Autor: Daniel Jesús López Vega, psicólogo y coordinador de papageno.es
Una reflexión muy personal sobre la navidad, el error de buscar el éxito a cualquier precio, el amor a las pequeñas cosas y el miedo a perder lo que se ama.
Dedicada a las personas con las que comparto el proyecto de prevención del suicidio papageno.es y a las personas de los grupos de ayuda mutua de Ubuntu y a sus familiares.
A los que están y a los que no están, que dan sentido a nuestro trabajo, y a todas las personas que a pesar de haber sufrido alguna pérdida aún son capaces de luchar porque la navidad siga siendo una fecha especial en el calendario.
A todos los que entienden lo que hacemos y a todos los que les cuesta entenderlo. Justamente es por vosotros por los que existimos.
Este también es mi regalo de Reyes para todas las personas que la leáis. A muchas probablemente les parecerá poco, pero tampoco os habéis portado tan bien para que os regale un iPhone.
Tampoco os sintáis en la obligación de devolverme el regalo. Mi regalo es seguir contado con vosotros al otro lado.
La navidad me molesta
Durante muchos años, las fiestas navideñas han sido para mi un puro trámite social que espero que pase para poder volver a la vida normal. No en vano, en estas fechas es más fácil recordar las pérdidas de personas queridas, abriendo los procesos de duelo de forma condicionada (os echo de menos papá y mamá).
Además, debemos afrontar otras muchas situaciones más banales que a mí siempre me han resultado molestas. Aquí se incluyen las compras navideñas, los anuncios de perfume, la imagen de los premiados en las loterías en los informativos (sí, llámame envidioso), los tumultos, la sobrealimentación, las películas de cine americano (que siempre acaban bien en navidad) y las situaciones sociales a las que nos fuerza nuestra acelerada forma de vivir.
En navidad hasta la felicidad tiene un precio y un momento indicado. Si no consigues ser feliz en navidad, sin duda serás un friki.
En esta ocasión, por si aún fuera poco, el COVID-19 venía aún más a complicar las cosas, con nuevas limitaciones y nuevos miedos fundados y otros muchos infundados de aquellos que saben que el miedo no supone sino otra forma de aumentar su control sobre nosotros y de someternos.
Ah, se me olvidaba. Otra molestia más es la reposición de múltiples versiones de «Cuento de Navidad» de Charles Dickens. Esto debería ser declarado como una forma de tortura encubierta. No tanto por su «moraleja», que yo plagiaré en mi reflexión, sino por ser una cita obligada de nuestras navidades desde que tengo uso de conciencia. Hasta yo he temido encontrarme de madrugada al fantasma de las navidades pasadas. Esto da casi tanto miedo como la cena familiar con los «cuñados».
Sí, he de reconocerlo. Yo soy el cuñado mítico que entiende de todo y que aprovecha las cenas de navidad para darlo a conocer a la concurrencia y que hacen de las cenas familiares un lugar peligroso y hostil.
Navidad como símbolo del triunfo de la luz frente a la oscuridad
Sin embargo, el pasado diciembre, AFASIB, una de nuestras asociaciones hermanas, organizó una actividad sobre duelo por suicidio en fechas especiales. Tuve la oportunidad de participar como ponente (gracias Xisca, por estar ahí siempre incondicionalmente) y eso me permitió reflexionar también sobre qué significa este período que llaman navidad, con tanto significado simbólico en los países de cultura cristiana.
Esta fiesta religiosa tiene su origen en la celebración de unas fiestas de tradición romana dedicadas al dios Saturno, a la agricultura y a la ganadería que tenían mucho de transgresión. Coincidían con la época del año donde los días empiezan a aumentar en contraposición a las noches. A mí me parece esta coincidencia interesante por lo que supone el triunfo de la luz sobre la oscuridad como hecho simbólico. Seguro que te inspira mil interpretaciones.
Para mí, la luz tiene que ver con ese concepto esquivo que llamamos FELICIDAD y también, rememorando a las saturnales, con la LIBERTAD, un bien cada vez más amenazado.
El éxito y el fracaso como determinantes de la felicidad. El suicidio como hecho natural
Permíteme que haga un pequeño receso en mi reflexión personal sobre la navidad y hable del suicidio. No en vano este blog se dedica a su prevención y últimamente el suicidio se ha convertido en un tema esencial de mi etapa profesional y humana.
Existe un mito sobre las personas que mueren por suicidio que los define como «cobardes» o «valientes». Sin duda esta afirmación tiene un alto contenido de perjuicio moral, señalando el suicidio como una deficiencia de un perfil concreto o, por el contrario y aún más dañino, como una capacidad que lo convierte en personas especiales.
Aunque parece claro que existen personas o colectivos con una mayor vulnerabilidad hacia esta causa de muerte, pensar que la conducta suicida es solo propia de un tipo de persona concretas forma parte del estigma y el autoengaño. A esto contribuye también considerarla una enfermedad mental o una causa de muerte «no natural». Si bien puede ser útil como categoría nosológica, a mi siempre me ha dado algo de grima porque en cierta forma fomenta la discriminación hacia las personas que emiten esta conducta. Ninguna causa de muerte, fuera de condicionamientos morales, debería ser considerada como «diferente», al margen del sufrimiento diferencial que pueden producir por sus circunstancias y consecuencias.
