Etiqueta el Desesperanza

Sobre herejes y suicidas

Tiempo de lectura: 11 minutos

Autor: Daniel Jesús López Vega, psicólogo, coordinador de papageno.es y responsable del grupo de conducta suicida del COPAO

Espejismos y otras esperanzas rotas: sobre planes de prevención del suicidio descafeinados

De un tiempo a esta parte, siento la responsabilidad de no dejar pasar este momento. Los temas de salud pública son competitivos. Atraen la atención social cíclicamente y desaparecen del escenario público a tanta velocidad como salieron a la luz. Es adecuado que seamos capaces de leer el momento y no dejarlo pasar. Para bien o para mal, probablemente en estos años se esté escribiendo el futuro del abordaje del suicidio en nuestro país para las próximas décadas.

No en vano, en la actualidad vivimos un proceso de visibilización del suicidio que lo ha situado en la agenda política, de los medios de comunicación, de la administración sanitaria, de los movimientos sociales, del mundo académico… Poco a poco el mensaje va calando, aunque quizás demasiado tímidamente, en la sociedad en su conjunto.

Con esto no queremos decir que estemos cerca de la meta. Por ejemplo, la ansiada llegada del plan nacional de prevención y la emergencia de nuevos planes de las comunidades autónomas tienen más pinta de espejismo que de realidad. Un espejismo producto de la sensación de andar por el desierto esperando agua que luego es solo un líquido viscoso y no potable, que solo consigue hacer más patente nuestra sed. Unos planes que como los primeros intentos de cine animado parecen dar la sensación de movimiento pero que realmente no son producto de que nada se mueva

Tristemente imagino a nuestros políticos leyendo este blog (solo en mi imaginación, puesto que ya están de vacaciones y yo también) y recreando la escena de Catalina de Prusia cuando le dirigía a Diderot, quejosa, las siguientes palabras:

 

«Tenga presente, Sr. Diderot, la distinta posición en que nos hallamos respecto al plan de reforma que hemos emprendido. Vos, sabio e ilustrado filósofo, expresáis con toda holgura y sin inconveniente alguno grandes pensamientos, porque trabajáis sobre el papel, materia unida y compacta que todo lo admite, sin resistirse ni presentar obstáculos ni a vuestra fantasía ni a vuestra pluma; mientras que yo, pobre emperatriz, he de trabajar sobre la piel humana, que, como vos sabéis, es irritable y descontentadiza en extremo».

 

Y es que del dicho al hecho… El suicidio es un fenómeno complejo y multicausal que necesita de respuestas integrales que concentre los esfuerzos de diversos estamentos. La administración pública tienen por delante la ardua tarea de liderar la respuesta a una necesidad de encontrar una respuesta al problema de la salud mental y del abordaje del suicidio que no sea meramente estética o «buenista». Porque cuando se hace muy poco hacer más siempre será mejor, pero no suficiente. Y ni siquiera habremos acabado. El suicido como acto social transciende lo meramente sanitario. Cada suicidio es el retrato de algo que hacemos mal como sociedad y nos recuerda la necesidad de mejorar.

Quizás no sea una opinión políticamente correcta, pero es el momento de los movimientos sociales para recordar su esencia reivindicativa y evitar entrar en una etapa de conformismo que lleve a un sinsentido muchas de las buenas iniciativas que se han ido creando a lo largo de estos años. Recordar a quienes administran lo público que es la hora de afrontar el problema de forma efectiva y no de anuncios rimbombantes de medidas vacías de contenido.

 

El suicido: un drama social que tenemos que seguir visibilizando y aprender a desdramatizar

 

Todo lo anterior debe hacerse evitando dramatizar más un tema ya de por sí duro y  doloroso. En este artículo nos centraremos generalmente en el duelo por suicidio.

