desde pequeña estuvo marcada por la tragedia, a los 6 años contrajo una poliomielitis que le dejó importantes secuelas físicas. A los 18 años sufrió un grave accidente en el que se rompió la columna y la pelvis, debido a las numerosas intervenciones se vi obligada a pasar largas temporadas en postrada en la cama. Fue en ese momento cuando aprendió a pintar de este modo la pintura fue su tabla de salvación en los momentos más amargos de su vida. Fue a través de la pintura como Frida plasmó los momentos más dramáticos de su existencia. La pintora no sólo padeció dolor físico debido a su accidente y su precario estado de salud, en su obra queda reflejado el intenso dolor tras su aborto y ver truncado su deseo de ser madre, hecho que la sumió en una profunda depresión. Casi al mismo tiempo le tocó vivir las constantes infidelidades de su marido el también pintor Diego Rivera lo que hizo que la relación entre ambos fuera excesivamente tormentosa.
Obra pintada por la artista tras su accidente (Frida Kahlo)
Resiliencia
Pero volviendo al título de este artículo creo que es importante pasar a definir el concepto de “resiliencia” así como aportar algunos argumentos sobre como la expresión artística puede ayudarnos a ser más resilientes.
En cuanto al origen etimológico de la palabra “resiliencia” procede del latín, del verbo, resilio, resilire que significa saltar hacia atrás, rebotar, es decir, volver a la normalidad. En cuanto a su definición según el diccionario de lengua española (RAE) encontramos: “Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. “Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”.
La palabra resiliency nació en la física (soltura de reacción, elasticidad) y designaba la capacidad de un cuerpo para resistir un choque. Pero atribuía demasiada importancia a la sustancia. De este modo el psiquiatra infantil Michael Rutter y el neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik, inspirados en el concepto físico, introdujeron el término en psicología para definir la capacidad para superar situaciones dolorosas y traumas saliendo fortalecido de ellos.
Para Boris Cyrulnik “La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, el arte de metamorfosear el dolor para darle sentido; la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma”. “La resiliencia es más que resistir, es también aprender a vivir”.
Y aquí sería interesante añadir que la propia infancia de Boris Cyrulnik fue especialmente traumática, sus padres fueron deportados y enviados a un campo de concentración donde finalmente sus padres terminaron siendo asesinados por los nazis, por lo que pasó una parte de su infancia escondido y huyendo. Al finalizar la guerra y confirmarse la muerte de sus padres una tía se hace cargo de él iniciando una nueva vida. Después de finalizar sus estudios de medicina es cuando decide realizar sus estudios en psicoanálisis y neuropsiquiatría. Su propia experiencia y su formación le llevaron a dedicar gran parte de estos estudios a tratar los traumas vividos por los niños, estudió la capacidad de recuperación de los sobrevivientes de los campos de concentración y de niños criados en orfanatos.
Según sostiene Boris Cyrulnik la expresión artística nos puede ayudar a ser más resilientes: “Todas las manifestaciones artísticas están hechas para superar la tragedia, las películas cuentan tragedias, cuenta historias emotivas de gente que consigue superar la tragedia, y de ahí podemos aprender y para los dañados es también una forma de pedirle al artista que sea su portavoz, el arte por tanto juega un papel importante en el proceso de resiliencia”.
Así es como la escritura y cualquier forma de creación podrá actuar como un bálsamo reparador. Boris Cyrulnik sostiene cómo la escritura y el poder de las palabras pueden transformar el sufrimiento. Si al escribir nos cuestionamos cómo ha sucedido lo que nos causa sufrimiento y nos preguntamos quién nos ha ayudado entonces la memoria se reorganiza y se produce un efecto terapéutico. “Escribiendo he reparado mi alma desgarrada” Boris Cyrulnik.
De esta forma el cine, la ópera, la literatura, entre otras artes, se pueden volver un factor de resiliencia. Boris Cyrulnik sostiene que nos pueden ayudar a nombrar el trauma, construir lo que se rompió y transformarlo. En su conferencia sobre “resiliencia y arte: los relatos del trauma” cuenta que para que Francia pudiera iniciar un proceso colectivo de resiliencia después de la Segunda Guerra Mundial, fue necesario darle la palabra a los artistas. Pone el ejemplo del escritor francés Georges Perec, quien perdió a sus padres en la guerra y decidió ser escritor para devolverle la dignidad a sus padres contando la historia de sus vidas. Con la escritura de la biografía de sus padres, el novelista francés más importante de la mitad del s. XX, les dio una sepultura y su dignidad.
Otro ejemplo de los beneficios de la creación como catalizador de emociones y vehículo para reestructurar el dolor y ayuda para superar el trauma lo encontramos en la biografía del rapero Eminen, su infancia estuvo marcada por maltratos físicos, emocionales y psicológicos. Su padre lo abandonó cuando apenas tenía 6 meses. Además sufrió unos de los casos más extremos de bullying, con tan solo 9 años recibió una paliza en su instituto que lo dejó inconsciente y estuvo 10 días en coma. En ese momento empezó a desarrollar su lado creativo a través de sus dibujos. Fue su tío quien le enseñó una canción de rap y a partir de ahí empezó a interesarse por la música donde encontró la fuerza para superar la situación. La música fue su anclaje a la vida. En el año 2010 compuso la canción ‘Not afraid’ (Sin miedo) en la que cuenta cómo abusaban de él y con la que pretendía ayudar a las personas que también lo sufren. Este es el estribillo de la canción sin miedo:
“No tengo miedo. Que todo el mundo, agarre mi mano Caminemos juntos a través de la tormenta Sea cual sea el clima, haga frío o calor Solo quiero que sepas que no estás solo Grita si sientes que has pasado por el mismo camino que yo”.
Después de este breve recorrido sobre la creación y resiliencia y sobre cómo ésta puede ayudarnos a transformar el sufrimiento y hacer más sostenible el dolor me despido con una propuesta: la próxima vez que te sientas desbordado o desbordada y que sientas que tu sufrimiento es insoportable es muy importante que no te aísles y sobre todo PIDE AYUDA para que una persona te acompañe a caminar a través de la tormenta y mientras sales del abismo prueba a escribir tu dolor, a dibujar tus lágrimas o poner una melodía a los momentos difíciles de tu vida. A nuestro alrededor tenemos numerosos ejemplos de personas que salieron adelante y superaron la adversidad con ayuda de la música, la pintura o la escritura. Existen historias igual poco conocidas como la del cantante Julio Iglesias, que en sus inicios fue jugador del real Madrid pero debido a un grave accidente pasó muchos meses en un hospital recuperándose de sus lesiones. Un día un enfermero llamado Eladio le regaló una guitarra para que pudiera ejercitar la movilidad de sus dedos, y no sólo fue recuperando la movilidad sino que ese regalo cambiaría su vida para siempre. En el hospital compuso su famosa canción “la vida sigue igual”, así fue como la música fue algo más que una terapia para Julio Iglesias.
“….siempre hay por qué vivir y por qué luchar…” Extraído de la canción “la vida sigue igual” Julio Iglesias
Bibliografía:
El friso de la vida. Nórdica Libros Historia de un grito. Jot Down
La maravilla del dolor (el sentido de la resiliencia). Boris Cyrulnik
Licenciada en Psicología y habilitada para el ejercicio de la psicología general sanitaria. Especialista en Tratamiento psicológico de la obesidad y trastornos del comportamiento alimentario. Máster en Gerontología. Psicoterapeuta humanista con orientación gestáltica y tutora en la formación de Terapia Gestalt en el centro Syam en Cádiz.
La teoría de las necesidades de Maslow señala la necesidad de reconocimiento como una necesidad intrínsecamente humana. Por una parte este reconocimiento implica la búsqueda del respeto de los demás, el estatus y la reputación, la fama y la gloria. Por otro lado, del respeto de uno mismo (a veces tan olvidado).