Frecuentemente recuerdo este mito cuando alguna persona con conducta suicida o un familiar que perdió a un ser querido por esta causa me narra su historia. ¿Qué determina la felicidad de una persona? ¿Cómo definimos el éxito o el fracaso en la vida?
Muchas muertes por suicidio no son necesariamente de personas que habían fracasado en sus objetivos personales y profesionales. Por el contrario, muchos eran personas muy reconocidas en su entorno, con habilidades que yo he aprendido a admirar y envidiar a partes iguales. Sin embargo, ellos no supieron encontrar en este supuesto éxito una razón para seguir viviendo.
Al éxito y al fracaso, esos dos impostores, trátalos siempre con la misma indiferencia.
Rudyard Kipling
El suicidio no es una cuestión de éxito o fracaso personal, sino una manifestación del fracaso social que supone no ser capaces de crear una sociedad donde todas las personas tengamos cabida. Y en casos extremos (los menos) es la manifestación libre de una persona que tiene razones objetivas para no desear seguir sufriendo unas circunstancias de vida por las que ninguna persona desearía pasar y que no tienen ningún tipo de solución (esta postura última no desea representar en ningún modo la postura oficial de papageno.es, sino que muestra mi opinión personal).
Por eso siempre defiendo que el papel de los que hemos decidido aportar un grano de arena a la prevención de este grave problema, debemos tener claro nuestro papel y nuestro rol frente a las personas que sufren. Jamás defenderé el suicidio, pero tampoco me parece ético el paternalismo sobreprotector que indirectamente contribuye a pensar en la persona con conducta suicida en alguien inútil para activar sus propios recursos para enfrentarse a su sufrimiento.
Ayudar nunca debe suponer apropiarse de la responsabilidad de otras personas sobre sus propias vidas. Ayudar es acompañar, comprender, escuchar, tender una mano… No «salvar» a una persona ni mucho menos contribuir a mitificarla como un ejemplo a seguir o que justifique esta conducta bajo el simplismo de que el suicidio es una decisión libre. En la inmensa mayoría de los casos no lo es.
La felicidad no solo es aprender, sino también desaprender
Pero volvamos a la navidad y a sus peculiaridades como fechas especiales por su peso en la tradición. En este sentido, este año me propuse intentar hacer durante estas fechas un proceso de desaprendizaje personal, con la finalidad de convertirlas en momentos especiales volviendo a recuperar parte de la inocencia que hace posible ser feliz amando las pequeñas cosas.
Esta capacidad es una actitud natural que veo en mis hijas pequeñas, Ainhoa y Marta (ya no lo son tanto, pero me resisto a dejarlas ir) y en los niños en general.
Hoy le tocó a Myriam. No es una de mis hijas, pero aunque nunca la he llegado a ver en persona he aprendido a quererla a través de la dulce mirada de su madre a quién conocí desgraciadamente porque perdió a su pareja por suicidio. Ella fue quien puso su foto hoy en uno de los grupos de WhatsApp de UBUNTU y PAPAGENO. En la foto Myriam mira a su muñeca nueva (se la trajeron los Reyes) como si eso fuera lo único importante en la vida. Hoy yo quise ser Myriam. Tanto, que me hizo reflexionar sobre cuándo perdemos los adultos la capacidad de disfrutar de estas pequeñas cosas.
Ayer, casi cuando pensé que este año yo tampoco conseguiría dejar de pensar que la navidad apesta, la vida me regaló varios momentos únicos y simples que tardaré en olvidar.
Ayer volví a constatar el error que cometo cuando vinculo mi felicidad al éxito profesional y que hace de la navidad un período especialmente molesto porque supone un paréntesis en mi loca carrera por ser un profesional reconocido (para profundizar en esta reflexión te aconsejo ver la película «Ciudadano Kane»).
En este sentido, a lo largo de mi vida profesional he subido y he bajado tantas veces como para no poder negar el hecho que mi felicidad no se relaciona tanto con «estar arriba», «ganar mucho», tener muchos me gusta en Facebook o corazoncitos en Twitter o tener un coche de mayor o menor tamaño. Pero sigo siendo fiel a mis errores, el único tipo de fidelidad que NUNCA debería ser premiada.
Espero que todo esto mañana no se me olvide, puesto que el mérito de esta reflexión no es mía, sino de mi hija más pequeña, Marta, que con 11 años ya es tan alta como su madre. Mientras cenábamos ayer en un restaurante, ajena a las consecuencias, lanzó una pregunta que dio origen a esta entrada del blog:
¿Papá si mañana tuvieras la oportunidad de ganar más dinero o de estar con nosotras en navidad, qué elegirías?
Mientras pensaba en la pregunta y en la respuesta absurda que le di para salir del paso y que ni yo mismo me creí, nos dimos los regalos (a nuestra casa, los Reyes vienen casi los primeros, el vivir en el sur tiene sus ventajas).
Los regalos y el proceso de regalar, me parecen un momento único para educar en familia. Además, se disfruta. Me encantan sus caras de sorpresa y la preocupación que han puesto por acertar lo que le gusta al otro. Me gusta mucho menos, la pasión por las las marcas y el valor monetario (lo siento, otro año más sin iPhone nuevo en casa).
Hoy me reservo el derecho de mejorar la respuesta que le di anoche a su trascendental pregunta: Sin duda las elijo a ellas.
Elijo la muñeca de Myriam.