Por ejemplo, la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) compara el dolor de una persona que ha perdido a un ser querido por suicidio con el de los supervivientes de un campo de concentración. Siempre me he preguntado cómo se sentirá una persona con el duelo recién iniciado si buceando por internet encuentra esta afirmación realizada por una entidad tan seria e ilustrada y si incluso puede tener efectos de profecía autocumplida. Es decir, que la propia persona tienda a dramatizar aún más su situación personal. Una situación acompañada de una tendencia al autocastigo y flagelación provocada por los sentimientos de culpabilidad y vergüenza que solo pueden justificarse desde un plano cultural y social.

En este sentido sería muy interesante indagar cómo llegan estos autores a esta conclusión tan difícil de comprobar como descarnada y desesperanzadora. El dolor no deja de ser subjetivo y no solo responde a las características de la causa, en este caso la muerte por suicidio, sino a variables de carácter individual o las relacionadas con el tabú y al estigma y que son de naturaleza evitable.

Dicha dramatización, enlaza, con el sentimiento de desesperanza al que muchas personas supervivientes se enfrentan en las primeras etapas del duelo. Éstas se materializan en expresiones tipo «nunca volveré a ser feliz» muy parecidas a las que sintieron sus familiares antes de acabar con sus vidas. Este tipo de expresiones son tan falsas como premonitorias. El concepto de felicidad es engañoso y esquivo. Y la expresión idealiza el pasado y ennegrece el futuro a partes iguales de forma artificial y peligrosa, como un guión predeterminado de lo que sucederá de forma obligada. Describe una situación, donde se presupone de forma poco realista, que antes del suicidio del ser querido se era feliz y que jamás se recuperará este supuesto estado de plenitud.

Prefiero conceptualizarlo de otra forma. Y lo defino como «volver a conseguir la mejor versión de uno mismo». Diferente, pero mejorada. Con cicatrices pero transitando el camino con paso firme para recuperar de nuevo el sentido de la vida. Lo que te define como persona no es el número de caídas, sino las veces que seas capaz de levantarte. Nadie elige las circunstancias de su vida, pero si elige la forma de afrontarlas.

 

El duelo o proceso de «echar de menos»

Lo que caracteriza las experiencias de duelo indiferentemente a la causa que los provoca, es el vacío de echar de menos al ser querido. Solomon y Corbitt crearon la teoría del proceso oponente que intentaba explicar el duelo como un proceso de homeostasis. Este modelo que ha sido utilizado frecuentemente para explicar situaciones de diferente naturaleza explicaba la reacción emocional tras la muerte y su intensidad en función de las características de la relación previa y las emociones que se daban y no tan relacionadas a la causa de la muerte. Quizás sea un buen modelo para conceptualizar el duelo por suicidio de forma desapasionada.

Teniendo en cuenta las características propias de la muerte por suicidio que pueden ser de especial virulencia, nos inclinamos más por pensar que lo que hace especialmente duro esta causa de mortalidad tiene un importante contexto social marcado por la incomprensión y el estigma

 

La desesperanza como constructo social

Tomemos como ejemplo, de nuevo a la desesperanza. Esta emoción está marcada por el guión cultural y social. Me recuerda a la fábula de «El elefante encadenado«. En este cuento filosófico una frágil cadena se convierte en la prisión del elefante que a pesar de poder partirla para ser libre se ve esclavo de sus propias creencias sobre la capacidad de la cadena para mantenerle atado.

No les voy a engañar. Cuando en los grupos de ayuda mutua a las que asisto como facilitador o cuando oigo a persona con conducta suicida narrar su historia me embriaga un dolor inconmensurable que me conecta a mi parte más humana. Quizás no te parezca una actitud muy profesional, pero en cierta forma siento como si la muerte de cada persona acaba en cierta forma con parte de la mía y como si cada sufrimiento fuera en parte mío. La narran con toda la solemnidad que da la gravedad del hecho y sin poder omitir cada detalle de lo vivido. Ojalá ninguna persona tuviera que pasar por ese trance.