No parece que Maslow estuviera muy desacertado si observamos detenidamente nuestro alrededor. Aunque esto no es un fenómeno en absoluto novedoso. Las redes sociales han venido a corroborar esta necesidad, a veces abusiva, de confirmar nuestra propia estima validándola y exponiéndola a la opinión de los demás.
Nada ha cambiado desde tiempo de los romanos. Estos dejaron no pocas pruebas de esta búsqueda desaforada de poder y fama. Se cuenta que el «gran» Julio César en su intento de conquistar Roma y seguido por sus legionarios dejó una importante prueba de ello. Cuando atravesaba una pequeña aldea que fue objeto de las mofas de sus soldados, y dado a dejar célebres frases para la historia sentenció:
«Preferiría ser el primero en esta aldea que el segundo en Roma»,
señalando así la importancia que le daba al status dentro de sus propios valores. Y no debió ser el único, porque el refranero español también acuñó un dicho sospechosamente parecido:
“más vale ser cabeza de ratón que cola de león”,
que se refiere a la importancia de tener autoridad en los grupos a los que se pertenece aunque sean pequeños, frente a la posibilidad de ser un «don nadie» en los grandes.
Personas tóxicas Vs conductas tóxicas
Y es que no todos los caminos para conseguir reconocimiento son acertados. Se me ocurren varios que, al contrario, son especialmente perniciosos. Pero antes me gustaría dar un amplio rodeo para hablar de otro fenómeno. Siempre me produjo un gran rechazo visceral las teorías que postulan que muchos de nuestros males provienen de la existencia de personas tóxicas. Así se hicieron muy célebres los libros de Bernardo Stamateas. Uno de ellos, titulado «Gente Tóxica», es publicitado en Google Books con el siguiente párrafo:
En nuestra vida cotidiana no podemos evitar encontrarnos con personas problemáticas. Jefes autoritarios y descalificadores, vecinos quejosos, compañeros de trabajo o estudio envidiosos, parientes que siempre nos echan la culpa de todo, hombres y mujeres arrogantes, irascibles o mentirosos…
No me parece una expresión adecuada. Sitúa a las personas en una posición cómoda donde el origen de sus males es externo. Pone el énfasis de la solución solo en evitar caer en sus trampas. Y para trampas, ya nos valemos nosotros solos. Me pregunto quien será el encargado o encargada de determinar si mi naturaleza es tóxica y quien le ha arrogado la capacidad de ser juez en este sentido. Y así las consultas de salud mental se llenan de personas huyendo de estas personas tóxicas. Que digo yo que alguna de los que usamos este tipo de servicios, aunque tan solo sea por probabilidad, también podríamos ser tachado de tales, o incluso los y las profesionales que los atendemos. Por eso, yo prefiero hablar de conductas tóxicas. Y por un ejercicio de falsa humildad hoy utilizaré la primera persona para referirme a una de mis conductas tóxicas.
En psicología se dice que el ser humano necesita de dos tipos de amor o afecto como vacuna de nuestra soledad. Erich Fromm los denominó amor materno y paterno. Se refería así al amor incondicional y condicional. El amor incondicional es aquel que se nos da por el simple hecho de ser personas. Se nos quiere por el simple hecho de existir. El condicional se obtiene, sin embargo, dependiendo de nuestras conductas. Es decir, se nos da por lo que hacemos o lo que damos. Ambos tipos de amor son necesarios para nuestro bienestar psicológico. No obstante, al estar este segundo condicionado y poder obtenerse a través de determinadas conductas puede acabar convirtíéndonos en meras marionetas de los que nos rodean.
Y ahora entenderán por qué les hablaba antes de mi falsa humildad. Una vez que publique esta entrada en el blog, ¿cuánto tiempo tardaré en revisar los likes en las redes sociales y las visitas al blog para validar la opinión que otras personas tienen sobre lo que escribo…? ¿Cuánto cuestan estos 20 seguros de fama? ¿Cuánto tiempo perderé por esta fútil necesidad del aplauso hueco y fácil de las redes sociales?
Como perro de Pavlov, aún no me encuentro preparado para dejar de salivar cuando suene la campana, en este caso un like o una visita más, y no podré evitar una sonrisa (casi idiota) si me llueven los corazoncitos en las redes.
El suicidio y la falta de reconocimiento
El sábado fue el día Internacional del Superviviente por Suicidio. Permítanme otra digresión, porque debería llamarse también de la superviviente. Nunca he sido muy exagerado con este tema, pero el lenguaje acaba siendo la primera barrera para la igualdad efectiva entre sexos y las diferentes formas de vivir la sexualidad en nuestra especie.
Pues esa tarde, tuve la oportunidad de hablar un rato con una de las supervivientes que ha perdido a un ser querido por suicidio. Impagable. Jamás podré pagar la oportunidad de haber conocido a estas personas con las que ahora comparto parte de mi vida. Cuando la vida me lleve a otro lado, las llevaré a todas conmigo.
Llevo un tiempo obsesionado con la idea de vencer mi propio ego y en esta conversación acabó saliendo el precio que tenemos que pagar por darle de comer a este terrible monstruo, convidado de piedra, que tiene por costumbre convertirse en el muerto en el entierro y la novia en la boda. Nos hace esclavos del relato en primera persona y nos regala diez segundos de fama a cambio de una pesada mochila llena de piedras que no nos pertenecen.
Como no, con la persona que hablé ayer, también hubo palabras y recuerdos para los que ya no están, para aquellos que tanto nos cuesta entender, que aún teniéndolo en muchos casos, sintieron ser nadie y marcharon faltos de toda esperanza.
Terrible, porque muchas veces he pensado que esta terrible necesidad nuestra puede estar detrás de muchas conductas suicidas en personas vulnerables. Esa necesidad atávica de sentirnos parte de un grupo e importantes dentro de él, como fuerza de supervivencia grupal, para reivindicar nuestro derecho a estar vivos, de ser útiles para la manada. Esa fuente de displacer para personas vulnerables que les hace sufrir y les hace tomar decisiones fatales.
Internet, redes sociales y necesidad de reconocimiento
En ese sentido, la realidad virtual paralela en que nos vemos envueltos y en la que nos hemos sumergido especialmente durante la crisis sanitaria por COVID-19 ha venido a reforzar la idea equivocada de que podemos alimentarnos y llenarnos con el amor cibernético de corazones en la nube, abrazos de wi-fi, emoticonos y otras perversiones digitales. Y nos creemos los reyes del filtro de Instagram y del espectáculo de Tik-Tok. Algunos, los más viejunos nos creemos importantes influencer de Facebook u a otras tantas redes que ya desaparecieron y de las que fuimos princesas por un día.
Todo para combatir nuestro peor miedo, la soledad no elegida, aquella que nos consume, que a muchos nos lleva a la depresión y a tantos ancianos y ancianas le acercó al final de su vida en su peor versión. Y que señala la incapacidad de nuestra forma de entender la vida en la sociedad actual para cubrir nuestras necesidades psicológicas más básicas.
Y ahora recuerdo a tantas personas que me confiaron sus secretos, su más interno sufrimiento, el miedo a la soledad, a no ser capaz de afrontarla. Me pregunto si no sería mejor volver a la aldea, a esa que César defendió de las risas de sus propios soldados, y aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, sin más pretensiones que ser yo mismo, olvidándome del peso de ser cabeza de ratón o de los miedos de ser cola de león.
Bueno, os dejo y no olvidéis dar al like (hoy te pido que no lo hagas)…
Últimamente, y a consecuencia de la alarma sanitaria por la pandemia por COVID-19, se ha especulado en algunos medios de comunicación entre la relación de esta enfermedad, el confinamiento, la crisis económica subsecuente y un mayor riesgo de suicidio.
En este sentido, son varias las circunstancias que podrían explicar una relación directa entre ambos fenómenos. Por un lado, se han descrito a través de medios de comunicación una relación directa entre la propia enfermedad por coronavirus y el suicidio. Parece que el estrés de muchas personas, entre ellos profesionales sanitarios por miedo a contraer la enfermedad o contagiar a personas queridas, podría ser un factor de riesgo. El confinamiento relacionado con la soledad y el aislamiento de personas vulnerables también podría provocar una mayor frecuencia de la aparición de conductas suicidas.