Elijo a Marta, elijo ver la cabalgata de Reyes con ella y recoger caramelos juntos. Marta y yo, fuimos durante una hora «The best friends«. Volví a ser un niño ¿A quién no le divierte eso? Resulta extraño ver como tus hijos crecen y adquieren su propia personalidad tan diferentes pero tan iguales a ti. Jamás podré agradecer tanto a la vida haberme permitido conocerla y poder disfrutar viéndola dormida a mi lado en el sofá cuando quedamos para ver una «peli», para luego dormirnos sin llegar nunca a ver el final. Marta, esa niña sensible, que combina la ingenuidad con un sexto sentido para leer las situaciones sociales y resolverlas a su favor.
Elijo a Ainhoa, mi hija mayor, que es casi tan alta como yo. Aún soy capaz de recordar su peso entre mis brazos. He aprendido tanto de ella durante todos estos años, que no sería el mismo sin su existencia. Me tocó de «amiga invisible». Su regalo lo reservo para el ámbito de lo privado. Sin embargo, os cuento que espero que durante todos estos años yo haya sido capaz de transmitirle el amor incondicional que siempre sentí hacia ella. Le toca cruzar los duros y maravillosos años de la adolescencia. Pronto (si no lo ha hecho ya) se dará cuenta que su padre solo es otra persona más y no el gigante de sus sueños. Ojalá ella sea capaz de amarse a sí misma tanto como yo la he amado desde que vino a este mundo.
Y también la elijo a ella. No hago este viaje solo. Nuria, mi compañera de las últimas décadas, aún sigue ahí. Y eso, pese a todo (os aseguro que no ha sido poco). Con ella tengo tantas deudas que ni en dos vidas tendría tiempo de devolverle todo lo que me dio todos estos años. Y aún tuvo tiempo de hacerme los dos mayores regalos de mi vida, ambos con nombre de mujer. Será fácil que los reconozcáis en este texto.
Al final, disfrutamos de momentos mágicos. No faltaron las fotos de los regalos y la cena al grupo de WhatsApp de la familia (todos tenemos un pequeño monstruo llamado EGO, pero no tanto como para publicarlo en las redes sociales).
Y luego incluso hubo tiempo para visionar la TV Local que ayer daba la reposición de la película «Descalzos por el Parque», que usaré para resumir la moraleja y concluir este texto (tengo vocación de escritor frustrado).
La felicidad está en pequeñas cosas: a propósito de «Descalzos por el parque»
Resumiendo mucho, esta película basa su argumento en la relación de una pareja donde el varón es un abogado serio y aburrido y su pareja una mujer alocada y amante de las emociones extravagantes. Un símbolo central de la trama, que da título a la cinta, es que a ella le encanta pasear por el parque descalza en invierno cosa a la que él se niega.
Pese a que no pasaría el filtro de «fomento de la igualdad entre géneros» ni el de «consumo responsable de alcohol» me divirtió y entretuvo. Me dio la clave para que ayer fuera, pese a todo, un día especial para mí.
Andar descalzos sobre el frío o la nieve representa en esta película dejarse llevar por los impulsos, un momento mágico compartiendo un pequeño y simple detalle de la vida cotidiana entre personas que se aman y transitan un período de la vida juntos.
Así que hoy, o mañana (ya no será navidad y no tendremos la obligación de ser felices, ni de llevarnos bien), te invito a pasear por el parque descalzos. Cuando la vida nos obligue a llevar caminos diferentes o cuando nosotros mismos así lo decidamos, te prometo que conseguiré vencer el dolor que me producirá no tenerte y que siempre recordaré el tacto del césped o la nieve bajo nuestros pies de aquel día que paseamos juntos.
Mil disculpas
Empecé quejándome de las películas americanas sobre la navidad que siempre acaban bien, y releyendo el texto soy consciente de que he caído en todos los tópicos de sus guiones.
Mil disculpas: No me salió muy original.
Solo deseo que la lectura de esta pequeña reflexión te permita encontrar tu propio camino para recuperar aquellas pequeñas cosas que hicieron alguna navidad especial y que cada día de tu vida sea una nueva oportunidad para amar sin límites ni reservas.
Nunca sabremos si esta navidad será la última. No es adecuado esperar a la siguiente, sino a mañana o a esta misma tarde. Disfruta de cada minuto que te regale la vida y de los tuyos (no te pertenecen). Son un regalo, se te ofrecen solo en calidad de préstamo para una parte del camino. Porque como decía el popular músico:
«La vida es aquello que te pasa mientras estas ocupado haciendo otros planes«.
El suicidio es una amenaza a la salud pública mundial que requiere una respuesta integral. En España los datos facilitados por el INE para 2020 de muertes por suicidio han alcanzado un máximo histórico desde que se tienen cifras oficiales.
Ante este reto, es necesaria la creación de redes de colaboración entre entidades y organizaciones públicas y privadas que pongan su acento tanto en las tareas de prevención, como de tratamiento y postvención. El suicido ha sido históricamente un problema negado y relegado a la altura de un problema moral que hace necesaria una respuesta contundente de la sociedad en su conjunto para frenar sus consecuencias.
La psicología tiene en ese sentido un papel crucial. Los y las profesionales de la psicología tienen una oportunidad de decir basta a los años de oscurantismo y realizar su aportación para junto a otros sectores colaborar en crear estrategias con evidencia de efectividad que tengan como finalidad colocar el suicidio como una de sus prioridades.
