Es Doctora en Psicología, profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo, especialista en Terapias de Tercera Generación y Psicóloga General Sanitaria. Ha sido investigadora del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (Instituto de Salud Carlos III) y profesora visitante del National Suicide Research Foundation de Cork (Irlanda) y del Center for Practice Innovations – Suicide Prevention de la Universidad de Columbia (Nueva York, Estados Unidos), institución para la que fue galardonada con una beca del prestigioso programa Fullbright. Es miembro de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Psicólogos del Principado de Asturias y Editora Asociada de las revistas científicas Psicothema, Clínica y Salud, y Adicciones.
El suicidio como primera causa de mortalidad externa entre jóvenes
En el año 2019, por primera vez, los suicidios superaron como causa de muerte a los tumores y los accidentes de tráfico de la juventud española (15 a 29 años), convirtiéndose en la primera causa de defunción en esta franja de edad. En España, la prevalencia de pensamientos de suicidio en población adolescente se sitúa en torno al 30%, mientras que la de intentos de suicidio es del 4%, aproximadamente. En general, los varones adolescentes mueren por suicidio tres veces más que las chicas de su misma edad. Sin embargo, la tasa de intentos de suicidio es tres veces mayor en ellas que en ellos. Pero aún hay más: no solo nos referimos al suicido consumado, sino al amplio espectro de conductas suicidas que abarcan desde los pensamientos hasta la planificación y los intentos de suicidio, con el subsecuente sufrimiento personal y familiar que conllevan.
El suicidio en la adolescencia
El abordaje del suicidio en la adolescencia es relevante por varios motivos: las conductas suicidas en población infanto-juvenil han sufrido un gran aumento en las últimas décadas; cada vez se registran más suicidios a edades más tempranas; la mayoría de personas que han considerado o intentado suicidarse lo hicieron por primera vez durante su juventud, típicamente antes de los veinte años; los pensamientos de suicidio y las conductas auto lesivas son predictores bien establecidos de nuevos intentos de suicido en el futuro y de problemas para el desarrollo social y emocional del joven; la muerte por suicidio de un menor supone un auténtico drama familiar agravado por el estigma social; y, finalmente, la mayoría de los adolescentes que intentan suicidarse comunican sus pensamientos antes de llevarlo a cabo. Por todo ello, la comunidad debe estar especialmente alerta a las “señales de alarma”, que comprenden la comunicación verbal y no verbal del niño o adolescente, así como cambios en su comportamiento o en el rendimiento escolar, soledad, asilamiento, acoso escolar, consumo de drogas, interés repentino por la muerte (más allá de los conflictos existenciales “normales”), comentarios del tipo “estaríais mejor sin mí”, “no sé qué hacer con mi vida”, etc. De hecho, la literatura científica ha puesto de relieve la importancia de que los adultos que forman parte de la vida de estos jóvenes conozcan las posibles señales de alarma previamente señaladas para una adecuada prevención.
No existe un camino único que lleve a un adolescente a intentar quitarse la vida o a realizar conductas que pongan en peligro su bienestar. Explicar las causas de este fenómeno no es fácil ya que, como en casi todos los fenómenos complejos, no hay una única respuesta. El suicidio no es algo que ocurra en el vacío, sino que tiene lugar en un contexto específico y en unas circunstancias determinadas de la vida de un adolescente en las que la desesperanza y el sufrimiento cobran especial relevancia. A pesar de estas dificultades, el suicidio es prevenible. Y, tal y como ha señalado la Organización Mundial de la Salud (OMS), dicha prevención requiere un enfoque innovador, integral y multisectorial, con la participación de todos los agentes sociales (sanidad, educación, familia, medios de comunicación, etc.).
¿Qué hace que la adolescencia sea un periodo de alta vulnerabilidad?
Se trata de una etapa caracteriza por ciertas dificultades en la que los jóvenes deben resolver algunas tareas evolutivas, tales como diferenciarse de sus padres, desarrollar un sentimiento de pertenencia a un grupo o aprender a relacionarse con su nuevo cuerpo y su sexualidad. Además, a estos problemas se une un nuevo fenómeno: el uso de las nuevas tecnologías de la información que favorecen conductas de riesgo y potencian formas de comunicación rápidas, un tanto deshumanizadas (literalmente ya no hay humanos, sino emoticonos, stickers, memes y GIFs), que no permiten desarrollar las habilidades sociales ni las competencias emocionales básicas que necesitamos para resolver los inevitables envites de la vida. El ritmo frenético y la dudosa información de las redes sociales hace que permanecer a solas, sin nada más que hacer que pensar, sea casi insoportable para nuestros jóvenes. La intolerancia a la frustración y al aburrimiento es uno de los grandes males de esta generación de niños y adolescentes y, lejos de ser inocua, tiene importantes implicaciones en su salud mental y en la impulsividad de sus acciones. No solo cambia su manera de comunicarse sino también su forma de “ser-en el-mundo”.
¿Qué puede hacer la comunidad educativa?
Al igual que en todas las conductas problemáticas de la adolescencia, la intervención en los contextos educativos es algo crucial. No es necesario que los programas de prevención se centren explícitamente en el suicido sino, más bien, en el aprendizaje de competencias emocionales para manejar las situaciones de crisis, fomentar una buena salud mental, promover las redes de apoyo social, identificar situaciones de riesgo, etc. La OMS señala otras intervenciones eficaces como la formación del personal educativo en la identificación de alumnos en riesgo, las iniciativas para garantizar un entorno escolar seguro (como los programas contra el acoso escolar), el refuerzo de los vínculos con el colegio y los servicios de apoyo, la mejora de la legislación y el desarrollo de protocolos claros para el personal cuando se identifique el riesgo de suicidio, así como mejorar la concienciación de los padres sobre la salud mental y los factores de riesgo en sus hijos. “Hay que recordar a los profesores o cuidadores que hablar del suicidio con los jóvenes no aumentará el riesgo de suicidio, sino que los jóvenes se sentirán más capacitados para acudir a ellos en busca de apoyo cuando lo necesiten”, recuerda la OMS.
¿Qué pueden hacer las familias?