Por otro lado, existe cierta evidencia de que los desastres naturales como terremotos, tsunamis, huracanes… conllevan un aumento posterior de víctimas por suicidio. Igualmente parece que si bien estos fallecimientos podrían reducirse durante la crisis, esto podría revertir negativamente acabada la pandemia, a consecuencia del deterioro socieconómico y las desigualdades sociales que provoca o como consecuencia directa de aspectos psicológicos.
Por último, se han descrito efectos negativos alrededor de epidemias y pandemias debido a la incertidumbre sobre sus consecuencias y la desinformación avivada por los medios de comunicación que provoca un impacto pernicioso en la salud mental. Esto se puede relacionar con la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático.
Pero, ¿qué podemos hacer?
Parece pues que puede existir suficiente evidencia de que esta crisis sanitaria provocará, si no hacemos nada, una mayor tasa de suicidios. Pero, ¿podemos hacer algo para evitar este efecto?. Wasserman et al. (2020), en un artículo publicado en la revista World Psychiatry, señalan diferentes medidas para controlar este fenómeno.
Prevención universal del suicidio
Entre las estrategias universales dirigidas a toda la población, estos autores determina como medidas eficaces la lucha contra el desempleo, la pobreza y las desigualdades y la priorización de mejora de la accesibilidad a servicios de salud mental. Otro aspecto importante es la concienciación de los medios de comunicación para la difusión de información responsable publicitando los servicios de apoyo disponibles. Prevenir el aumento de consumo de alcohol y restringir el acceso a medios letales de suicidio son medidas igualmente esenciales en la prevención.
Prevención selectiva del suicidio
La implementación de medidas para grupos vulnerables (prevención selectiva) es otro pilar de la prevención. Las desventajas socieconómicas o las vivencias en primera línea o las pérdidas de seres queridos y cuando no se ha podido cerrar el duelo adecuadamente por las medidas de confinamiento, son factores que aumentan el riesgo.
Prevención indicada del suicidio
Entre las medidas de prevención indicada, es necesario detectar a personas vulnerables y mejorar la disponibilidad de tratamientos farmacológicos y psicológicos de los trastornos mentales, incrementando el uso de herramientas de telemedicina y otros medios digitales.
Alarmismo o esperanza
Frecuentemente ante situaciones de previsible peligrosidad es necesario que la población general, la administración y partidos políticos, los medios de comunicación y los profesionales sanitarios puedan tomar decisiones conociendo la realidad lo mejor que se pueda. Sin embargo, los alarmismos se convierten en profecías autocumplidas. La publicación de noticias sensacionalistas en torno al suicidio se ha señalado como un factor de riesgo por el efecto contagio, también denominado imitación, copycat o Werther.
Es pronto aún para saber como repercutirá toda esta situación en nuestra salud mental a largo plazo. En el caso del suicidio el INE, organismo responsable de las estadísticas sobre causas de mortalidad, ofrece los datos con un año de retraso por lo que este año se publicarán previsiblemente los de 2019. Por eso debemos ser cautelosos a la hora de determinar qué ocurrirá en este sentido.
Lo importante ahora es más ponerse manos a la obra para mitigar los efectos perniciosos de la alarma sanitaria. Somos conscientes de que es mejor «ocuparnos» de este tema que mostrar «preocupación» continua. En España en 2018 fallecieron 3.539 personas por esta causa, razón suficiente para extremar las medidas de control de este problema complejo y multicausal, pero prevenible.
En los últimos tiempos, los medios de comunicación se han hecho eco de algunos casos de conductas suicidas relacionadas con la crisis provocada por el COVID-19.
Son diversas las variables que relacionan ambos fenómenos. Por un lado, están la angustia, el miedo a contagiarse o morir por la enfermedad, la afectación emocional del confinamiento y los duelos complicados. Esta relación también podría estar causada por la afectación neurológica que la propia enfermedad puede producir. Además, el aumento de demandas de divorcio, de conflictividad familiar y violencia dentro del hogar o las consecuencias económicas y el desempleo son factores de riesgo que tradicionalmente se han relacionado con un mayor número de suicidios.
Algunos autores, alertan en el mismo sentido sobre las consecuencias del distanciamiento social, la soledad y el confinamiento. También sobre la crisis social y económica que pueden acabar disparando la tristeza, preocupación, miedo, enfado, frustración, culpa, soledad…
Ahorsu et al., (2020) en un estudio sobre el miedo a padecer el COVID-19 define el suicidio como la última reacción de un ser humano que siente que no puede afrontar el sufrimiento mental que está padeciendo. En muchos países, el miedo a padecer COVID-19 puede estar detrás de algunos de estos luctuosos hechos. Este miedo puede ser también prevenible.
Pero, ¿qué dice en este sentido la ciencia?
La gravedad de la situación ha provocado un cambio radical en nuestros estilos de vida y ya suma 236.259 casos diagnosticados por PCR y 27.117 muertos en España (a 27 de mayo). Pero no es una situación totalmente nueva. El caso más cercano lo tenemos en el primer tercio del siglo pasado: la mal llamada gripe española.
Sorprende la similitud en muchas de las circunstancias vividas en aquél caso, pero también las diferencias. Una prueba más de que además de ser capaces de cometer los mismos errores, aún así, la vida ha ido a mejor. Entonces en España la mitad de sus habitantes eran analfabetos y la probabilidad de muerte en la infancia duplicaba la de los países más pobres en la actualidad. Entonces la terrible pandemia provocó 186.184 muertes solo en España (1918 a 1920) cuando nuestro país rondaba los 20 millones de habitantes. Entonces afectó sobre todo a jóvenes sobre los 20 años y ahora se ha cebado con nuestros mayores.
Estudiar lo que ocurrió en esa pandemia respecto a la conducta suicida podría ayudarnos a prevenir lo que, si no hacemos nada, ocurrirá tras esta. En 1992, Wasserman escribió un artículo que con el título «The Impact of Epidemic, War, Prohibition and Media on Suicide: United States, 1910-1920» tuvo como objetivo estudiar la influencia de la epidemia de influenza, la I Guerra Mundial y la prohibición del consumo de alcohol en EEUU. Los resultados fueron concluyentes. Mientras los efectos de la I Guerra Mundial parece no tener influencia sobre la tasa de suicidios, la pandemia si afectó negativamente aumentando el número de muertes por esta causa, y la reducción del consumo de alcohol tuvo un impacto positivo disminuyendo la tasa.
Esta relación no solo fue establecida durante esa epidemia. En Hong-Kong, en 2003 también parece haber existido. En esa ocasión se estudió el aumento de suicidio entre personas mayores. La crisis de salud fue acompañada de un aumento de los suicidios durante ese año y afectó también al año siguiente. Entonces fue la soledad y la desconexión social las causas esgrimidas para explicar el aumento de muertes. Los autores del estudio en el que se basan estas afirmaciones para evitar muertes innecesarias recomiendan manejar los miedos y la ansiedad, sobre todo en los grupos más vulnerables durante el período de la epidemia.
El suicidio es un problema de salud mental prevenible
Parece pues a tenor de estos resultados, que sería necesario implementar medidas para reducir este impacto. Y ahí tampoco tenemos por qué ir a ciegas. Ya en 2020, Gunnell et al han señalado una serie de medidas que podrían ayudar a prevenir el problema. Entre las intervenciones que recomiendan:
Implementan de medidas para acompañar a los equipos de sanitarios que han estado expuestos a situaciones límite,
realizar recomendaciones para personas con conductas suicidas,
crear recursos digitales y guías,
abrir líneas de ayuda en crisis,
llevar a cabo medidas económicas destinadas a facilitar acceso a comida, vivienda y para combatir el desempleo,
reforzar la lucha contra la violencia de género,
sensibilizar sobre el consumo seguro de alcohol,
establecer medidas contra el aislamiento social y la soledad,
restringir accesibilidad a medios letales
y aumentar la responsabilidad en la publicación de suicidios en los medios de comunicación.