Psicología Abierta en Acción CLM
La Asociación Psicología Abierta en Acción CLM es una agrupación sin ánimo de lucro de profesionales de diversas áreas de la Psicología que pretenden dar a conocer a la sociedad una visión positiva y actual de la Psicología, así como mantenernos en contacto para compartir experiencias y conocimientos. Esta asociaciones un punto de encuentro por estudiantes de psicología de último año y profesionales de cualquier rama de esta profesión, sin hacer diferencia entre especialidades. Aprender juntos y amar la psicología es lo que les une y una especial sensibilidad de apoyar las acciones que más demanda la sociedad en cada momento en el marco de su profesión.
Papageno.es es una plataforma de carácter independiente y no lucrativa de prevención del suicidio que nació en 2019. Desde sus inicios se mueve desde la ilusión de unir esfuerzos de los profesionales y organizaciones preocupadas por el impacto que el suicidio provoca en la sociedad. Este impacto no está marcado solo por el número de víctimas mortales, sino por el sufrimiento de las personas y colectivos más vulnerables, y entre ellos el de las personas que afrontan un duelo por suicidio (supervivientes).
Desde la filosofía de la lucha contra el estigma y el tabú, tiene como objetivos la sensibilización de la sociedad y de los colectivos profesionales, la prevención de la conducta suicida y el acompañamiento de personas en duelo. Todo desde una perspectiva responsable, crítica y consciente de la necesidad existente de formación sobre este problema.
Adhesión de Psicología Abierta en Acción CLM a papageno.es
De esta forma, tanto Psicología Abierta en Acción CLM como papageno.es declaran su intención de crear puentes de colaboración que contribuyan de diferentes maneras a cumplir sus objetos sociales, haciendo énfasis en sus puntos comunes.
Desde ambas organizaciones hacen pública la adhesión e invitan a otras instituciones a unirse alrededor de la prevención del suicidio. Juntos tenemos que afrontar este reto, que registró 3.941 víctimas mortales durante 2020 en España. El suicidio es la principal causa prevenible de mortalidad externa en nuestro país y es responsable de una muerte cada 40 segundos en el mundo.
Si desea colaborar como profesional en papageno.es acceda a la solicitud desde aquí
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Si necesita asesoramiento para encontrar ayuda puede escribirnos al WhatsApp de papageno.es: 633 169 129
La teoría de las necesidades de Maslow señala la necesidad de reconocimiento como una necesidad intrínsecamente humana. Por una parte este reconocimiento implica la búsqueda del respeto de los demás, el estatus y la reputación, la fama y la gloria. Por otro lado, del respeto de uno mismo (a veces tan olvidado).
No parece que Maslow estuviera muy desacertado si observamos detenidamente nuestro alrededor. Aunque esto no es un fenómeno en absoluto novedoso. Las redes sociales han venido a corroborar esta necesidad, a veces abusiva, de confirmar nuestra propia estima validándola y exponiéndola a la opinión de los demás.
Nada ha cambiado desde tiempo de los romanos. Estos dejaron no pocas pruebas de esta búsqueda desaforada de poder y fama. Se cuenta que el «gran» Julio César en su intento de conquistar Roma y seguido por sus legionarios dejó una importante prueba de ello. Cuando atravesaba una pequeña aldea que fue objeto de las mofas de sus soldados, y dado a dejar célebres frases para la historia sentenció:
«Preferiría ser el primero en esta aldea que el segundo en Roma»,
señalando así la importancia que le daba al status dentro de sus propios valores. Y no debió ser el único, porque el refranero español también acuñó un dicho sospechosamente parecido:
“más vale ser cabeza de ratón que cola de león”,
que se refiere a la importancia de tener autoridad en los grupos a los que se pertenece aunque sean pequeños, frente a la posibilidad de ser un «don nadie» en los grandes.
Personas tóxicas Vs conductas tóxicas
Y es que no todos los caminos para conseguir reconocimiento son acertados. Se me ocurren varios que, al contrario, son especialmente perniciosos. Pero antes me gustaría dar un amplio rodeo para hablar de otro fenómeno. Siempre me produjo un gran rechazo visceral las teorías que postulan que muchos de nuestros males provienen de la existencia de personas tóxicas. Así se hicieron muy célebres los libros de Bernardo Stamateas. Uno de ellos, titulado «Gente Tóxica», es publicitado en Google Books con el siguiente párrafo:
En nuestra vida cotidiana no podemos evitar encontrarnos con personas problemáticas. Jefes autoritarios y descalificadores, vecinos quejosos, compañeros de trabajo o estudio envidiosos, parientes que siempre nos echan la culpa de todo, hombres y mujeres arrogantes, irascibles o mentirosos…
No me parece una expresión adecuada. Sitúa a las personas en una posición cómoda donde el origen de sus males es externo. Pone el énfasis de la solución solo en evitar caer en sus trampas. Y para trampas, ya nos valemos nosotros solos. Me pregunto quien será el encargado o encargada de determinar si mi naturaleza es tóxica y quien le ha arrogado la capacidad de ser juez en este sentido. Y así las consultas de salud mental se llenan de personas huyendo de estas personas tóxicas. Que digo yo que alguna de los que usamos este tipo de servicios, aunque tan solo sea por probabilidad, también podríamos ser tachado de tales, o incluso los y las profesionales que los atendemos. Por eso, yo prefiero hablar de conductas tóxicas. Y por un ejercicio de falsa humildad hoy utilizaré la primera persona para referirme a una de mis conductas tóxicas.