Tengamos siempre presente que el suicidio rara vez se debe a una única razón. Los factores de riesgo familiar implicados en la conducta suicida no son diferentes de los que puedan desempeñar los “grandes clásicos” de los problemas en la infancia y la adolescencia: conflicto familiar, maltrato, desapego, ausencia de comunicación, etc. Por el contario, algunos de los factores protectores asociados a una reducción del riesgo de suicidio en la infancia y adolescencia son: alta cohesión familiar y bajo nivel de conflictos, habilidades de solución de problemas y estrategias de afrontamiento, actitudes y valores positivos hacia la vida, nivel educativo medio-alto, alta autoestima, y adecuados sistemas de apoyos y recursos, entre otros. Por lo tanto, es necesario potenciar una educación basada en el amor, el respeto, lo límites y los valores, así como cultivar la existencia de propósitos y objetivos. También es fundamental deshacerse de los mitos en torno a la conducta suicida: el suicidio no es un trastorno mental ni un síntoma de otro problema de salud mental, sino que es un pensamiento al servicio de una situación que es vivida como insoportable o interminable por parte del adolescente. Y nunca hay que subestimar ese dolor. Está en manos de las familias evitar simplificar el fenómeno y dejar hablar entre susurros sobre algo que debe hablarse alto y claro: la gestión emocional del dolor, la frustración, la ética, los valores personales, las crisis de las diferentes etapas de la vida, la visión romántica de la muerte, la idealización del amor romántico, etc. Es razonable que nos sintamos incómodos hablando de algunos temas, pero los adolescentes que piensan en suicidarse están asustados, ambivalentes hacia la vida, y agradecerán tener la ocasión de encontrar un espacio seguro para hablar de esos pensamientos que les acosan y liberar la vergüenza y el temor. A veces, pequeños gestos pueden empezar a inclinar la balanza hacia la vida.
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Los libros reseñados en esta entrada del blog contienen descripciones explícitas sobre conductas suicidas de especial dureza.
Cuanto más difícil es expresar el dolor con palabras, mayor reto supone hacer dos regalos como nos hacen los autores Piedad Bonnett y Martín Sivak. Dos libros recios, duros, sin paliativos, que hablan de un tema a los que otros muchos prefieren dar la espalda: el suicidio. Ambos se internan en forma de autopsia psicológica de corte literario en la creación de una explicación íntima sobre la muerte de sus seres queridos.
Piedad Bonnett, es escritora, ensayista, poeta y novelista nacida en Amalfi, Antioquía en 1951. Es licenciada en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes y profesora desde hace cuatro décadas. Tiene una maestría en Teoría del Arte, la Arquitectura y el Diseño.
El texto de Bonnet no solo describe pormenorizadamente qué significa ser supervivientes del suicidio, sino que es de una belleza y una facilidad de lectura que lo hace un libro ideal para entenderlo desde una perspectiva íntima.
A lo largo de sus páginas la autora narra las vicisitudes de la familia para acompañar a su hijo que padece un trastorno mental y su batalla por afrontarla. Su miedo y su dolor impregna cada párrafo y además de recordarnos la futilidad de la vida, de la que ninguno estamos a salvo, nos ayuda a conocer a su hijo y las circunstancias de su muerte.
Sin sensacionalismos, pero con dureza, describe el camino que los llevó vivir en primera persona la experiencia de perder a un hijo por suicidio.
Seguro que será un ejercicio terapéutico para la escritora y para todas aquellas personas que quieran mirar de frente este problema de salud pública que supone un reto.
No contiene paños calientes para nadie. Sin rencor, también relata las dificultades frente al sistema sanitario de su país y todas las barreras impuestas por el estigma alrededor de los problemas de salud mental.
Muy recomendable para personas que deseen profundizar en el tema.
La Organización Mundial de la Salud viene denunciando una falta clara de medios dedicados a la salud mental que hace que en los países desarrollados del 44-70% de personas con problemas mentales no reciban tratamiento, cifra que alcanzaría casi al 90% en los paises más desfavorecidos.
Invertir en SALUD MENTAL (OMS, 2014)
Martín Sivak periodista argentino nacido en 1975. Director de EldiarioAR, licenciado en Sociología y doctor en Historia de América Latina. Escritor de libros de no ficción. Profesor de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Ha publicado varios libros de investigación periodística.
En contraposición con el libro de Bonnet, Martín narra en este libro la muerte por suicidio de su padre cuando él apenas contaba con 15 años. Su libro nos zambulle en la Argentina más auténtica. En los recovecos de su narración uno llega a creer que siempre conoció a ese hombre al que el sufrimiento le hizo quitarse la vida. Un recorrido por toda la vida de este banquero marxista, preso y exiliado que no supo bajarse de un tren en el que se vio empujado a vivir y que se vio envuelto en un mundo empresarial al que ni quiso ni supo pertenecer.
Ni héroe, ni villano, un simple ser humano que ante el escándalo provocado por la quiebra de sus negocios, además de otras causas, no supo afrontarlo de otra forma. Un relato fácil de leer que explica las causas que un hijo ve detrás de la desaparición de su amado padre. Un texto respetuoso y exento de sentimentalismos, pero humano y poderosamente arrebatador.
Ambos libros son muy recomendables, aunque no dudemos en referirnos de nuevo a su crudeza. Textos ambivalentes en un intento de sus autores de entender la sombra oscura que irrumpió en sus vidas con el fallecimiento de sus seres queridos y llevar a otra fase sus duelos.
El suicidio en la adolescencia supone un problema de salud pública de primer orden como primera causa de mortalidad a esas edades. Catherine R. Glen y colaboradores realizan una revisión para determinar las tasas de mortalidad por esta causa en adolescentes de 10 a 19 años en países de todo el mundo.
Resumen de la investigación
El estudio recoge datos disponibles de diferentes países considerados de alta calidad de la Base de datos de Mortalidad de la Organización Mundial de la Salud y los relaciona con datos de accesibilidad a métodos letales, indicadores económicos y de desigualdad.