Si nos centramos en los supervivientes, perder a una pareja, a un padre o una madre, a un hermano o aún peor a un hijo o hija en estas circunstancias provoca sin duda una de las más duras experiencias a nivel emocional, pero lo que no nos queda tan claro es cuál son las circunstancias que provocan la particular dureza de este duelo y si serían evitables si aprendemos a aproximarnos a él de otra forma menos hiriente.

La muerte es uno de los pocos hechos de los que podemos estar seguros. El suicidio, por mucho que nos duela, forman parte de nuestra naturaleza humana y de nuestros instintos más básicos aunque históricamente estas ideas se hayan intentado desterrar. Conceptualizarla como una conducta desviada, contra la naturaleza, tacharla de inmoral o penalizarla, muy lejos de evitarla, lo que consigue es perpetuarla. Esto solo tuvo sentido cuando la ignorancia sobre la conducta justificaban el uso estigma y el tabú como forma de control. 

Las experiencias de duelo vienen a cambiarnos para siempre. Metafóricamente constituyen cicatrices que nos marcan. Pero, ¿qué diferencia una muerte por suicidio, de una por accidente laboral, por homicidio, por sobredosis de droga, producto de conducción temeraria u otras conductas de riesgo, por cáncer u otra enfermedad crónica…?

Inicio las reflexiones a través de este complejo fenómeno sabiendo que será poco probable responder de forma categórica y esperando se abran otras incógnitas que nos ayuden a entender mejor esta causa de mortalidad. 

 

El suicidio como un ¿ejercicio de libertad?

La mayoría de las causas de muerte, aparentemente no necesitan de nuestra acción para existir (¿O sí?). Sin embargo, la conducta suicida se ve ligada en muchas ocasiones con la libertad supuesta que cada uno tiene para dar fin a su propia vida.

Algunos falsos filósofos que dan veracidad al dicho «la ignorancia es osada» dan rienda suelta a su ejercicio literario para reivindicar la libertad asociada al suicidio. Una supuesta libertad que contradice la definición del término de Aristóteles. Para este filósofo griego la libertad personal conlleva:

  • Una posibilidad de elegir.
  • Una disposición de elementos de juicio que conduzcan a la elección.
  • La posesión del conocimiento de los componentes de esos elementos de juicio.
  • La inteligencia adecuada para valorarlos debidamente y discernir acerca de la conveniencia de la elección.

Existe evidencia de que muchas personas que tienen intentos de suicidio con resultado de muerte están afectados por el fenómeno de la «visión en túnel» provocado por la ansiedad y el estrés que condiciona la atención a la percepción exclusiva de los estímulos más negativos de la situación. Cuando esta situación se da, nubla el juicio lo que es contradictorio a la toma de decisiones en libertad.

 

El suicidio, ¿la muerte inexplicable?

Es frecuente entre las personas supervivientes rumiar una y otra vez detrás de las circunstancias que acompañaron el hecho. En cierta forma esta actividad se sostiene como una espada de Damocles sobre sus cabezas y lleva a a hacer juicios sobre el grado de responsabilidad propia y de otros sobre lo ocurrido. Esto se convierte en una actividad cotidiana de búsqueda de una explicación causal. Es un hábito que en muchos casos puede perder intensidad en el tiempo, pero que se mantiene y vuelve de forma esporádica. 

La persona superviviente hace una especie de autopsia psicológica informal para reconstruir la situación de la muerte y construir un relato que le permita justificar el hecho. En este sentido la autopsia del forense, las notas de suicidio, los comentarios en el recuerdo, los móviles y ordenadores personales se convierten en fuentes para extraer información y construir una narrativa que dé sentido a la muerte de su ser querido. 

Muy probablemente el suicidio tiene una explicación tan fácil o compleja como cualquier otra causa de muerte. La ignorancia sobre el fenómeno la hace sin embargo entender como una conducta antinatural por la idea equivocada de que la única motivación esencial es el instinto de vida. Esto tampoco explicaría muchas conductas de riesgo de los seres humanos, ni el tabaquismo ni el consumo de drogas ni por otro lado conductas altruistas donde una persona pone en riesgo su propia vida para salvar la de otras o beneficiar a su «tribu o familia«.