Nuestro maldito ego
En psicología se dice que el ser humano necesita de dos tipos de amor o afecto como vacuna de nuestra soledad. Erich Fromm los denominó amor materno y paterno. Se refería así al amor incondicional y condicional. El amor incondicional es aquel que se nos da por el simple hecho de ser personas. Se nos quiere por el simple hecho de existir. El condicional se obtiene, sin embargo, dependiendo de nuestras conductas. Es decir, se nos da por lo que hacemos o lo que damos. Ambos tipos de amor son necesarios para nuestro bienestar psicológico. No obstante, al estar este segundo condicionado y poder obtenerse a través de determinadas conductas puede acabar convirtíéndonos en meras marionetas de los que nos rodean.
Y ahora entenderán por qué les hablaba antes de mi falsa humildad. Una vez que publique esta entrada en el blog, ¿cuánto tiempo tardaré en revisar los likes en las redes sociales y las visitas al blog para validar la opinión que otras personas tienen sobre lo que escribo…? ¿Cuánto cuestan estos 20 seguros de fama? ¿Cuánto tiempo perderé por esta fútil necesidad del aplauso hueco y fácil de las redes sociales?
Como perro de Pavlov, aún no me encuentro preparado para dejar de salivar cuando suene la campana, en este caso un like o una visita más, y no podré evitar una sonrisa (casi idiota) si me llueven los corazoncitos en las redes.
El suicidio y la falta de reconocimiento
El sábado fue el día Internacional del Superviviente por Suicidio. Permítanme otra digresión, porque debería llamarse también de la superviviente. Nunca he sido muy exagerado con este tema, pero el lenguaje acaba siendo la primera barrera para la igualdad efectiva entre sexos y las diferentes formas de vivir la sexualidad en nuestra especie.
Pues esa tarde, tuve la oportunidad de hablar un rato con una de las supervivientes que ha perdido a un ser querido por suicidio. Impagable. Jamás podré pagar la oportunidad de haber conocido a estas personas con las que ahora comparto parte de mi vida. Cuando la vida me lleve a otro lado, las llevaré a todas conmigo.
Llevo un tiempo obsesionado con la idea de vencer mi propio ego y en esta conversación acabó saliendo el precio que tenemos que pagar por darle de comer a este terrible monstruo, convidado de piedra, que tiene por costumbre convertirse en el muerto en el entierro y la novia en la boda. Nos hace esclavos del relato en primera persona y nos regala diez segundos de fama a cambio de una pesada mochila llena de piedras que no nos pertenecen.
Como no, con la persona que hablé ayer, también hubo palabras y recuerdos para los que ya no están, para aquellos que tanto nos cuesta entender, que aún teniéndolo en muchos casos, sintieron ser nadie y marcharon faltos de toda esperanza.
Terrible, porque muchas veces he pensado que esta terrible necesidad nuestra puede estar detrás de muchas conductas suicidas en personas vulnerables. Esa necesidad atávica de sentirnos parte de un grupo e importantes dentro de él, como fuerza de supervivencia grupal, para reivindicar nuestro derecho a estar vivos, de ser útiles para la manada. Esa fuente de displacer para personas vulnerables que les hace sufrir y les hace tomar decisiones fatales.
Internet, redes sociales y necesidad de reconocimiento
En ese sentido, la realidad virtual paralela en que nos vemos envueltos y en la que nos hemos sumergido especialmente durante la crisis sanitaria por COVID-19 ha venido a reforzar la idea equivocada de que podemos alimentarnos y llenarnos con el amor cibernético de corazones en la nube, abrazos de wi-fi, emoticonos y otras perversiones digitales. Y nos creemos los reyes del filtro de Instagram y del espectáculo de Tik-Tok. Algunos, los más viejunos nos creemos importantes influencer de Facebook u a otras tantas redes que ya desaparecieron y de las que fuimos princesas por un día.
Todo para combatir nuestro peor miedo, la soledad no elegida, aquella que nos consume, que a muchos nos lleva a la depresión y a tantos ancianos y ancianas le acercó al final de su vida en su peor versión. Y que señala la incapacidad de nuestra forma de entender la vida en la sociedad actual para cubrir nuestras necesidades psicológicas más básicas.
Y ahora recuerdo a tantas personas que me confiaron sus secretos, su más interno sufrimiento, el miedo a la soledad, a no ser capaz de afrontarla. Me pregunto si no sería mejor volver a la aldea, a esa que César defendió de las risas de sus propios soldados, y aprender a disfrutar de las pequeñas cosas, sin más pretensiones que ser yo mismo, olvidándome del peso de ser cabeza de ratón o de los miedos de ser cola de león.
Bueno, os dejo y no olvidéis dar al like (hoy te pido que no lo hagas)…
Tiempo de lectura:2minutosLos factores protectores del suicidio son aquellas variables que disminuyen la probabilidad de aparición del suicidio o de otras conductas suicidas o autolesivas. Estos factores protectores del suicidio pueden tener diferentes naturalezas: personal, familiar y social. El suicidio es un fenómeno complejo y multicausal prevenible.
Prevenir el suicidio conlleva potenciar estos factores. Algunos de los más nombrados en la literatura científica tienen que ver con la salud mental. En consecuencia se hace necesaria la detección precoz de este tipo de problemas y la creación de servicios eficaces y la implementación de planes formativos de los profesionales de atención primaria de salud y otros colectivos de primera línea.