El resultado de la investigación es bastante heterogéneo. A nivel mundial se estima una tasa de 3,77 por 100.00 habitantes. Los países con mayores tasas fueron Estonia, Nueva Zelanda y Uzbekistán. Las tasas más altas de dieron en el grupo de edad superior en el intervalo estudiado y fue superior entre hombres.
Las desigualdades económicas correlacionaron con una mayor diferencia en el ratio entre hombres y mujeres.
Suicidio entre adolescentes en España
Según el estudio, las tasas de suicidio entre adolescentes de 10 a 19 años en España es de 1,47 por 100.00 habitantes siendo superior en el tramo de 15 a 19 años, por lo que el país está por debajo del nivel mundial. Las tasas entre hombres dobla la de las mujeres.
Suicidio entre adolescentes en México
En México los indicadores son superiores. Las tasas de suicidio entre adolescentes son de 4,81 por 100.000 habitantes con peores tasas en el grupo de mayor edad. Las muertes por esta causa son casi el doble entre hombres respecto a las de mujeres
¿Cuáles son los factores de riesgo en el suicidio de adolescentes?
La Clínica Mayo advierte de diferentes circunstancias que pueden constituir factores de riesgo para la aparición de conductas suicidas.
Entre ellos destaca la presencia de trastornos físicos o mentales o antecedentes familiares, pérdidas de seres queridos o conflictos graves, antecedentes de maltrato o abuso, consumo de sustancias, embarazo no deseado, bullying, incertidumbre sobre la orientación sexual, suicidio en su entorno cercano o ser adoptado.
“Y en lo que va del 2020, se han certificado ya 58, con un mes de julio especialmente dramático, con 11 decesos por esta causa, una cifra que supone casi un 15% más que los que se contabilizaron el año pasado en el mismo periodo.”
Frente al temor generalizado a los efectos de la crisis Covid en la intención suicida y frente a publicaciones que parecían indicar una mayor atención hospitalaria de casos de tentativa, el INE nos ha mostrado que las percepciones subjetivas o la “lógica” deben contrastarse con la, muchas veces, sorprendente realidad de la evidencia estadística.
No. No ha habido repunte de casos de suicidio en España.De hecho, en lo que se ha dado en llamar “la primera ola”, en los meses de marzo, abril y mayo, se ha producido un descenso del orden del 20% en el número de fallecidos por esta causa respecto de los mismos meses del año anterior.
(Pese a la noticia del Diario Córdoba, el número de casos hasta mayo en la provincia fue de 19).
¿Significa eso que no hay motivos de preocupación?
Muy al contrario. Es evidente que hay muchos motivos de preocupación. El suicidio es un fenómeno complejo, con sus propias reglas y casi tantas motivaciones como individuos, pero que refleja claramente las tensiones sociales y los sufrimientos individuales, convergiendo en eso que hemos convenido en llamar “factores de riesgo”.
A nadie se le escapa que las tensiones emocionales interaccionan y se acrecientan con los problemas cotidianos. El desempleo, un futuro incierto, malas perspectivas económicas, la merma de independencia económica, o las pérdidas de seres queridos, son circunstancias que van a influir negativamente en la salud mental de las personas. A ello añadiremos la presión acumulada por la falta de movilidad, el cambio en la rutina diaria, el estrés aguzado en determinadas profesiones, la tensión de un mayor número de horas de convivencia familiar o, peor aún, la soledad. Es un cóctel peligroso que nos permite entender el temor de los profesionales de la salud mental y difundido en medios y redes sociales a un “boom” en la intención suicida.
Suicidios de enero a mayo de 2020
Gracias a un enorme esfuerzo, el INE ha sido capaz de adelantar la publicación de los datos sobre fallecidos por causa de muerte de los cinco primeros meses del 2.020. Entre ellos, las que son resultado de la infección por Covid-19, pero también el efecto causado por esta pandemia sobre el resto de la casuística.
Lo más remarcable de esos datos es que las medidas obligadas de confinamiento y, muy posiblemente, por la saturación de los servicios sanitarios, han producido una notable distorsión en muchas de las causa de muerte entre marzo y mayo de 2.020.
La más obvia es el descenso en el número de fallecidos en accidentes de circulación debido a la menor movilidad. Pero hay más. Una de ellas, y a priori bastante sorprendente, es el menor número de muertes por suicidio y lesiones autoinfligidas.
Sin adentrarnos en complejos (y a veces poco útiles) análisis estadísticos, es fácil hacer una descriptiva que nos muestre como ha afectado esta crisis a las intenciones suicidas.
Frente a un arranque de año negativo, se observa como el número de suicidios desciende en marzo y conserva ese sesgo hasta mayo:
Comparando el periodo enero/mayo de los últimos años, los datos absolutos también muestran que los casos de muerte autoinfligida son más bajos en el 2.020:
El seguimiento que hemos ido haciendo a partir de los datos difundidos por Sanidad, y de los que se han ido haciendo eco los medios de comunicación, nos han permitido saber que la pandemia ha golpeado de forma muy desigual en los diferentes territorios. Las muertes por Covid ha sido muy distinta en ambas Castillas o Madrid que en los territorios insulares, Andalucía o Murcia. Aún así, a la vista de los datos recientemente publicados, no es posible extraer un patrón claro que vincule el nivel de afectación de la enfermedad con las tasas de fallecidos por suicidio. Así pues, mientras que en en Madrid se ha incrementado un 21% y Castilla la Mancha un 12%, respecto del mismo periodo de 2.019, en Castilla León ha visto reducido el número de suicidios en un 17%. De igual manera, las variaciones en el número de suicidios en aquellas regiones menos afectadas por Covid parecen indicar que no hay una relación simple y evidente entre ambas.
¿Cómo se explica este fenómeno de la reducción del número de suicidios?
Amigos psicólogos me explicaron hace tiempo una premisa que nunca deberíamos olvidar:
Uno de los elementos capaz de frenar la intención suicida es el pensamiento en el dolor que produciría en sus allegados. La persona que sufre, se rearma para evitar que su muerte dañe a los seres queridos, especialmente cuando puede pensar que es “un mal momento” para ellos.