Conclusiones
Si bien parece que podemos esperar un aumento de las tasas de suicidio esto no es un hecho determinado sino que está condicionado a las medidas que seamos capaces de implementar para evitarlo.
Por eso es importante que las administraciones sanitarias contemplen la activación de planes de prevención de la conducta suicida, que provocan cada años 800.000 muertes y 20 veces más intentos con consecuencias que afectan a aspectos sanitarios, económicos y sociales.
España aún no cuenta con un plan nacional de prevención, que podría salvar vidas y que ahora sería muy útil implantar. Este plan debe contemplar medidas de amplio espectro para combatir las consecuencias económicas y desigualdades sociales de la pandemia, con especial atención al desempleo.
Criminólogo y analista. Representante de la Asociación Unificada de Guardias Civiles. Lleva a cabo estudios epidemiológicos sobre salud laboral y conductas suicidas en el ámbito de la Guardia Civil, para alertar del problema y para la adopción de políticas activas de prevención.
Introducción: consumo de alcohol, cirrosis y suicidio
No hace mucho reflexionaba en este mismo blog sobre las diferentes tasas de suicidio entre dos Regiones de España aparentemente similares: Asturias y Cantabria.
Buscando peculiaridades sociogeográficas en ambas regiones que lo explicaran, encontré en el Atlas Nacional de Mortalidad en España (ANDEES) una característica de salud que señala un comportamiento distinto entre ambas: el nivel de fallecidos por cirrosis.
Existe una fuerte relación entre el consumo excesivo de alcohol y las enfermedades hepáticas crónicas. De hecho, han dado lugar a un cuadro clínico específico: la cirrosis hepática del alcohol. También hay bastante consenso científico en que el alcohol es una conducta asociada al fallecimiento autoinfligido, como también hay consenso entre el par depresión/suicidio como ya adelantaba Miguel Ruiz-Flores Bistuer en su entrada: Alcohol y suicidio, la pareja letal
Se podría escribir mucho sobre hábitos de consumo de alcohol en España y extraer información relevante a varios niveles con la información allí disponible: frecuencias de consumo, de consumo intensivo, borracheras, bingedrinking, etc. Invito a expertos y a profesionales sanitarios, psicólogos o sociólogos a que estudien este tema en profundidad, puesto que los hábitos de consumo de alcohol están íntimamente relacionados con muchas conductas suicidas.
Con mis limitadas posibilidades quiero centrar la presente exposición en un solo eje: Relación entre consumo de alcohol, depresión y fallecimiento por lesiones autoinfligidas.
Alcohol y género
Convendrán conmigo que hay algo que distingue con claridad una dolencia alcohólica de un cuadro depresivo: los efectos orgánicos del abuso del alcohol y el agravamiento de otras enfermedades. Y esas consecuencias, matan. Eso sin olvidar el elevado coste en accidentes de tráfico o en actos violentos. La OMS estima que son más de 3 millones de muertes las que ocasiona el alcohol cada año en todo el mundo.
Recordarán l@s más veteran@s aquel anuncio, en los años 60/70, de un brandi cuyo eslogan era: “Es cosa de hombres”. Pues resulta que aquel prototipo del machismo debió calar (mucho) y el consumo excesivo de alcohol en España hace honor a aquella publicidad aún hoy en día. El alcoholismo sigue siendo cosa de hombres. Como consecuencia, también lo son las enfermedades crónicas del hígado y las muertes que provoca por diferentes medios.
No es posible establecer en este trabajo si el fruto envenenado de este “modelo de masculinidad” asociado al consumo de alcohol es suficiente para explicar los cuadros depresivos y las conductas suicidas, pero si creo posible valorar si el deterioro físico y mental resultado de consumo crónico, puede ser un factor de riesgo para el suicidio.
Método
Animado por los resultados obtenidos a partir de las series de datos de Andees, intenté localizar otras fuentes sobre consumo de alcohol, asistencias sanitarias provocadas por alto consumo de alcohol, fallecidos por cirrosis alcohólica y prevalencias de cuadros depresivos que apoyaran esos datos. Además de las ya conocidas sobre fallecidos por causa de la muerte que se pueden obtener de Sanidad y del INE, he tenido en cuenta datos sobre ingresos hospitalarios clasificados por el diagnóstico principal. Aparte, he recopilado los resultados de las encuestas de salud que se publican en ambas webs (Encuesta Europea de Salud del INE y Encuesta Española de Salud del Ministerio de Sanidad).
Encontré datos sobre fallecidos por cirrosis alcohólica en la web de Sanidad (codificado CIE-10 “K70”), discriminando por Comunidades Autónomas, género y grupos de edad (15-64 años) entre 1999/2018. De la misma fuente obtuve los datos de fallecidos por lesiones autoinfligidas (codificado CIE-10 “X60-X84).
El propio Ministerio de Sanidad ofrece datos sobre ingresos hospitalarios con motivos “Trastornos mentales y del comportamiento debidos al uso de alcohol” (CIE-9 ”660”), por “Enfermedad alcohólica del hígado” (CIE-9 “571”) y “Cuadros depresivos” (CIE-9 “296”, “300” y “311”), en el periodo 1997/2015 desglosados también por CCAAs, género y edad.
Los datos pueden también obtenerse del INE a través de su portal estadístico.
La misma web de Sanidad nos ofrece una larga batería de datos sobre modos de consumo de alcohol recogidos en el Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad y en el INE obtenidos mediante encuestas (Encuesta EDADES del PND y Encuesta Europea de Salud y prevalencias sobre cuadros depresivos en el INE (Encuesta Nacional de Salud).
Con los datos detallados por año, Comunidad Autónoma, género y grupo de edad, obtuve una larga serie de tasas:
Fallecidos por cirrosis alcohólica por cada 100 mil habitantes.
Fallecidos por lesiones autoinfligidas por cada 100 mil habitantes.
Ingresos hospitalarios por trastornos mentales asociados al alcohol por cada mil personas asignadas.
Ingresos hospitalarios por cirrosis alcohólica por cada mil personas asignadas.
Ingresos hospitalarios por cuadros depresivos por cada mil personas asignadas.
Por otro lado, dispuse los resúmenes de dichas tasas para cotejarlas (por CCAA y género) con los datos disponibles de las encuestas sobre los modos de consumo de alcohol del Plan Nacional de Salud y Encuesta Europea de Salud, mediante correlaciones de Pearson. La falta de concordancia de los años de las encuestas y el periodo de los datos de las series largas nos obligan a considerar con reservas sus resultados.
Es necesario destacar que no he encontrado información detallada sobre prevalencias de consumo de alcohol o depresión más allá de las citadas encuestas. Los datos sobre ingresos o fallecimientos son “puntuales” en cada uno de los años analizados, lo que en estadística se denomina como incidencia. Este hecho no desvirtúa, en mi opinión los resultados, pues la incidencia de un problema de salud que, razonablemente, podemos suponer crónico o de larga duración nos indica directamente el nivel de implementación de la enfermedad, de forma asimilable a la prevalencia.
El plan de trabajo pretendía abordar un análisis descriptivo, mostrar esos datos mediante gráficas de barras de error y realizar cotejos sencillos mediante el coeficiente de correlación de Pearson, para determinar groseramente el nivel de relación entre las variables.
Las tasas de mortalidad que se expresan a edades avanzadas y la diversidad de sus causas nos invitan a dejar de lado el grupo de población de más de 65 años para tratar de simplificar el estudio.
Como enfermedad degenerativa, es raro encontrar muertes por cirrosis en edades tempranas. Pese a haber incluido en el estudio el grupo de edad “15 a 24 años”, solo se registran tres casos: Galicia en 2012, Navarra en 2007 y Asturias en 1999. Mi recomendación para quienes profundicen en el estudio es estrechar el límite de edad entre los 25 y los 65 años.