Factores Individuales
Los factores protectores de corte individual tienen que ver con las competencias y variables psicológicas que se pueden observar en la infografía. Estas aumentan la resiliencia de las personas o capacidad de resistir el estrés y darle una respuesta adaptativa.
Factores Familiares y Sociales
El apoyo social y una estructura familiar sana, son sin duda, factores muy relevantes en la disminución de esta conducta. La comunicación y el establecimiento de normas claras y límites y sus consecuencias en los entorno familiar y social señalan las conductas socialmente aceptables y reprobables.
También es importante reseñar otras variables de tipo social que influyen positivamente en controlar esta causa de muerte disminuyendo las desigualdades sociales en salud, relacionadas con el acceso de actividades laborales dignas, a la vivienda y a oportunidades económicas, educativas y de tiempo libre.
Otro factor de cuya importancia alerta la Organización Mundial de la Salud es la restricción de la accesibilidad a métodos letales. El método utilizado tiene un componente cultural y otro de accesiblidad. Las medidas eficaces pasan por la prohibición en muchos países de pesticidas perjudiciales, el control de las armas de fuego y medidas orientadas a impedir la acumulación u obtención de psicofármacos que puedan utilizarse de forma inadecuada.
En esta entrada en papageno.es reflexionaremos sobre la necesidad de autoconocimiento para acercarnos a una vida plena. El proceso de instrospección o la habilidad de reflexionar sobre nuestros pensamientos, emociones, estados de ánimo, actitudes, conductas… nos permite una mejor adaptación a nuestra realidad desde un conocimiento de nuestras fortalezas y debilidades.
El autoconocimiento es una «habilidad para la vida», la segunda que exponemos en nuestro blog (la anterior fue la empatía). Estas habilidades están dentro de las teorías postuladas por la Organización Mundial de la Salud y según este organismo son esenciales en la educación de nuestros niños y adolescentes.
«Conócete a ti mismo» en griego «gnōthi seauton» es una de las frases filosóficas más famosas de la filosofía que parece haber estado escrita en el pronaos del templo que veneraba a Apolo en Delfos. Esta frase fue utilizada por los filósofos y especialmente por Sócrates para señalar la necesidad de conocerse a sí mismo, antes de emprender la respuesta a otras preguntas filosóficas.
Esta capacidad describe la habilidad que tenemos para evaluar de forma realista el conocimiento que tenemos sobre nosotros mismos. Aunque nuestra percepción pueda ser diferente, parece que podría ser que no nos conocemos tanto como imaginamos.
Para entender este fenómeno, Joseph Luft y Harry Ingham crearon «La ventana de JoHari» acrónimo de los nombres de ambos investigadores. Este modelo de la comunicación y análisis de las relaciones interpersonales, reflexiona sobre el flujo de información de como somos cada uno. Según esta teoría el conocimiento de uno mismo puede englobarse en cuatro zonas diferentes (abierta, oculta, ciega y desconocida). La información abierta es aquella que es conocida tanto por uno mismo, como por los demás y está formada por cosas evidentes u obvias que no nos cuesta transmitir. La oculta contiene asuntos de uno mismo que nosotros conocemos pero que nos reservamos y no comunicamos conscientemente y por lo tanto los demás no conocen. La zona ciega está compuesta por lo que los demás ven de nosotros, pero nosotros desconocemos y la desconocida por lo que no conocemos ni nosotros ni los demás.
Autoconocerse pasa por ampliar el área abierta hasta que sea nuestra parte dominante, aumentando la honestidad y mejorando las relaciones interpersonales.
Nuria Escarré destaca entre los beneficios del autoconocimiento la ayuda a tomar decisiones más acertadas, la obtención de información para orientarse a nivel profesional y una guía para entender nuestro interior en periodos de cambios. Además, según la autora, el autoconocimiento ayuda a descubrir las motivaciones, conductas y sentimientos y cómo mejorarlos, a obtener una hoja de ruta para alcanzar la mejor versión de uno mismo, a mejorar la autoestima, a conocer cómo nos ven los demás y a poder disfrutar de ser uno mismo.
Empiezo a escribir estas líneas pensando que seré incapaz de hilar varias experiencias que no vienen al caso y que me han mantenido cavilando sobre el poder que tiene el lenguaje para hacernos absolutamente infelices (o no).
Muchas veces no es tanto lo que nos pasa sino el cómo lo elabora nuestro pensamiento y cómo acabamos narrándolo a los demás y de las palabras que utilizamos para hacerlo. Esta reflexión trata sobre el uso de etiquetas para definirnos y su potencialidad en nuestra estigmatización como personas.
Hace poco, tuve la suerte de ser invitado a participar en un programa de radio con el nombre ‘Levántese de día, poniente de noche’ con motivo de informar sobre el inicio en el mes de noviembre de los grupos que papageno.es hará en Cádiz para familiares y allegados de personas fallecidas por suicidio (supervivientes).
El programa de radio está desarrollado como una actividad de la Asociación de Familiares, Allegados y Personas con Enfermedad Mental (FAEM Cádiz) y allí tuve la suerte de conocer a Roberto Ferrer y a su equipo del que a pesar del poco tiempo que compartimos pude aprender mucho (sobre profesionalidad). Más o menos todo fue de forma hasta que el locutor me pilló desprevenido y me preguntó sobre qué pensaba sobre la locura. Debo confesar que improvisé… Siempre he tenido la capacidad congénita de meter la pata en mis intervenciones públicas y no era plan de que nadie se sintiera ofendido por mis palabras….