Al igual que ocurriera con la crisis económica iniciada en 2.008, todo parece indicar que en los primeros años de la crisis, algunas de las personas en riesgo de suicidio, optan por rechazar la decisión de materializar su ideación suicida. Debemos suponer por los datos que ese rechazo inicial no evita muchas de esas intenciones suicidas y acaban convirtiéndose en solo un aplazamiento, que acaba mostrándose cuando, contra la simple lógica, empezamos a ver la luz al final del túnel.
La OMS, algunas instituciones europeas y las diversas organizaciones que se reúnen alrededor de la lucha contra el suicidio, tienen claro que junto con las políticas firmes de prevención se debe invertir en la atención primaria, planificar bien las estrategias y establecer protocolos eficaces.
Los expertos llevan tiempo advirtiendo sobre el drama del suicidio, el terremoto Covid se inició en nuestro país en marzo y, aunque el tsunami está al llegar, las autoridades no han considerado prioritario en este momento adoptar medidas preventivas.
Desgraciadamente, podemos ver ya con preocupación como el agua retrocede de la playa, reflejado en el descenso en el número de muertes, pero queda poco tiempo para evitar la embestida de esta primera ola de «suicidios Covid».
¿Haremos algo por evitar muertes? O peor aún, ¿Habrá empezado ya el «Tsunami»?
Últimamente, y a consecuencia de la alarma sanitaria por la pandemia por COVID-19, se ha especulado en algunos medios de comunicación entre la relación de esta enfermedad, el confinamiento, la crisis económica subsecuente y un mayor riesgo de suicidio.
En este sentido, son varias las circunstancias que podrían explicar una relación directa entre ambos fenómenos. Por un lado, se han descrito a través de medios de comunicación una relación directa entre la propia enfermedad por coronavirus y el suicidio. Parece que el estrés de muchas personas, entre ellos profesionales sanitarios por miedo a contraer la enfermedad o contagiar a personas queridas, podría ser un factor de riesgo. El confinamiento relacionado con la soledad y el aislamiento de personas vulnerables también podría provocar una mayor frecuencia de la aparición de conductas suicidas.
Por otro lado, existe cierta evidencia de que los desastres naturales como terremotos, tsunamis, huracanes… conllevan un aumento posterior de víctimas por suicidio. Igualmente parece que si bien estos fallecimientos podrían reducirse durante la crisis, esto podría revertir negativamente acabada la pandemia, a consecuencia del deterioro socieconómico y las desigualdades sociales que provoca o como consecuencia directa de aspectos psicológicos.
Por último, se han descrito efectos negativos alrededor de epidemias y pandemias debido a la incertidumbre sobre sus consecuencias y la desinformación avivada por los medios de comunicación que provoca un impacto pernicioso en la salud mental. Esto se puede relacionar con la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático.
Pero, ¿qué podemos hacer?
Parece pues que puede existir suficiente evidencia de que esta crisis sanitaria provocará, si no hacemos nada, una mayor tasa de suicidios. Pero, ¿podemos hacer algo para evitar este efecto?. Wasserman et al. (2020), en un artículo publicado en la revista World Psychiatry, señalan diferentes medidas para controlar este fenómeno.
Prevención universal del suicidio
Entre las estrategias universales dirigidas a toda la población, estos autores determina como medidas eficaces la lucha contra el desempleo, la pobreza y las desigualdades y la priorización de mejora de la accesibilidad a servicios de salud mental. Otro aspecto importante es la concienciación de los medios de comunicación para la difusión de información responsable publicitando los servicios de apoyo disponibles. Prevenir el aumento de consumo de alcohol y restringir el acceso a medios letales de suicidio son medidas igualmente esenciales en la prevención.
Prevención selectiva del suicidio
La implementación de medidas para grupos vulnerables (prevención selectiva) es otro pilar de la prevención. Las desventajas socieconómicas o las vivencias en primera línea o las pérdidas de seres queridos y cuando no se ha podido cerrar el duelo adecuadamente por las medidas de confinamiento, son factores que aumentan el riesgo.
Prevención indicada del suicidio
Entre las medidas de prevención indicada, es necesario detectar a personas vulnerables y mejorar la disponibilidad de tratamientos farmacológicos y psicológicos de los trastornos mentales, incrementando el uso de herramientas de telemedicina y otros medios digitales.
Alarmismo o esperanza
Frecuentemente ante situaciones de previsible peligrosidad es necesario que la población general, la administración y partidos políticos, los medios de comunicación y los profesionales sanitarios puedan tomar decisiones conociendo la realidad lo mejor que se pueda. Sin embargo, los alarmismos se convierten en profecías autocumplidas. La publicación de noticias sensacionalistas en torno al suicidio se ha señalado como un factor de riesgo por el efecto contagio, también denominado imitación, copycat o Werther.
Es pronto aún para saber como repercutirá toda esta situación en nuestra salud mental a largo plazo. En el caso del suicidio el INE, organismo responsable de las estadísticas sobre causas de mortalidad, ofrece los datos con un año de retraso por lo que este año se publicarán previsiblemente los de 2019. Por eso debemos ser cautelosos a la hora de determinar qué ocurrirá en este sentido.
Lo importante ahora es más ponerse manos a la obra para mitigar los efectos perniciosos de la alarma sanitaria. Somos conscientes de que es mejor «ocuparnos» de este tema que mostrar «preocupación» continua. En España en 2018 fallecieron 3.539 personas por esta causa, razón suficiente para extremar las medidas de control de este problema complejo y multicausal, pero prevenible.
Criminólogo y analista. Representante de la Asociación Unificada de Guardias Civiles. Lleva a cabo estudios epidemiológicos sobre salud laboral y conductas suicidas en el ámbito de la Guardia Civil, para alertar del problema y para la adopción de políticas activas de prevención.
Introducción: consumo de alcohol, cirrosis y suicidio
No hace mucho reflexionaba en este mismo blog sobre las diferentes tasas de suicidio entre dos Regiones de España aparentemente similares: Asturias y Cantabria.
Buscando peculiaridades sociogeográficas en ambas regiones que lo explicaran, encontré en el Atlas Nacional de Mortalidad en España (ANDEES) una característica de salud que señala un comportamiento distinto entre ambas: el nivel de fallecidos por cirrosis.