Resultados
Las series de datos de cada grupo de encuestas parecen concordar bien entre sí y, en menor medida, también con los series de las otras encuestas cuando analizan los diferentes patrones de consumo de alcohol. Ello es así incluso con las dificultadas intrínsecas del modelo de adquisición de la información y el número limitado de datos.
No hay una relación estrecha entre fallecidos por cirrosis del alcohol y los consumos expresados en las encuestas nacionales de salud.
Hay mejor relación entre cirrosis como causa de muerte y los consumos declarados en las encuestas europeas de salud.
Se observa que los cuadros de depresión menor y los cuadros severos de depresión moderada son los que más se asocian al consumo excesivo de alcohol.
La variable que mejor predice los ingresos hospitalarios, las muertes y los suicidios es la de personas que manifiestan no haber consumido alcohol en el último año (mediante correlación inversa).
Considerando las tasas de ingresos hospitalarios por trastornos mentales provocados por consumo de alcohol, dolencias orgánicas por abuso alcohólico, muertes por cirrosis alcohólica y muertes por suicidio, del periodo 1997/2018 segregando por CCAAs, sexo y grupos de edad obtenemos los siguientes resultados:
Existe una alta correlación entre los ingresos por dolencias somáticas y por trastornos mentales asociados al alcohol. También muy clara entre los ingresos hospitalarios y las muertes por cirrosis alcohólica. Es asimismo muy alta la correlación entre fallecidos por cirrosis y suicidio. En menor medida se corresponden ingresos hospitalarios por depresión con ingresos hospitalarios por enfermedad alcohólica. Curiosamente, no se evidencia a este nivel ningún tipo de relación entre depresión y muertes por problemas hepáticos o por lesiones autoinfligidas. Ojo, que no se muestre no significa que no exista. Recordemos la necesidad de explorar las capas que puedan enmascarar esa relación.
De hecho, con tan solo separar por géneros empezamos a visualizar signos de vinculación de la depresión con el alcohol y el suicidio.
Una característica reseñalable respecto al género es que los ingresos hospitalarios por cuadros depresivos es más alto para las mujeres que para los hombres, contrariamente a lo que ocurre con todos los demás conceptos.
Otra forma de ver hasta que punto se ajustan las variables suicidio y cirrosis es mediante la representación de la nube de puntos. Sirva de ejemplo la gráfica relativa a Hombres mayores de 25 años, de la que he excluído las Regiones menos pobladas (La Rioja, Ceuta y Melilla) para evitar la acumulación de valores 0 de la variable “Cirrosis”:
Cuando separamos por grupos de edad (además de por géneros), se siguen mostrando correlaciones, pero expresadas en niveles más bajos. Deduzco que se debe a la reducción en el número de datos que permiten aflorar la influencia del resto de variables que influyen en el suicidio y que se reflejan en la enorme variabilidad entre regiones.
De hecho, cuando despreciamos la capa “CCAAs” y agrupamos al global de España, los datos para el grupo de edad de 25 a 34 años muestra unas correlaciones muy elevadas para las variables Suicidio, Cirrosis, Ingresos por trastornos alcohólicos e Ingresos por dolencias alcohólicas.
Al expresarlo mediante barras de error comprobamos el comportamiento similar de las variables “muertes por cirrosis” y “muertes por suicidio”:
El caso de Asturias y Cantabria
Armados con nuevos datos, volvemos a encarar las diferencias en las tasas de suicidio entre regiones con el ejemplo de Asturias (color verde apagado) y Cantabria (color rojo).
De entrada, los fallecidos por cirrosis alcohólica compaginan bien con los de suicidio. Asturias se destaca como la Región con mayores tasas de cirrosis y la segunda por suicidios, mientras Cantabria se sitúa en niveles bajos de suicidios y en la zona media en cirrosis.
¿Pero ocurre igual con los demás parámetros?
En realidad no. La diferencia no es tan señalada para los ingresos hospitalarios por trastornos alcohólicos o por enfermedades hepáticas alcohólicas, aunque sí por ingresos por depresión.
Tan es así, que cuando estudiamos su comportamiento por género, en Cantabria las mujeres empiezan a destacarse por el alto número de ingresos por patologías relacionadas con el alcohol, superando a Asturias y rompiendo las conclusiones generales anteriores.
Dificultades metodológicas
Resulta complicado extraer conclusiones para determinar las bajas tasas de suicidio en Cantabria. No podemos entender las conductas autolíticas limitándonos a unos pocos parámetros estadísticos. Las motivaciones son tan complejas como los individuos y varían considerablemente de un municipio a otro. Hemos sido capaces de exponer razones que ayudan a explicar las altas tasas de Asturias. Ahora toca buscar cuales son las variables protectoras que hacen de Cantabria una región más amable con las pérdidas por suicidio. Me permito adelantar una hipótesis para los futuros investigadores: habrá que analizar las razones de que en Cantabria tengan unas tasas tan bajas de ingresos por depresión.
Los análisis matemáticos requieren su interpretación. Especialmente cuando tratamos de comparar variables físicas que no miden realidades idénticas.
Las encuestas de salud son muy interesantes para conocer los hábitos de consumo, pero su limitado número, la variabilidad de los términos en que se formulan las preguntas y disponer solo de los resúmenes de los informes, no facilitan su análisis estadístico ni relacionarlo con rotundidad con los fallecimientos por enfermedad hepática o suicidio.
Una encuesta, por bien realizada que esté y por muy alta que haya sido la muestra, está sometida a distorsiones por su carácter subjetivo. Más aún cuando se adentran en cuestiones íntimas, como la salud o nuestro comportamiento, con toda su carga de reproche social, culpa o auto censura que pueden inducirnos a ser condescendientes con nosotros mismos. Su análisis requiere un enfoque distinto al puramente matemático. Ni siquiera el dato objetivo de litros de alcohol consumidos reflejan la problemática asociada al abuso, al no considerar los patrones y usos sociales en su forma de consumirlo.
En cuanto a los datos sobre hospitalizaciones, y como señalaba al inicio, no es lo mismo disponer de una variable que señala fielmente el nivel de presencia de una enfermedad (prevalencia), que otras que muestren sucesos (hospitalizaciones) o aquellas que nos indiquen un resultado (fallecidos). Incluso así, las altas correlaciones encontradas refuerzan la asumida convicción de la relación entre alcohol/depresión/suicidio.
Aún con la directa relación causa/efecto que sabemos existe entre el abuso del alcohol y la cirrosis alcohólica, no cabía esperar un coeficiente de correlación perfecto en un cálculo que se basa en el cotejo dato a dato, pero que hemos visualizado cuando discriminamos por capas. Ello es debido a que al ceñirnos a determinadas variables (edad, género y región), no hemos tenido en cuenta la interacción con otros factores de riesgo y/o protectores, que acaban imponiendo su presencia al desaparecer las anteriores, especialmente cuando alcanzamos el nivel CCAA.
Conclusiones:
Los datos globales confirman que el consumo patológico de alcohol es un factor de riesgo de primer orden para el suicidio (bien per se, como coadyuvante o como precipitador).
Las correlaciones entre suicidio y patologías alcohólicas son especialmente elevadas para el grupo de edad entre los 25 y los 34 años.
Se observa la firme relación alcohol/depresión y depresión/suicidio. Y aunque no sea posible establecer las direcciones de “causalidad” (por el método analítico empleado), todo apunta a que el motor principal en este juego de interdependencia pueda ser la conducta abusiva del alcohol.
Existe un componente social del consumo excesivo de alcohol vinculado al género, pero también a patrones culturales en su forma de consumirlo que influye en el resto de conductas y cuadros patológicos.
Los problemas psicológicos y orgánicos resultado del abuso del alcohol se acumulan con la edad y tienen su reflejo en el mayor número de ingresos hospitalarios, diagnósticos por depresión, en el nivel de fallecidos por cirrosis y en las tasas de suicidio.