 

Suicidio, ¿la muerte evitable?: La paradoja en la prevención del suicidio

Otra de las preocupaciones que centra la atención de las personas supervivientes son los que se han denominado los «Y si…». Construimos una falsa idea de control y seguridad sobre nuestras propias vidas como mecanismo de defensa para afrontar la imprevisibilidad de la vida. Como si realmente tuviéramos capacidad de controlar lo que ocurre a nuestro alrededor. 

Porque efectivamente el suicidio es prevenible, pero cuando nos referimos a esta cualidad del fenómeno no nos referimos a que una sola persona pueda cambiar la determinación de otra para acabar con su vida, sino a la necesidad de cambiar nuestra sociedad reforzando los valores comunitarios de cooperación y empatía para hacer un mundo más justo y para que las personas con problemas puedan encontrar ayuda para solucionarlos.

 

Suicidio como síntoma de una ¿debilidad personal?

Cuando por una u otra circunstancia he escuchado de alguien la idea de suicidarse o el relato de algún intento previo, siempre me invade la idea de que el mundo será peor si esa persona acaba terminando con su vida finalmente.

Sin embargo, es frecuente que nuestra sociedad se plantee el suicidio como un problema de gente frágil, con incapacidad de afrontar sus propios problemas, como una deficiencia personal que los hace «diferentes» y no como un problema social. De esta forma, por una parte estamos «nosotros», la gente «normal» y por otro «ellos», los suicidas (personas manipuladoras, débiles mentales, frágiles, incapacitadas o incluso cobardes). Una manera muy propia del ser humano y de la sociedad de ocultar sus trapos sucios y esconder el polvo debajo de las alfombras atribuyendo lo «malo» a los «otros».

El hecho de que las tasas sean diferentes en diferentes entornos culturales que influyen incluso en la elección de los métodos más usados en el suicidio quizás nos lleva a recalcar de nuevo que el suicidio es de facto un hecho social. Y que cada vez que muere una persona por suicidio, muere también una parte importante de la tribu. Cada suicidio es un fracaso social, del grupo, ajeno a que la fuerza de una cadena está limitada al del más frágil de sus eslabones. Esto puede verse reforzado si nos acercamos al hecho suicida como un acto de comunicación.

 

El relato vital: construye una realidad adaptativa

Albert Camus, en el «Mito de Sísifo» nos decía:  «Nada es una tragedia hasta que el héroe es consciente de su circunstancia».   Pero dicha circunstancia quizás no sea tan fácil de aprehender como realidad objetiva y sea meramente una construcción mental que cada persona construye para dar cierta consistencia a esta vida. En consecuencia no sería tanto la circunstancia sino nuestra forma de elaborarla y narrarla la responsable de darle categoría de drama y la intensidad de este.

Llevo escuchando los relatos de otras vidas los últimos 25 años. De hecho yo tengo el mío propio. Si te pido que me cuentes el tuyo y accedes, tu cerebro recopilará una serie de circunstancias, les dará un orden concreto y la narrará con un sentido único. La historia no solo retratará lo que te ha ocurrido sino que lo hará de una forma concreta que dice también cómo eres y que habla de tu personalidad más allá de hechos concretos. Seleccionarás las escenas entre miles de las que viviste y la construcción no solo será tu propia creación sino que también podrá determinar también tu futuro. No olvides que no es la única forma que hay de elaborar este relato y que si este no te ayuda a encontrar la esquiva felicidad, debes aprender a hacerlo de una forma diferente que sin negar tu realidad, te proporcione herramientas nuevas para afrontarla.

 

De esta forma, tanto la realidad de una persona que afronta ideas suicidas como el trabajo del duelo por suicidio, supondría un viaje al encuentro de un relato vital donde tus vivencias lleguen a tener un sentido y tengas la oportunidad de afrontar de forma adecuada los obstáculos que te imponga la vida. Recuerda que la vida no tiene memoria y que te da a tus seres queridos como una oportunidad y te los quita sin preguntar antes. Nadie te pertenece.