Existe una fuerte relación entre el consumo excesivo de alcohol y las enfermedades hepáticas crónicas. De hecho, han dado lugar a un cuadro clínico específico: la cirrosis hepática del alcohol. También hay bastante consenso científico en que el alcohol es una conducta asociada al fallecimiento autoinfligido, como también hay consenso entre el par depresión/suicidio como ya adelantaba Miguel Ruiz-Flores Bistuer en su entrada: Alcohol y suicidio, la pareja letal
Se podría escribir mucho sobre hábitos de consumo de alcohol en España y extraer información relevante a varios niveles con la información allí disponible: frecuencias de consumo, de consumo intensivo, borracheras, bingedrinking, etc. Invito a expertos y a profesionales sanitarios, psicólogos o sociólogos a que estudien este tema en profundidad, puesto que los hábitos de consumo de alcohol están íntimamente relacionados con muchas conductas suicidas.
Con mis limitadas posibilidades quiero centrar la presente exposición en un solo eje: Relación entre consumo de alcohol, depresión y fallecimiento por lesiones autoinfligidas.
Alcohol y género
Convendrán conmigo que hay algo que distingue con claridad una dolencia alcohólica de un cuadro depresivo: los efectos orgánicos del abuso del alcohol y el agravamiento de otras enfermedades. Y esas consecuencias, matan. Eso sin olvidar el elevado coste en accidentes de tráfico o en actos violentos. La OMS estima que son más de 3 millones de muertes las que ocasiona el alcohol cada año en todo el mundo.
Recordarán l@s más veteran@s aquel anuncio, en los años 60/70, de un brandi cuyo eslogan era: “Es cosa de hombres”. Pues resulta que aquel prototipo del machismo debió calar (mucho) y el consumo excesivo de alcohol en España hace honor a aquella publicidad aún hoy en día. El alcoholismo sigue siendo cosa de hombres. Como consecuencia, también lo son las enfermedades crónicas del hígado y las muertes que provoca por diferentes medios.
No es posible establecer en este trabajo si el fruto envenenado de este “modelo de masculinidad” asociado al consumo de alcohol es suficiente para explicar los cuadros depresivos y las conductas suicidas, pero si creo posible valorar si el deterioro físico y mental resultado de consumo crónico, puede ser un factor de riesgo para el suicidio.
Método
Animado por los resultados obtenidos a partir de las series de datos de Andees, intenté localizar otras fuentes sobre consumo de alcohol, asistencias sanitarias provocadas por alto consumo de alcohol, fallecidos por cirrosis alcohólica y prevalencias de cuadros depresivos que apoyaran esos datos. Además de las ya conocidas sobre fallecidos por causa de la muerte que se pueden obtener de Sanidad y del INE, he tenido en cuenta datos sobre ingresos hospitalarios clasificados por el diagnóstico principal. Aparte, he recopilado los resultados de las encuestas de salud que se publican en ambas webs (Encuesta Europea de Salud del INE y Encuesta Española de Salud del Ministerio de Sanidad).
Encontré datos sobre fallecidos por cirrosis alcohólica en la web de Sanidad (codificado CIE-10 “K70”), discriminando por Comunidades Autónomas, género y grupos de edad (15-64 años) entre 1999/2018. De la misma fuente obtuve los datos de fallecidos por lesiones autoinfligidas (codificado CIE-10 “X60-X84).
El propio Ministerio de Sanidad ofrece datos sobre ingresos hospitalarios con motivos “Trastornos mentales y del comportamiento debidos al uso de alcohol” (CIE-9 ”660”), por “Enfermedad alcohólica del hígado” (CIE-9 “571”) y “Cuadros depresivos” (CIE-9 “296”, “300” y “311”), en el periodo 1997/2015 desglosados también por CCAAs, género y edad.
Los datos pueden también obtenerse del INE a través de su portal estadístico.
La misma web de Sanidad nos ofrece una larga batería de datos sobre modos de consumo de alcohol recogidos en el Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad y en el INE obtenidos mediante encuestas (Encuesta EDADES del PND y Encuesta Europea de Salud y prevalencias sobre cuadros depresivos en el INE (Encuesta Nacional de Salud).
Con los datos detallados por año, Comunidad Autónoma, género y grupo de edad, obtuve una larga serie de tasas:
Fallecidos por cirrosis alcohólica por cada 100 mil habitantes.
Fallecidos por lesiones autoinfligidas por cada 100 mil habitantes.
Ingresos hospitalarios por trastornos mentales asociados al alcohol por cada mil personas asignadas.
Ingresos hospitalarios por cirrosis alcohólica por cada mil personas asignadas.
Ingresos hospitalarios por cuadros depresivos por cada mil personas asignadas.
Por otro lado, dispuse los resúmenes de dichas tasas para cotejarlas (por CCAA y género) con los datos disponibles de las encuestas sobre los modos de consumo de alcohol del Plan Nacional de Salud y Encuesta Europea de Salud, mediante correlaciones de Pearson. La falta de concordancia de los años de las encuestas y el periodo de los datos de las series largas nos obligan a considerar con reservas sus resultados.
Es necesario destacar que no he encontrado información detallada sobre prevalencias de consumo de alcohol o depresión más allá de las citadas encuestas. Los datos sobre ingresos o fallecimientos son “puntuales” en cada uno de los años analizados, lo que en estadística se denomina como incidencia. Este hecho no desvirtúa, en mi opinión los resultados, pues la incidencia de un problema de salud que, razonablemente, podemos suponer crónico o de larga duración nos indica directamente el nivel de implementación de la enfermedad, de forma asimilable a la prevalencia.
El plan de trabajo pretendía abordar un análisis descriptivo, mostrar esos datos mediante gráficas de barras de error y realizar cotejos sencillos mediante el coeficiente de correlación de Pearson, para determinar groseramente el nivel de relación entre las variables.
Las tasas de mortalidad que se expresan a edades avanzadas y la diversidad de sus causas nos invitan a dejar de lado el grupo de población de más de 65 años para tratar de simplificar el estudio.