Así que este artículo se lo dedico a ellos y ellas…. Su gestación empezó ese día y soy un hombre de honor que siempre paga sus deudas (o no)…
Habla positivo, vive feliz
El lenguaje que usamos tiene un poder inmenso para construir nuestra vivencia que no siempre se ajusta a la realidad externa o que al menos no nos ayuda a aceptarla tal como es. Depende de las palabras que usemos o usen para definir nuestras experiencias así acabaremos sintiéndonos o haciendo sentir a los demás.
Por ejemplo, en un programa de radio español de una cadena importante, el locutor narra una noticia sobre un presunto homicidio y finaliza la noticia con un lapidario: «Se especula con que el presunto parricida pueda sufrir una enfermedad mental». Más allá de la veracidad del hecho o especulación, este tipo de comentarios no sólo no añade nada a la noticia sino que contribuye profundamente al estigma que relaciona la enfermedad mental con la violencia y la delincuencia. Y es que el cerebro humano construye relaciones de causalidad simple para intentar entender lo que ocurre. Dos expresiones en una frase: «Parricidio» y «Enfermedad mental» y nuestro cerebro coloca automáticamente una como causa y otra como consecuencia independientemente de las intenciones del locutor. Y luego a generalizar…
Lo mismo pasa con el suicidio y con otros muchos términos estigmatizados que toman un sentido peyorativo y acaban siendo utilizados más que para definir una situación concreta, para «lanzarlos» rayando el insulto. La gente autodenominada «normal» prefiere atribuir estas «deformidades» a colectivos concretos para evitar afrontar que el «mal» puede también ser consecuencia de algo que todas las personas podemos llegar a hacer y que no es monopolio de nadie en concreto.
Observe, por ejemplo, la perversidad de una expresión que han hecho célebres algunos libros de autoayuda: Gente Tóxica. Por mi trabajo como psicólogo he visto un interés creciente de las personas a las que acompaño en su proceso de aprendizaje en detectar gente tóxica en su entorno para atribuirle la causalidad de lo malo que ocurre en su vida. Por el contrario nunca encontré a nadie que se autodefiniera como tóxica. Como si esa enigmática gente tóxica fuera de otra especie y nunca consultara con profesionales de la psicología o viviera en las alcantarillas de nuestras ciudades. Usted también puedes ser tóxico a veces (yo, seguro).
Los criterios diagnósticos definen trastornos, no personas
No somos diabéticos, suicidas, esquizofrénicos, amputados, discapacitados, locos, bipolares, límites, drogadictas, alcohólicos, ludópatas, depresivas, neuróticas, histéricas, down,… Somos personas. Si tienes la mala suerte de sufrir un trastorno, recuerda siempre que la etiqueta del trastorno define un conjunto de síntomas al que se le ha impuesto un nombre arbitrario. Esos términos no te definen a ti. No son tu nombre de pila, ni siquiera tu apellido.
Siente orgullo por ser lo que eres, no asumas ninguna etiqueta. Si lo deseas, tienes capacidad para cambiar lo malo que hay en ti y ser mejor. Acepta también tu parte negativa y vive siempre en la mejor versión de ti mismo.
Tu lenguaje te hace daño
Si asume una de esas etiquetas como leitmotiv en su vida, allá usted con las consecuencias. Mi trabajo como psicólogo me permitió conocer gente que a pesar de su sufrimiento no deja de ser maravillosa. Conozco historias de cientos de personas que en algún momento de mi carrera me confiaron parte de sus secretos y experiencias. Yo mismo he contado mi historia a otros profesionales cuando lo he necesitado (con bastante frecuencia por cierto). Este crisol de vivencias han condicionado en cierta forma el quién y cómo soy. Acabo cautivado por cada historia. Sin embargo hay algo, solo algo, que no me gusta oir.
Frecuentemente me encuentro con gente que vive obstinada en cumplir de forma exhaustiva con su etiqueta que han asumido como si pudiera predecir su futuro. Le atribuyen un poder de invencibilidad que las deja sumidas en la apatía y en la indefensión aprendida. Son personas que se autodefinen como feas, torpes, estorbos, inútiles o cosas aún peores. Como si en este mundo solo tuvieran cabida los que pretenden no serlo. Todos somos mortales. Bienvenidos al mundo real… Yo a veces, me siento feo, torpe, estorbo o inútil otras veces útil, hábil e incluso guapo. Probablemente no sea ni una cosa ni la otra… o todo en conjunto.
La mal llamada «normalidad» es un espejismo de nuestro cerebro para alejar sus fantasmas. Créanme si les digo que en toda mi vida nunca encontré una sola persona «normal». Si bien todos tenían mucho en común, cada uno se caracterizó especialmente por sus diferencias.
Si usted se siente seguro dentro de su espejismo de normalidad, siga ahí…, pero yo he aprendido que la locura, la violencia, el suicidio no son patrimonio de nadie. Yo no soy normal, yo también debo estar loco. Quizás sea paradójico pero si se considera normal, a lo mejor es usted quien necesita ayuda profesional… Míreselo…
Hábleme bien de usted
Así que hágame un favor. Si un día tiene la buena o mala suerte de cruzarse conmigo y siente la necesidad de contarme su historia para que le acompañe en un tramo, no se le olvide hablarme también de lo bueno que tiene. Y cuando vea que se tiene que enfrentar a algo complicado, no me diga: «No puedo» (como mucho acepto un «no quiero»), ni tampoco que lo intentará, dígame que lo logrará. No me diga que no vale nada, dígame lo que puede y desea aportarme…
Nosotros también le necesitamos. La vida sería mucho peor si usted nunca hubiera existido.