 

La herejía: desmitificación de la muerte por suicidio.

Hablar del suicidio, desdramatizarlo y desmitificarlo como una muerte especial puede parecer una especie de herejía entre los profesionales que nos dedicamos de forma continua a remarcar la gravedad de la situación. No es una causa de muerte especial. De hecho ninguna lo es sobre el resto. La muerte, muerte es y si bien las circunstancias que la rodean pueden ser diferentes y aumentar el sufrimiento, todas son iguales en cuanto que nos separan de un ser querido.

Para profesionales que nos dedicamos a dar visibilidad a esta causa de muerte, uno de los problemas claves de la salud pública de nuestro mundo, puede parecer paradójico llegar a la conclusión de que prevenir el suicidio pasa por considerarlo como una causa más de mortalidad, con sus características propias, pero cuyo dolor esté exclusivamente provocado por la pérdida del ser querido y no por los vestigios de tabú y estigma de los que históricamente ha venido acompañado.

Se trata, por tanto, de dar visibilidad sin aumentar la dramatización que acompaña a la que es la principal causa de mortalidad externa en España, causante, si nos atenemos a las estadísticas oficiales, 10 muertes cada día de media.

Un tabú que aún hoy obliga a las familias al uso de eufemismos para referirse al «suicidio», para huir de la vergüenza y la culpa a la que aún condena la sociedad a las personas suicidas y a sus seres queridos. Un tabú que parece protegernos de nombrarlo para no atraerlo, desde un sentido atávico de atraer los males que nombramos por su NOMBRE. Una tarea importante para afrontar un problema es darle identidad y eso solo puede conseguirse llamando a las cosas por su nombre: SUICIDIO y darle su dimensión concreta para encontrar soluciones eficaces.

Dedicado a todas las personas que día a día me recuerdan lo que ignoro, porque ellas me hacen mejor persona.

Pandemia por COVID-19, pensamiento apocalíptico y suicidio

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Esperanza COVID-19
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Me confieso

Me confieso. Me propuse no escribir nada sobre el coronavirus. Lo conseguí durante todo este tiempo, pero hoy no me he podido resistir. Incluso llegué a eliminar borradores que nunca verán la luz. Hoy lo hago con la excusa de hablar de las consecuencias psicológicas y emocionales de la crisis, pero con el objetivo de compartir algunas reflexiones. Todas tienen el punto en común de abordar la crisis del COVID-19 desde el punto vista psicológico.

Hace algo más de un mes el panorama que ahora se presenta ante nosotros hubiera formado parte de una película mala de serie b. Una película, de esas distópicas, que nos presentan un mundo apocalíptico ahondando en nuestros miedos más ancestrales.

Ahora esa película de serie b se ha convertido en nuestra cotidianidad. Y en esta nueva realidad que estamos viviendo nos sobreponen las imágenes más dramáticas. Desde el Palacio de Hielo de Madrid que se convirtió en un improvisado almacén para poder albergar los cuerpos de los fallecidos por COVID-19 o las tremendas imágenes de nuestras residencias de ancianos hasta las colas de vehículos en algunas ciudades para desplazarse a sus segundas viviendas de ¿vacaciones?. Las dos caras más extremas de la crisis que transformará nuestro mundo irremediablemente.

 

Comunicación en tiempos de pandemia

A nadie se le escapa ya la gravedad del momento histórico que estamos viviendo. A la crisis sanitaria provocada por el COVID-19 que está teniendo como consecuencia importantes pérdidas humanas se une la crisis económica fruto del confinamiento y la parada obligatoria de gran parte del entramado empresarial. Malos tiempos que cursan con miedo, dolor, ansiedad y preocupación por el futuro.