Como enfermedad degenerativa, es raro encontrar muertes por cirrosis en edades tempranas. Pese a haber incluido en el estudio el grupo de edad “15 a 24 años”, solo se registran tres casos: Galicia en 2012, Navarra en 2007 y Asturias en 1999. Mi recomendación para quienes profundicen en el estudio es estrechar el límite de edad entre los 25 y los 65 años.
Resultados
Las series de datos de cada grupo de encuestas parecen concordar bien entre sí y, en menor medida, también con los series de las otras encuestas cuando analizan los diferentes patrones de consumo de alcohol. Ello es así incluso con las dificultadas intrínsecas del modelo de adquisición de la información y el número limitado de datos.
No hay una relación estrecha entre fallecidos por cirrosis del alcohol y los consumos expresados en las encuestas nacionales de salud.
Hay mejor relación entre cirrosis como causa de muerte y los consumos declarados en las encuestas europeas de salud.
Se observa que los cuadros de depresión menor y los cuadros severos de depresión moderada son los que más se asocian al consumo excesivo de alcohol.
La variable que mejor predice los ingresos hospitalarios, las muertes y los suicidios es la de personas que manifiestan no haber consumido alcohol en el último año (mediante correlación inversa).
Considerando las tasas de ingresos hospitalarios por trastornos mentales provocados por consumo de alcohol, dolencias orgánicas por abuso alcohólico, muertes por cirrosis alcohólica y muertes por suicidio, del periodo 1997/2018 segregando por CCAAs, sexo y grupos de edad obtenemos los siguientes resultados:
Existe una alta correlación entre los ingresos por dolencias somáticas y por trastornos mentales asociados al alcohol. También muy clara entre los ingresos hospitalarios y las muertes por cirrosis alcohólica. Es asimismo muy alta la correlación entre fallecidos por cirrosis y suicidio. En menor medida se corresponden ingresos hospitalarios por depresión con ingresos hospitalarios por enfermedad alcohólica. Curiosamente, no se evidencia a este nivel ningún tipo de relación entre depresión y muertes por problemas hepáticos o por lesiones autoinfligidas. Ojo, que no se muestre no significa que no exista. Recordemos la necesidad de explorar las capas que puedan enmascarar esa relación.
De hecho, con tan solo separar por géneros empezamos a visualizar signos de vinculación de la depresión con el alcohol y el suicidio.
Una característica reseñalable respecto al género es que los ingresos hospitalarios por cuadros depresivos es más alto para las mujeres que para los hombres, contrariamente a lo que ocurre con todos los demás conceptos.
Otra forma de ver hasta que punto se ajustan las variables suicidio y cirrosis es mediante la representación de la nube de puntos. Sirva de ejemplo la gráfica relativa a Hombres mayores de 25 años, de la que he excluído las Regiones menos pobladas (La Rioja, Ceuta y Melilla) para evitar la acumulación de valores 0 de la variable “Cirrosis”:
Cuando separamos por grupos de edad (además de por géneros), se siguen mostrando correlaciones, pero expresadas en niveles más bajos. Deduzco que se debe a la reducción en el número de datos que permiten aflorar la influencia del resto de variables que influyen en el suicidio y que se reflejan en la enorme variabilidad entre regiones.
De hecho, cuando despreciamos la capa “CCAAs” y agrupamos al global de España, los datos para el grupo de edad de 25 a 34 años muestra unas correlaciones muy elevadas para las variables Suicidio, Cirrosis, Ingresos por trastornos alcohólicos e Ingresos por dolencias alcohólicas.
Al expresarlo mediante barras de error comprobamos el comportamiento similar de las variables “muertes por cirrosis” y “muertes por suicidio”:
El caso de Asturias y Cantabria
Armados con nuevos datos, volvemos a encarar las diferencias en las tasas de suicidio entre regiones con el ejemplo de Asturias (color verde apagado) y Cantabria (color rojo).
De entrada, los fallecidos por cirrosis alcohólica compaginan bien con los de suicidio. Asturias se destaca como la Región con mayores tasas de cirrosis y la segunda por suicidios, mientras Cantabria se sitúa en niveles bajos de suicidios y en la zona media en cirrosis.
¿Pero ocurre igual con los demás parámetros?
En realidad no. La diferencia no es tan señalada para los ingresos hospitalarios por trastornos alcohólicos o por enfermedades hepáticas alcohólicas, aunque sí por ingresos por depresión.
Tan es así, que cuando estudiamos su comportamiento por género, en Cantabria las mujeres empiezan a destacarse por el alto número de ingresos por patologías relacionadas con el alcohol, superando a Asturias y rompiendo las conclusiones generales anteriores.
Dificultades metodológicas
Resulta complicado extraer conclusiones para determinar las bajas tasas de suicidio en Cantabria. No podemos entender las conductas autolíticas limitándonos a unos pocos parámetros estadísticos. Las motivaciones son tan complejas como los individuos y varían considerablemente de un municipio a otro. Hemos sido capaces de exponer razones que ayudan a explicar las altas tasas de Asturias. Ahora toca buscar cuales son las variables protectoras que hacen de Cantabria una región más amable con las pérdidas por suicidio. Me permito adelantar una hipótesis para los futuros investigadores: habrá que analizar las razones de que en Cantabria tengan unas tasas tan bajas de ingresos por depresión.
Los análisis matemáticos requieren su interpretación. Especialmente cuando tratamos de comparar variables físicas que no miden realidades idénticas.
Las encuestas de salud son muy interesantes para conocer los hábitos de consumo, pero su limitado número, la variabilidad de los términos en que se formulan las preguntas y disponer solo de los resúmenes de los informes, no facilitan su análisis estadístico ni relacionarlo con rotundidad con los fallecimientos por enfermedad hepática o suicidio.
Una encuesta, por bien realizada que esté y por muy alta que haya sido la muestra, está sometida a distorsiones por su carácter subjetivo. Más aún cuando se adentran en cuestiones íntimas, como la salud o nuestro comportamiento, con toda su carga de reproche social, culpa o auto censura que pueden inducirnos a ser condescendientes con nosotros mismos. Su análisis requiere un enfoque distinto al puramente matemático. Ni siquiera el dato objetivo de litros de alcohol consumidos reflejan la problemática asociada al abuso, al no considerar los patrones y usos sociales en su forma de consumirlo.