La complejidad y diversidad de las motivaciones suicidas hacen que cualquier elemento, como es en este caso el consumo de alcohol, sea solo uno más de los muchos factores de riesgo o protectores y no explica por sí solo el fenómeno en su conjunto.
Que en base a las variables que hemos estudiado, y aunque se enfaden mis amigos asturianos, Asturias se asimila más a su vecina Galicia que a su vecina Cantabria.
Existen diferencias en el momento que en cada país estamos en cuanto a la epidemia de COVID-19. Cuando la curva de fallecimientos y personas contagiadas desciende, aparecen otros problemas de enorme gravedad económica y social. Es entonces cuando los medios destacan otros aspectos dolorosos de esta época que nos ha tocado vivir.
En las últimas semanas, los medios de comunicación digital de diversos países se hacen eco de la aparición de casos de suicidio relacionados con la epidemia. Y es que parece que existen diferentes razones por las cuales ambas situaciones se relacionan de forma estrecha.
Pero, el suicidio es un fenómeno complejo y multicausal. En la descripción de los casos frecuentemente se confunde el precipitante o hecho que empuja a la conducta con su causalidad. Sin embargo, en muchos casos este solo es el hecho más visible de una situación con diferentes causas que la persona vive como insostenibles y que la precipitan a tomar una decisión errónea.
La OMS estima que cada 40 segundos fallece una persona por suicidio en el mundo. Las circunstancias de cada caso son muy específicas y concretas y envuelven un amplio abanico de variables. Los medios de comunicación no solo narran la realidad, sino que ayuda a construirla. El suicidio es un reto global de salud pública en el mundo, antes y después de la pandemia. Aunque esta pueda relacionarse con un aumento de la aparición de este tipo de conductas podría deberse al aumento de las desigualdades sociales en salud que ya existían previamente. La pobreza o el desempleo, la desesperanza o el empeoramiento de los problemas psicopatológicos en personas vulnerables por ejemplo por el confinamiento o miedo a padecer enfermedades, pueden ser las verdaderas causas. ¿Qué puede estar ocurriendo en realidad?
¿Cómo puede relacionarse la epidemia del COVID-19 y la conducta suicida?
Si nos atenemos a la información sobre casos de coronavirus y suicidio que han aparecido en medios de comunicación hispanoamericanos, parece que la relación puede deberse a diferentes variables.
En una serie de artículos publicados, se destacan casos de personas concretas contagiadas y con miedo a contagiar a personas queridas. También existen casos de personas que piensan erróneamente que están contagiadas. En ambos, parece jugar una baza importante el miedo por anticipación o un riesgo por un mal que les hace la situación como inabarcable.
Por otro lado, también están los incidentes relacionados con el estrés sostenido en profesionales sanitarios. Esto puede ser debido tanto a las jornadas maratonianas de trabajo, al miedos al contagio, o al contacto estrecho con el dolor y la muerte. Han sido varios los casos de este tipo en Italia y EEUU de profesionales de primera línea. Incluso en Alemania se ha descrito el suicidio de un político relacionado en los medios con su incapacidad para superar la responsabilidad sobre las consecuencias económicas y sociales de la pandemia.
Solo en un caso parece que haya una relación directa entre el coronavirus y la conducta suicida. Este caso registrado en México nos habla de una persona que a causa de la desorientación y los síntomas provocados por la enfermedad intentó acabar con su vida, para acabar muriendo más tarde a causa de la enfermedad.
La opinión de expertos
A través de medios digitales, diversos organismos han destacado el posible repunte de suicidios en esta época, por ejemplo, relacionado con el confinamiento. Sin embargo, no dan mayores datos y se basan en opiniones de profesionales versados en el tema.
Otros artículos ofrecen datos sobre el aumento de la atención en niños y adolescentes relacionados con la violencia física, psicológica y sexual dentro del ámbito doméstico durante el confinamiento. Esta información parece ser consistente con estudios previos.
En otro medio, la psicóloga murciana Laura pilar Moya indica la necesidad de hablar y comunicarse cuando existe presencia de ideas suicidas que relaciona no solo con no salir a la calle, sino con el miedo al contagio, el duelo y la incertidumbre laboral, social y económica.
¿Qué sabemos de otras pandemias?
Es pronto para encontrar en la literatura científica estudios de amplio calado sobre el tema. Por la gravedad de la situación necesitamos movernos según lo ocurrido en diversas situaciones anteriores. La última pandemia de este tipo se sufrió a principios del S. XX , hace ahora un siglo, durante la mal llamada gripe española.
Si bien existen analogía entre ambas epidemias, en otros sentidos son incomparables. La pandemia de 1918 se llevó al vida de entre 50 y 100 millones de personas y coincidió con uno de los períodos mas luctuosos de nuestra historia, la Primera Guerra Mundial. La evolución socioeconómica también era muy diferente. Durante este período los medios de comunicación hablaron de la presencia de conductas violentas y suicidios achacados judicialmente a una «psicosis o delirio durante la influenza».
Pero, ¿qué dice la ciencia?
El estudio de la relación entre los coronavirus y el suicidio no es algo nuevo, aunque aún queda mucho por investigar.Author links open overlay panelOlaoluwa Okusag (2011) destacó la falta de estudios sistemáticos sobre este tema ante la presencia de casos que vinculaban ambos trastornos en el último siglo. En especial, la relación entre la influenza B y coronavirus con los trastornos del estado de ánimo y con la conducta suicida.
Ya durante este año, existen publicaciones que hablan sobre este tema. Reger, Stanley y Joiner (2020) advierten sobre las posibles consecuencias del distanciamiento social sobre la muerte por suicidio. Los autores lo relacionan con el estrés económico, el aislamiento social y la falta de accesibilidad a recursos de apoyo comunitario, religioso y de salud mental. También a problemas de salud, ansiedad, incremento de suicidios entre personal sanitario, incremento de venta de armas de fuego (EEUU) e incrementos debido a la estacionalidad (finales de la primavera e inicios del verano en el hemisferio norte).
Para abordar este problema, los autores recomiendan diferenciar entre distancia física para evitar el contagio y distancia social, usar medios telemáticos de salud mental, aumentar accesibilidad de estos servicios, los programas de prevención del suicidio basados en la evidencia y seguir escrupulosamente las indicaciones para la publicación de noticias sobre suicidios en medios de comunicación.
Comunicación responsable y preventiva del suicidio
En conclusión, todo parece señalar un posible repunte (prevenible) de conductas suicidas provocado por las consecuencias psicosociales de la pandemia (aislamiento social, desempleo, cierre de negocios, problemas económicos, aumento de la violencia intrafamiliar…). Esto indica claramente la necesidad de tomar medidas preventivas en esta dirección para el control de esta consecuencia en la que, como siempre, debemos estar todos.
Dada la universalidad del fenómeno suicida independientemente de la cultura o estratos socioeconómicos y su complejidad en su vertiente social, los medios de comunicación juegan un papel esencial en su prevención.
Los medios de comunicación social son una parte esencial de este puzzle, y deben comunicar en estos casos siempre desde la mayor responsabilidad y evitando en todo momento el sensacionalismo que puede provocar inseguridad o refuerce la imitación de este tipo de conductas (efecto Werther), o aumente el dolor de los supervivientes.
Me confieso. Me propuse no escribir nada sobre el coronavirus. Lo conseguí durante todo este tiempo, pero hoy no me he podido resistir. Incluso llegué a eliminar borradores que nunca verán la luz. Hoy lo hago con la excusa de hablar de las consecuencias psicológicas y emocionales de la crisis, pero con el objetivo de compartir algunas reflexiones. Todas tienen el punto en común de abordar la crisis del COVID-19 desde el punto vista psicológico.
Hace algo más de un mes el panorama que ahora se presenta ante nosotros hubiera formado parte de una película mala de serie b. Una película, de esas distópicas, que nos presentan un mundo apocalíptico ahondando en nuestros miedos más ancestrales.