El mundo se enfrenta a un momento importante de su historia. Estamos viviendo cambios que seguramente cambien nuestra forma de ver y sentir la vida y nuestros hábitos. La pandemia viene en un momento de crisis de un modelo económico que se basa en la desigualdad de la riqueza y los recursos, en un modelo productivo insostenible basado en el crecimiento continuo, un modelo energético poco amable con la naturaleza y un estilo de vida que resuelve los conflictos y problemas desde la competitividad y no desde la colaboración. En este caldo de cultivo, cuesta trabajo vislumbrar una salida a esta crisis, no tanto porque no la haya, sino por estar inmersos y a veces bloqueados por la carga emocional y el estrés que está produciendo en gran parte de la población.

 

Y esto se ve reforzado por la aparición de visionarios, agoreros, nuevos especialistas y expertos, epidemiólogos de fin de semana y políticos a media jornada. Todos parecen en una alocada carrera en la búsqueda de notoriedad, sin perder la oportunidad de vaticinar los peores horrores incrementando el miedo. Un miedo que a veces se aleja del problema real y que se convierte en el vaticinio de la llegada del apocalipsis y en una maquiavélica forma de controlar nuestra conducta. 

 

Por otro lado, pocos se atreven a hablar de soluciones concretas y muchos se limitan a reforzar los malos datos con titulares grandilocuentes, cuando no es una crítica destructiva a todo intento de solución. «Actuamos demasiado tarde», «las medidas son demasiado pocas»,  o «las medidas son demasiado exageradas» son frases utilizadas de forma indistinta para expresar malestar por lo que está ocurriendo y que forman parte de la queja por la queja.

 

El lenguaje bélico

En ese sentido nos encontramos con la metáfora bélica. No nos es ajena la utilidad que en estos momentos pueda tener apelar al sentimiento patriótico para mantener la disciplina ciudadana y el sentimiento de unidad que pueda ser útil para afrontar estos duros momentos, pero esto no es una guerra. Esto es una crisis de salud pública y no un enfrentamiento armado y creo que hay que usar el lenguaje adecuado. Una crisis sanitaria requiere de medidas sanitarias.

El componente ideológico de la metáfora bélica tiene claros inconvenientes, porque permite tomar medidas de restricción de libertades apelando al enemigo común que corren el riesgo de mantenerse una vez acabada la crisis. El cierre de fronteras, la restricción de libertad de movimientos, el confinamiento y otras medidas como el distanciamiento social son justificables ante la previsión de una pandemia, pero en absoluto como medidas preventivas para evitarlo. Fomentan la xenofobia y la desconfianza y no tienen nada que ver con la realidad preventiva.

 

No alimentemos la desesperanza: un canto a la esperanza

Ahora es necesario centrarnos en las soluciones más que en los problemas. Sin duda, saldremos de esta. El cómo, sin embargo, está por escribir. Pensar en los problemas de forma reiterada nos consume las energías. Resérvalas para centrarte en qué puedes hacer para mejorar la situación que estás viviendo. Tienes muchos recursos personales por explotar y si buscas lo suficiente no estarás solo para conseguirlo.

No alimentes la desesperanza. La situación ya es suficientemente dura, como para crear un clima aún más negativo. Una de las emociones que más se repiten en las personas con conductas suicidas es la desesperanza. Aléjate de ella, es producto de tu mente. Hay cosas en la vida que no tienen una solución ideal, pero siempre podrás elegir como deseas vivirla. 

 

“No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede”

EPICTETO

 

Las crisis sacan lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Todos tenemos una oportunidad pero es una oportunidad que no podemos dejar pasar. Es más fácil de lo que crees o más difícil, lo que tu desees.

 

Efectos psicológicos de la pandemia y el confinamiento

Los efectos psicológicos de la pandemia y el consiguiente confinamiento aún están también por escribir. Como siempre, este tipo de situaciones afectará notablemente más a las personas y grupos más vulnerables. En ese sentido, cabe esperar poco efecto a largo plazo en la mayor parte de la población. Sin embargo, aquellas personas que han perdido personas cercanas, que han sufrido un confinamiento más duro, que sean afectados más gravemente por las consecuencias económicas negativas o que sufren trastornos psicológicos previos serán con mayor probabilidad víctimas de secuelas psicológicas posteriores.