En cuanto a los datos sobre hospitalizaciones, y como señalaba al inicio, no es lo mismo disponer de una variable que señala fielmente el nivel de presencia de una enfermedad (prevalencia), que otras que muestren sucesos (hospitalizaciones) o aquellas que nos indiquen un resultado (fallecidos). Incluso así, las altas correlaciones encontradas refuerzan la asumida convicción de la relación entre alcohol/depresión/suicidio.
Aún con la directa relación causa/efecto que sabemos existe entre el abuso del alcohol y la cirrosis alcohólica, no cabía esperar un coeficiente de correlación perfecto en un cálculo que se basa en el cotejo dato a dato, pero que hemos visualizado cuando discriminamos por capas. Ello es debido a que al ceñirnos a determinadas variables (edad, género y región), no hemos tenido en cuenta la interacción con otros factores de riesgo y/o protectores, que acaban imponiendo su presencia al desaparecer las anteriores, especialmente cuando alcanzamos el nivel CCAA.
Conclusiones:
Los datos globales confirman que el consumo patológico de alcohol es un factor de riesgo de primer orden para el suicidio (bien per se, como coadyuvante o como precipitador).
Las correlaciones entre suicidio y patologías alcohólicas son especialmente elevadas para el grupo de edad entre los 25 y los 34 años.
Se observa la firme relación alcohol/depresión y depresión/suicidio. Y aunque no sea posible establecer las direcciones de “causalidad” (por el método analítico empleado), todo apunta a que el motor principal en este juego de interdependencia pueda ser la conducta abusiva del alcohol.
Existe un componente social del consumo excesivo de alcohol vinculado al género, pero también a patrones culturales en su forma de consumirlo que influye en el resto de conductas y cuadros patológicos.
Los problemas psicológicos y orgánicos resultado del abuso del alcohol se acumulan con la edad y tienen su reflejo en el mayor número de ingresos hospitalarios, diagnósticos por depresión, en el nivel de fallecidos por cirrosis y en las tasas de suicidio.
La complejidad y diversidad de las motivaciones suicidas hacen que cualquier elemento, como es en este caso el consumo de alcohol, sea solo uno más de los muchos factores de riesgo o protectores y no explica por sí solo el fenómeno en su conjunto.
Que en base a las variables que hemos estudiado, y aunque se enfaden mis amigos asturianos, Asturias se asimila más a su vecina Galicia que a su vecina Cantabria.
Existen diferencias en el momento que en cada país estamos en cuanto a la epidemia de COVID-19. Cuando la curva de fallecimientos y personas contagiadas desciende, aparecen otros problemas de enorme gravedad económica y social. Es entonces cuando los medios destacan otros aspectos dolorosos de esta época que nos ha tocado vivir.
En las últimas semanas, los medios de comunicación digital de diversos países se hacen eco de la aparición de casos de suicidio relacionados con la epidemia. Y es que parece que existen diferentes razones por las cuales ambas situaciones se relacionan de forma estrecha.
Pero, el suicidio es un fenómeno complejo y multicausal. En la descripción de los casos frecuentemente se confunde el precipitante o hecho que empuja a la conducta con su causalidad. Sin embargo, en muchos casos este solo es el hecho más visible de una situación con diferentes causas que la persona vive como insostenibles y que la precipitan a tomar una decisión errónea.
La OMS estima que cada 40 segundos fallece una persona por suicidio en el mundo. Las circunstancias de cada caso son muy específicas y concretas y envuelven un amplio abanico de variables. Los medios de comunicación no solo narran la realidad, sino que ayuda a construirla. El suicidio es un reto global de salud pública en el mundo, antes y después de la pandemia. Aunque esta pueda relacionarse con un aumento de la aparición de este tipo de conductas podría deberse al aumento de las desigualdades sociales en salud que ya existían previamente. La pobreza o el desempleo, la desesperanza o el empeoramiento de los problemas psicopatológicos en personas vulnerables por ejemplo por el confinamiento o miedo a padecer enfermedades, pueden ser las verdaderas causas. ¿Qué puede estar ocurriendo en realidad?
¿Cómo puede relacionarse la epidemia del COVID-19 y la conducta suicida?
Si nos atenemos a la información sobre casos de coronavirus y suicidio que han aparecido en medios de comunicación hispanoamericanos, parece que la relación puede deberse a diferentes variables.
En una serie de artículos publicados, se destacan casos de personas concretas contagiadas y con miedo a contagiar a personas queridas. También existen casos de personas que piensan erróneamente que están contagiadas. En ambos, parece jugar una baza importante el miedo por anticipación o un riesgo por un mal que les hace la situación como inabarcable.
Por otro lado, también están los incidentes relacionados con el estrés sostenido en profesionales sanitarios. Esto puede ser debido tanto a las jornadas maratonianas de trabajo, al miedos al contagio, o al contacto estrecho con el dolor y la muerte. Han sido varios los casos de este tipo en Italia y EEUU de profesionales de primera línea. Incluso en Alemania se ha descrito el suicidio de un político relacionado en los medios con su incapacidad para superar la responsabilidad sobre las consecuencias económicas y sociales de la pandemia.
Solo en un caso parece que haya una relación directa entre el coronavirus y la conducta suicida. Este caso registrado en México nos habla de una persona que a causa de la desorientación y los síntomas provocados por la enfermedad intentó acabar con su vida, para acabar muriendo más tarde a causa de la enfermedad.
La opinión de expertos
A través de medios digitales, diversos organismos han destacado el posible repunte de suicidios en esta época, por ejemplo, relacionado con el confinamiento. Sin embargo, no dan mayores datos y se basan en opiniones de profesionales versados en el tema.
Otros artículos ofrecen datos sobre el aumento de la atención en niños y adolescentes relacionados con la violencia física, psicológica y sexual dentro del ámbito doméstico durante el confinamiento. Esta información parece ser consistente con estudios previos.