Ahora esa película de serie b se ha convertido en nuestra cotidianidad. Y en esta nueva realidad que estamos viviendo nos sobreponen las imágenes más dramáticas. Desde el Palacio de Hielo de Madrid que se convirtió en un improvisado almacén para poder albergar los cuerpos de los fallecidos por COVID-19 o las tremendas imágenes de nuestras residencias de ancianos hasta las colas de vehículos en algunas ciudades para desplazarse a sus segundas viviendas de ¿vacaciones?. Las dos caras más extremas de la crisis que transformará nuestro mundo irremediablemente.
Comunicación en tiempos de pandemia
A nadie se le escapa ya la gravedad del momento histórico que estamos viviendo. A la crisis sanitaria provocada por el COVID-19 que está teniendo como consecuencia importantes pérdidas humanas se une la crisis económica fruto del confinamiento y la parada obligatoria de gran parte del entramado empresarial. Malos tiempos que cursan con miedo, dolor, ansiedad y preocupación por el futuro.
El mundo se enfrenta a un momento importante de su historia. Estamos viviendo cambios que seguramente cambien nuestra forma de ver y sentir la vida y nuestros hábitos. La pandemia viene en un momento de crisis de un modelo económico que se basa en la desigualdad de la riqueza y los recursos, en un modelo productivo insostenible basado en el crecimiento continuo, un modelo energético poco amable con la naturaleza y un estilo de vida que resuelve los conflictos y problemas desde la competitividad y no desde la colaboración. En este caldo de cultivo, cuesta trabajo vislumbrar una salida a esta crisis, no tanto porque no la haya, sino por estar inmersos y a veces bloqueados por la carga emocional y el estrés que está produciendo en gran parte de la población.
Y esto se ve reforzado por la aparición de visionarios, agoreros, nuevos especialistas y expertos, epidemiólogos de fin de semana y políticos a media jornada. Todos parecen en una alocada carrera en la búsqueda de notoriedad, sin perder la oportunidad de vaticinar los peores horrores incrementando el miedo. Un miedo que a veces se aleja del problema real y que se convierte en el vaticinio de la llegada del apocalipsis y en una maquiavélica forma de controlar nuestra conducta.
Por otro lado, pocos se atreven a hablar de soluciones concretas y muchos se limitan a reforzar los malos datos con titulares grandilocuentes, cuando no es una crítica destructiva a todo intento de solución. «Actuamos demasiado tarde», «las medidas son demasiado pocas», o «las medidas son demasiado exageradas» son frases utilizadas de forma indistinta para expresar malestar por lo que está ocurriendo y que forman parte de la queja por la queja.
El lenguaje bélico
En ese sentido nos encontramos con la metáfora bélica. No nos es ajena la utilidad que en estos momentos pueda tener apelar al sentimiento patriótico para mantener la disciplina ciudadana y el sentimiento de unidad que pueda ser útil para afrontar estos duros momentos, pero esto no es una guerra. Esto es una crisis de salud pública y no un enfrentamiento armado y creo que hay que usar el lenguaje adecuado. Una crisis sanitaria requiere de medidas sanitarias.
El componente ideológico de la metáfora bélica tiene claros inconvenientes, porque permite tomar medidas de restricción de libertades apelando al enemigo común que corren el riesgo de mantenerse una vez acabada la crisis. El cierre de fronteras, la restricción de libertad de movimientos, el confinamiento y otras medidas como el distanciamiento social son justificables ante la previsión de una pandemia, pero en absoluto como medidas preventivas para evitarlo. Fomentan la xenofobia y la desconfianza y no tienen nada que ver con la realidad preventiva.
No alimentemos la desesperanza: un canto a la esperanza
Ahora es necesario centrarnos en las soluciones más que en los problemas. Sin duda, saldremos de esta. El cómo, sin embargo, está por escribir. Pensar en los problemas de forma reiterada nos consume las energías. Resérvalas para centrarte en qué puedes hacer para mejorar la situación que estás viviendo. Tienes muchos recursos personales por explotar y si buscas lo suficiente no estarás solo para conseguirlo.
No alimentes la desesperanza. La situación ya es suficientemente dura, como para crear un clima aún más negativo. Una de las emociones que más se repiten en las personas con conductas suicidas es la desesperanza. Aléjate de ella, es producto de tu mente. Hay cosas en la vida que no tienen una solución ideal, pero siempre podrás elegir como deseas vivirla.
“No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede”
EPICTETO
Las crisis sacan lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Todos tenemos una oportunidad pero es una oportunidad que no podemos dejar pasar. Es más fácil de lo que crees o más difícil, lo que tu desees.
Efectos psicológicos de la pandemia y el confinamiento
Los efectos psicológicos de la pandemia y el consiguiente confinamiento aún están también por escribir. Como siempre, este tipo de situaciones afectará notablemente más a las personas y grupos más vulnerables. En ese sentido, cabe esperar poco efecto a largo plazo en la mayor parte de la población. Sin embargo, aquellas personas que han perdido personas cercanas, que han sufrido un confinamiento más duro, que sean afectados más gravemente por las consecuencias económicas negativas o que sufren trastornos psicológicos previos serán con mayor probabilidad víctimas de secuelas psicológicas posteriores.
Durante todo este tiempo he pasado de la incredulidad, al miedo y al dolor por ver a tantas familias sufriendo por la muerte de sus familiares. Y es que esta muerte no es normal. El coronavirus nos robará muchas cosas, muchas de esas superfluas, pero nunca tan dura como el derecho a enterrar a nuestros muertos y despedirnos de ellos de forma adecuada.
Una de las situaciones más graves que podemos vivir durante la pandemia son las pérdidas de personas cercanas. Si has perdido a una persona querida o varias durante la pandemia, si la vida te ha robado la posibilidad de despedirte adecuadamente de ellas, tu duelo puede ser más duro. Sin embargo, podrás aprender a afrontarlo adecuadamente y rehacer tu vida integrando los cambios que las pérdidas supongan en tu vida.
«Murió solo, no pudimos despedirnos cuando estaba en su partido más difícil, ni velarlo… ni nada”.
Fernando Sanz, hijo de Lorenzo Sanz, expresidente del Real Madrid fallecido por COVID-19
Otras situaciones relacionadas, como el distanciamiento social y la restricción de la libertad individual, también repercuten a corto plazo en nuestro estado de ánimo pero no necesariamente revertirán en consecuencias a largo plazo. Todos y todas tendremos que aprender a volver a la normalidad y encontrar el equilibrio entre la prevención por el contagio y la necesidad humana del contacto físico. No permitamos que el miedo se convierte en un instrumento para aumentar nuestra soledad. Cuando todo esto pase, recuperemos juntos el derecho a ser libre, pese a que seguro que habrá gente que deseará utilizar lo que ocurrió para sacar rédito político e imponer su contenido ideológico.
Prevención del suicidio en el período post-epidemia
El suicidio es un problema complejo y multicausal de carácter prevenible. En las últimas semanas tanto en España como en los países latinoamericanos han aparecido noticias de personas con conductas suicidas que los medios han relacionado directamente con el COVID-19.
Atribuir los suicidios a una sola causa es poco preventivo y desacertado. Cada persona que emite una conducta suicida presenta un conjunto de causalidades que solo puede entenderse en su conjunto. El COVID-19 puede ser un precipitante, pero las causas son mucho más complejas.
Durante esta etapa, quizás deberíamos plantearnos extremar la responsabilidad a la hora de comunicar conductas suicidas a través de medios de comunicación y redes sociales. Las indicaciones de la OMS y otros organismos son bastante claras en este sentido. Tan claras como poco seguidas en muchos casos…
Recuerda que no estás solo. Tanto si tienes ideas suicidas como si pierdes a un familiar por suicidio si busca, encontrarás a personas dispuestas a acompañarte en los momentos más duros. No temas pedir ayuda y permite que los demás decidan si desean o no acompañarte. Nunca te rindas, sigue buscando y las encontrarás.