Durante todo este tiempo he pasado de la incredulidad, al miedo y al dolor por ver a tantas familias sufriendo por la muerte de sus familiares. Y es que esta muerte no es normal. El coronavirus nos robará muchas cosas, muchas de esas superfluas, pero nunca tan dura como el derecho a enterrar a nuestros muertos y despedirnos de ellos de forma adecuada.

Una de las situaciones más graves que podemos vivir durante la pandemia  son las pérdidas de personas cercanas. Si has perdido a una persona querida o varias durante la pandemia, si la vida te ha robado la posibilidad de despedirte adecuadamente de ellas,  tu duelo puede ser más duro. Sin embargo, podrás aprender a afrontarlo adecuadamente y rehacer tu vida integrando los cambios que las pérdidas supongan en tu vida. 

 

«Murió solo, no pudimos despedirnos cuando estaba en su partido más difícil, ni velarlo… ni nada”.

Fernando Sanz, hijo de Lorenzo Sanz, expresidente del Real Madrid fallecido por COVID-19

Fuente: La Vanguardia

 

Otras situaciones relacionadas, como el distanciamiento social y la restricción de la libertad individual, también repercuten a corto plazo en nuestro estado de ánimo pero no necesariamente revertirán en consecuencias a largo plazo. Todos y todas tendremos que aprender a volver a la normalidad y encontrar el equilibrio entre la prevención por el contagio y la necesidad humana del contacto físico. No permitamos que el miedo se convierte en un instrumento para aumentar nuestra soledad. Cuando todo esto pase, recuperemos juntos el derecho a ser libre, pese a que seguro que habrá gente que deseará utilizar lo que ocurrió para sacar rédito político e imponer su contenido ideológico. 

 

Prevención del suicidio en el período post-epidemia

El suicidio es un problema complejo y multicausal de carácter prevenible. En las últimas semanas tanto en España como en los países latinoamericanos han aparecido noticias de personas con conductas suicidas que los medios han relacionado directamente con el COVID-19.

Atribuir los suicidios a una sola causa es poco preventivo y desacertado. Cada persona que emite una conducta suicida presenta un conjunto de causalidades que solo puede entenderse en su conjunto. El COVID-19 puede ser un precipitante, pero las causas son mucho más complejas. 

Durante esta etapa, quizás deberíamos plantearnos extremar la responsabilidad a la hora de comunicar conductas suicidas a través de medios de comunicación y redes sociales. Las indicaciones de la OMS y otros organismos son bastante claras en este sentido. Tan claras como poco seguidas en muchos casos…

Recuerda que no estás solo. Tanto si tienes ideas suicidas como si pierdes a un familiar por suicidio si busca, encontrarás a personas dispuestas a acompañarte en los momentos más duros. No temas pedir ayuda y permite que los demás decidan si desean o no acompañarte. Nunca te rindas, sigue buscando y las encontrarás.

niños héroes

De héroes y villanos

Acabo este artículo con otra reflexión que tiene que ver con la necesidad humana de señalar a los malos y a los buenos. Los momentos más traumáticos sacan de los seres humanos su peor y su mejor cara. Por desgracia en esta película no hay héroes ni villanos. Solo hay personas, personas que como el personal sanitario, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, el de limpieza, el del transporte, el de supermercados y tiendas de alimentación, gasolineras, periodistas e incluso políticos (algunos de ellos) y otros cientos de profesiones…. que estuvieron ahí cuando tuvieron que estar.

También están Los niños y niñas y todas las personas que más han sufrido el confinamiento, nuestros mayores en quién más se ha cebado la enfermedad, aquellas personas anónimas que hicieron de esta etapa algo menos duro, que salieron todos los días a aplaudir u que de alguna u otra manera han hecho de la desgracia una oportunidad para cambiar.