En otro medio, la psicóloga murciana Laura pilar Moya indica la necesidad de hablar y comunicarse cuando existe presencia de ideas suicidas que relaciona no solo con no salir a la calle, sino con el miedo al contagio, el duelo y la incertidumbre laboral, social y económica.
¿Qué sabemos de otras pandemias?
Es pronto para encontrar en la literatura científica estudios de amplio calado sobre el tema. Por la gravedad de la situación necesitamos movernos según lo ocurrido en diversas situaciones anteriores. La última pandemia de este tipo se sufrió a principios del S. XX , hace ahora un siglo, durante la mal llamada gripe española.
Si bien existen analogía entre ambas epidemias, en otros sentidos son incomparables. La pandemia de 1918 se llevó al vida de entre 50 y 100 millones de personas y coincidió con uno de los períodos mas luctuosos de nuestra historia, la Primera Guerra Mundial. La evolución socioeconómica también era muy diferente. Durante este período los medios de comunicación hablaron de la presencia de conductas violentas y suicidios achacados judicialmente a una «psicosis o delirio durante la influenza».
Pero, ¿qué dice la ciencia?
El estudio de la relación entre los coronavirus y el suicidio no es algo nuevo, aunque aún queda mucho por investigar.Author links open overlay panelOlaoluwa Okusag (2011) destacó la falta de estudios sistemáticos sobre este tema ante la presencia de casos que vinculaban ambos trastornos en el último siglo. En especial, la relación entre la influenza B y coronavirus con los trastornos del estado de ánimo y con la conducta suicida.
Ya durante este año, existen publicaciones que hablan sobre este tema. Reger, Stanley y Joiner (2020) advierten sobre las posibles consecuencias del distanciamiento social sobre la muerte por suicidio. Los autores lo relacionan con el estrés económico, el aislamiento social y la falta de accesibilidad a recursos de apoyo comunitario, religioso y de salud mental. También a problemas de salud, ansiedad, incremento de suicidios entre personal sanitario, incremento de venta de armas de fuego (EEUU) e incrementos debido a la estacionalidad (finales de la primavera e inicios del verano en el hemisferio norte).
Para abordar este problema, los autores recomiendan diferenciar entre distancia física para evitar el contagio y distancia social, usar medios telemáticos de salud mental, aumentar accesibilidad de estos servicios, los programas de prevención del suicidio basados en la evidencia y seguir escrupulosamente las indicaciones para la publicación de noticias sobre suicidios en medios de comunicación.
Comunicación responsable y preventiva del suicidio
En conclusión, todo parece señalar un posible repunte (prevenible) de conductas suicidas provocado por las consecuencias psicosociales de la pandemia (aislamiento social, desempleo, cierre de negocios, problemas económicos, aumento de la violencia intrafamiliar…). Esto indica claramente la necesidad de tomar medidas preventivas en esta dirección para el control de esta consecuencia en la que, como siempre, debemos estar todos.
Dada la universalidad del fenómeno suicida independientemente de la cultura o estratos socioeconómicos y su complejidad en su vertiente social, los medios de comunicación juegan un papel esencial en su prevención.
Los medios de comunicación social son una parte esencial de este puzzle, y deben comunicar en estos casos siempre desde la mayor responsabilidad y evitando en todo momento el sensacionalismo que puede provocar inseguridad o refuerce la imitación de este tipo de conductas (efecto Werther), o aumente el dolor de los supervivientes.
papageno.es es una plataforma de profesionales en prevención del suicidio con el objetivo de luchar contra el estigma y los mitos sobre el suicidio. Si deseas contactar con nosotros puedes hacerlo a través de nuestro formulario, servicio de whatsapp. Si deseas colaborar puedes solicitarlos a través de estos links: profesionales y asociaciones
El suicidio en México
La mortalidad por suicidio en México es un problema de salud pública complejo y multicausal de cáracter prevenible. Para reducir esta lacra social, la administración debe crear recursos destinados a la identificación de casos de riesgo o vulnerables, mejorando los servicios para atender a personas con problemas de salud mental y de consumo de drogas.
Epidemiología del suicidio en México
En 2017 se registraron 6,494 fallecimientos por suicidio en México (5.2 por cada 100 mil habitantes), siendo las tasas más altas las atribuidas a los hombre y a los jóvenes de 20-24 años.
El suicidio es la 22ª causa de muerte en México y la 2ª entre las personas de 15 a 29 años, manteniendo tasas estables en los últimos años.
Suicidios por sexo
Como en otros países, se mantiene la tendencia de una mayor mortalidad por esta causa entre hombre. La tasa de suicidio en 2017 entre hombres fue de 8.7 por cada 100 mil y entre mujeres de 1.9, lo que supone una mortalidad más de 4 veces mayor entre los varones.
Suicidio por edad
Entre grupos etáreos los jóvenes de 20 a 24 años ocupan la tasa más alta de suicidio. En el caso de las mujeres, presentan tasas más altas entre los 15-19 años y entre los hombres, sobresale el grupo de 20-24 años, lo que indica una mayor vulnerabilidad de los más jóvenes.
Suicidio por entidades federativas
Chihuahua es la entidad más castigada por este problema de salud pública (el doble de la media nacional), seguido de Aguascalientes y Sonora. Las tasas más bajas se asocian a Guerrero, Veracruz y Oaxaca.
En cuanto al tamaño de la localidad de residencia y las muertes por suicidio, existen mayores tasas en las que tienen más de 15 mil habitantes
Situación laboral, nivel de escolaridad y suicidio
Si tenemos en cuenta la situación laboral de los fallecidos, dos tercios estabán trabajando y un tercio estaban sin empleo. Esta situación difiere según el sexo, ya que en el caso de los varones el porcentaje de trabajadores fue mayor que el de sus compañeras (74% frente al 28% respectivamente).
Método utilizado
El método más utilizado es el ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación (80.3%) tanto en hombres como en mujeres. El segundo método más utilizado entre los hombres es el disparo con arma de fuego y en mujeres el envenenamiento.
Nivel de escolaridad
Respecto al nivel de escolaridad de las personas fallecidas por suicidio, 33.2% tenían secundaria completa o algún grado cursado en este nivel; 30.2%, primaria, con algún grado o completa.
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