De héroes y villanos
Acabo este artículo con otra reflexión que tiene que ver con la necesidad humana de señalar a los malos y a los buenos. Los momentos más traumáticos sacan de los seres humanos su peor y su mejor cara. Por desgracia en esta película no hay héroes ni villanos. Solo hay personas, personas que como el personal sanitario, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, el de limpieza, el del transporte, el de supermercados y tiendas de alimentación, gasolineras, periodistas e incluso políticos (algunos de ellos) y otros cientos de profesiones…. que estuvieron ahí cuando tuvieron que estar.
También están Los niños y niñas y todas las personas que más han sufrido el confinamiento, nuestros mayores en quién más se ha cebado la enfermedad, aquellas personas anónimas que hicieron de esta etapa algo menos duro, que salieron todos los días a aplaudir u que de alguna u otra manera han hecho de la desgracia una oportunidad para cambiar.
Huyamos de los papeles que nos hacen héroes, seamos simplemente la mejor versión de nosotros mismos. Sobre todo en la etapa que nos queda por vivir. Ahora, más que nunca nos necesitamos.
En esta entrada os ofrecemos un resumen cuantitativo y cualitativo de las respuestas de los participantes del curso «Prevención de la conducta suicida entre personas trans en la adolescencia y la juventud» extraído de su evaluación de satisfacción (137 respuestas).
Los participantes han valorado su satisfacción general sobre la acción formativa en 4,48 sobre 5 puntos.
Aspectos positivos
Los participantes han destacado los siguiente puntos positivos de la acción formativa:
Sirve para concienciar, desterrar tabúes y generar estrategias. Es interesante, completo, útil, clarificador, sencillo, ordenado, cómodo, fácil de hacer y dinámico, enriquecedor, emocionante, de calidad, humano, actualizado, aplicable, claro, concreto y ameno.
Usa lenguaje sencillo y próximo y una diversidad de fuentes de información.
Se adecua a los contextos y tiene buena organización y atención del alumnado.
Entre los aspectos más valorados, los participantes señalan:
Cantidad y utilidad del material complementario, casos prácticos, vídeos, explicaciones en las correcciones de los test como herramienta para aprender, material académico sobre acoso homofóbico y la guía juridica.
El apartado de «recreo» es interesante y llamativo y los documentales sobre duelo y las aportaciones de los profesionales son interesantes.
Áreas de mejora
Los participantes han señalado las siguientes áreas de mejora:
Aumentar la información y la especificidad a la comunidad trans y en menores y adolescentes y sus factores de riesgo, teniendo más en cuenta a las entidades de familias de menores trans y las voces de los jóvenes.
Mejorar la inclusión de personas no binarias y lenguaje inclusivo.
Incluir análisis de la Ley trans.
Evitar tratar la transexualidad como un problema de ambivalencia, elección, dudas…
Evitar material o información repetitiva y redundante.
Aumentar la duración del curso.
Incluir ejercicios de evaluación que incluyan texto o más complicados y evitar la confusión en las preguntas.
Facilitar la descarga de los materiales en pdf o vídeo.
Incluir temas más concretos de intervención terapéutica para profesionales.
Mayor grado de profundización.
Mejorar problemas técnicos, proceso de inscripción e información sobre los plazos.
Aumentar la participación en foros y la interacción entre participantes y trabajo en grupos pequeños.
Bibliografía en castellano.
El equipo de papageno.es agradece a los participantes la oportunidad de aprender juntos. Hemos aprendido mucho y se nos ha abierto una nueva forma de entender la atención a personas y familias trans.
También ha sido una experiencia de inmersión para intentar usar lenguaje inclusivo. Aunque somos conscientes de que debemos seguir mejorando y mucho, agradecemos a las organizaciones colaboradores (Euforia y Chrisallys) y al resto de participantes, su trabajo por ayudarnos en este aspecto.
En el caso que existiera alguna característica común a aquellas personas fallecidas por suicidio la más probable sería la vivencia de soledad y desesperanza. Y es que la persona que se suicida, no sólo puede carecer objetivamente de apoyos sociales, sino que en muchas ocasiones deja de percibir los recursos de su entorno social más cercano.
Todas las personas nos sentimos solos en nuestra vida cotidiana. Pese a nuestra incapacidad para recordarlo, podríamos decir que la primera vez que sentimos esa sensación de «separatidad«, como la denominó el psicólogo Erich Fromm, es en el momento del parto. Si el embarazo no ha sido problemático, cuesta creer una situación donde uno pueda sentirse más seguro. El parto, nos hace conscientes por primera vez de la soledad en toda su intensidad. Algunos autores dicen incluso que las emociones de los primeros momentos dejan una huella mnémica en nuestro cerebro.
En la mayoría de las ocasiones, aprendemos a afrontar la soledad de manera adaptativa. Pero, ¿qué ocurriría si alguien pensara que esa soledad fuera eterna? Entonces hablaríamos de desesperanza. Para entenderlo tenemos que tener en cuenta que en español la palabra soledad tiene varias acepciones. Nos referimos a la soledad no deseada. A aquella que produce emociones displacenteras y que te hacer sentirte desconectado del mundo que te rodea.
«La vivencia de la separatidad es la fuente de toda angustia. Estar separado significa estar aislado, sin posibilidad alguna para realizar las capacidades humanas. De ahí que estar separado signifique estar desvalido, ser incapaz de aferrar el mundo -las cosas y las personas».
Erich Fromm
El suicidio como acto social
En consecuencia, los seres humanos nos caracterizamos por el desarrollo de lazos sociales complejos que justifican gran cantidad de nuestros comportamientos. El suicidio no es solo un acto social porque se da en una coyuntura socioeconómica y cultural concreta. También lo es por el hecho de que el peso de las variables familiares y sociales tienen un peso importante. En ese mismo sentido, los grupos de socialización, el familiar, el escolar y el laboral pueden constituir importantes factores de riesgo o protección. Esta motivación a moverse en grupos sociales aumenta la probabilidad de supervivencia.
Por otro lado, la persona con ideación suicida piensa en muchas ocasiones de forma errónea que su muerte liberará de una carga a sus familiares y allegados. Niegan o desconocen el hecho de que una muerte por suicidio afecta dramáticamente a su entorno familiar y social más cercano. En otras ocasiones el suicidio se convierte en la forma de expresar un daño, responsabilizando a otros de su decisión. Sea como sea, el suicidio es un salto hacia delante de una persona que no se siente capaz de responder a sus problemas.
Sin embargo, no estás solo
Por eso, si te sientes deprimido, desesperanzado o solo, mira a tu lado. Si miras lo suficiente acabarás encontrando a alguien a tu alrededor que te ayude a pasar esta crisis. No es fácil responsabilizarse de la soledad. Afrontarla es uno de los actos de valentía más grande que tendrás que hacer esta vida. Pero no estás solo. Muchas personas podemos ayudarte a conseguirlo.
Y tú buscando a alguien y me tenías a tu lado
Si encontrar a alguien dispuesto a ayudarte te resulta complicado, te invitamos a pasar un tiempo juntos. Así que si cuando sientas desesperanza necesitas a alguien que te asesore para encontrar la ayuda que necesites, escribe al WhatsApp 633 169 129. Te esperamos al otro lado. algún día tendremos que separarnos, pero no será en este momento. Vivamos juntos esta etapa.
El acto suicida no es un acto de libertad
Algunas personas defienden el acto suicida como un acto libre. Cabe reflexionar, si alguien influenciado por la negatividad propia de la tríada cognitiva descrita por Beck en los procesos depresivos con una visión negativa de uno mismo, como de los demás como del futuro (cuando esto no tiene ningún dato objetivo que lo corrobore) está capacitada para tomar decisiones libres.
Los expertos en suicidio repiten una y otra vez a forma de mantra la frase «El suicidio es una solución permanente a un problema temporal». Seguro que eres importante para mucha gente, ya lo eres para nosotros.
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