Huyamos de los papeles que nos hacen héroes, seamos simplemente la mejor versión de nosotros mismos. Sobre todo en la etapa que nos queda por vivir. Ahora, más que nunca nos necesitamos.

Si necesitas ayuda puedes contactar con estas asociaciones españolas o con estas en latinoamérica

La desesperanza y el sentido de la vida

Tiempo de lectura: 3 minutos

Hay veces que la vida nos enseña su peor cara. Es entonces  cuando todo pierde sentido y nos parece que no seremos capaces de afrontar lo que nos ocurre. Para hacer frente a nuestro problemas es útil que tengamos en cuenta además de la situación vivida, los factores psicológicos que nos influyen y que nos paralizan.

Dos factores que pueden influirnos negativamente son la desesperanza y la indefensión aprendida. La desesperanza revierte en sentimientos displacenteros sobre uno mismo y sobre los demás y el futuro (Beck). Tiñe de negro nuestros pensamientos y puede empujarnos a la depresión o al suicidio. Se caracteriza por una visión pesimista, de queja continua y de culpabilidad que puede ser proyectada en los demás.

En el caso de la indefensión aprendida nos referimos a la creencia de una persona sobre el bajo o nulo control sobre su vida y las consecuencias de sus actos. En esos casos la persona adopta una conducta de pasividad que provoca que las circunstancias no cambien (profecía autocumplida). La persona pierde la motivación a actuar por la idea equivocada de que lo que le ocurre no es producto de lo que hace, sino del destino, de otras personas o de otras razones inevitables. Por ejemplo, una persona que se ha quedado sin empleo y que tiene varias experiencias negativas cuando está intentando encontrar uno nuevo, puede llegar a pensar que no tiene sentido seguir haciéndolo porque no depende de él. Al dejar de buscar empleo, no entrará de nuevo en el mercado de trabajo lo que reforzará su idea de que haga lo que haga no conseguirá nada. Sin embargo, es su pasividad la que de forma indirecta afecta negativamente a su «mala suerte».

En el lado contrario hay factores que pueden ayudarte a mantener tu salud mental y que si bien no te aseguran una felicidad completa si son el camino que te llevará a un mayor equilibrio personal. Uno de ellos es el sentido de la vida. Victor Frankl definió este concepto como la necesidad de los seres humanos de encontrar un motivo, un propósito de sus vidas, para asumir la responsabilidad sobre uno mismo y sus experiencias. Si tienes un sentido serás más capaz de afrontar las situaciones desagradables de tu vida. Un concepto parecido fue definido por Antonovsky con el nombre de sentido de coherencia. Con ello se refiere a una orientación global del individuo expresada por la percepción sobre sus recursos de afrontamiento (controlabilidad), la capacidad de ver las crisis como retos desde una orientación positiva, (significatividad), y la comprensión coherente y claro del entorno o (comprensión). Tanto el sentido de la vida, como el sentido de coherencia han intentado explicar por qué las personas en situaciones límite, consiguen un nivel de salud mental y bienestar psicológico adecuado. 

 

Quien tiene un «por qué» podrá hacer frente a todos los «cómo»

Nietszche citado por Victor Frankl

 

Estudios empíricos han relacionado sentido de la vida y desesperanza. En concreto, se señala que cuando existe un sentido de la vida claro existe un nivel de desesperanza mínimo, al contrario cuando aparecen vacíos existenciales. Estas relaciones presentaron diferencias estadísticamente significativas. 

 
CONSEJOS PARA COMBATIR LA DESESPERANZA

Analizar racionalmente la situación. 

Pensar de forma positiva y desarrollar la autoeficacia. 

Evitar el aislamiento y buscar la relación honesta con otras personas.

Listar objetivos simples y alcanzables. Premiar los logros

Ser constantes. 

Evitar la victimización.

No idealizar al resto de personas.

No esperar soluciones milagrosas ni rápidas.

Realizar autocrítica constructiva.

Buscar soluciones creativas. 


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