Daniel J. López Vega
Coordinador de www.papageno.es
Psicólogo General Sanitario. Máster en Intervención Psicológica en Contextos de Riesgo. Autor de «¿Todo por la Patria?». Experto Universitario de Estadística Aplicada a las Ciencias de la Salud (UNED). Responsable del Grupo de Conducta Suicida del Colegio de Psicología de Andalucía Occidental.
Con una asistencia masiva de estudiantes, desde el SAP se destacó la importancia de la reivindicación de la psicología en nuestra sociedad y en especial de la atención a personas con conductas suicidas y sus familiares. También se destacaron datos epidemiológicos del suicidio en España y se describió el perfil de las personas que se atienden desde el servicio.
Posteriormente, los estudiantes tuvieron la oportunidad de conocer el trabajo que se hace desde CIBERSAM en actividades científicas, de investigación y formativas centradas en la depresión y el suicidio. Este organismo está formado por 23 grupos de investigación clínica, preclínica y traslacional pertenecientes a 8 comunidades autónomas dedicados fundamentalmente al estudio de trastornos mentales o la innovación terapéutica.
Desde papageno.es participaron Aquiles Marcelo, médico de familia, Luis Fernando López, psicólogo y responsable del proyecto ISNISS, Marilú Ancona, psicóloga, Xisca Morell, psicóloga y presidenta de AFASIB y Daniel López, psicólogo.
Aquiles Marcelo dinamizó una actividad con estudio de casos en el que pudieron participar los estudiantes. Resaltó la importancia de la atención primaria en la detección precoz de casos de riesgo, así como la necesidad de apoyo psicológico de los profesionales que atienden casos de urgencia de alto impacto emocional.
Por otro lado, Daniel López presentó el proyecto de las guías de autoayuda de prevención de conducta suicida en la comunidad universitaria que están previstas publicar proximamente partiendo de la colaboración con el SAP. Posteriormente se presentó el proyecto ISNISS de la Facultad de Psicología de la UNED a través de un video realizado por uno de sus coordinadores, Luis Fernando López.
Marilú Ancona (Mérida-México) y Xisca Morell (islas Baleares) presentaron sus experiencias de trabajo en asociaciones de supervivientes a través de un vídeo realizado para el acto.
También se debatió sobre la necesidad de ser críticos ante los mensaje de cine y TV que abordan el tema y sobre la importancia de entender a la persona con conductas suicidas como alguien que solicita y necesita ayuda a la que no podemos seguir dando la espalda.
Bajo estas líneas puede escuchar el mensaje experanzador en un cortometraje de Dulcinea Studios que está dirigido a comprender que mientras no somos responsables de muchas de las cosas que nos ocurren en nuestras vidas, sí lo somos de la actitud y de la respuesta con las que los afrontemos.
El suicidio es una salida definitiva a problemas que son pasajeros. Busca las razones para seguir viviendo…
Sólo vivimos una vez (o no) y estamos demasiado pendientes a hacer las cosas de forma perfecta y sin ningún error, como si la perfección fuera un fin en sí mismo y no un ideal a conseguir. Y el asunto es que convertimos nuestra existencia en una continua pérdida de tiempo esperando algo que nunca llega, perdiendo cosas por el camino y olvidando que la vida es eso: lo que nunca llegamos a conseguir por nuestros propios miedos y no porque nadie ni nada nos lo quitó.
Tener una relación de pareja sana, ser padres o madres honestos, conseguir un sueño y miles de cosas importantes de la vida requieren de tus errores. En la cultura mediterránea los errores se pagan caros. Es algo que parece que hay que evitar a toda costa, que hay que vivir con vergüenza o que es imperdonable. Sin embargo, los fracasos son una enorme fuente de conocimiento que nos hacen mejores personas y que nos acercan más a acertar la próxima vez. De esa forma nuestros aciertos se alimentan de nuestros errores y el único fracaso real será el no haberlo intentado.
En consecuencia vive intensamente, sueña y asume el riesgo que supone disfrutar de ella a grandes sorbos. Empieza tu vida cada cinco minutos. Si te equivocas, recuerda que siempre tendrás derecho a cambiar….
Nuestra cultura fomenta ciertas ideas irracionales que contribuyen a aumentar nuestra ansiedad de forma considerable e innecesaria y que pueden provocar importantes desajustes psicológicos e incluso ideas suicidas. Una de ellas, muy común, nos hace creer equivocadamente que para que nos quieran tenemos que ser perfectos. Y eso nos embarca en una carrera sin fin para conseguirlo.
En consecuencia, cuando alguien nos critica señala nuestra imperfección. Entonces reaccionamos de manera evasiva o incluso agresiva para evitar el malestar que nos provoca el no ser perfectos en todo momento. Sin embargo, la crítica es una fuente de aprendizaje único que nos permite observar aspectos a mejorar de nuestra conducta y que pueden ayudarnos a crecer como personas.
Los psicólogos Joseph Luft y Harry Ingham, en la «Ventana de Johari» describían cuatro zonas diferentes del conocimiento sobre cómo es una persona. Se basaron en lo que uno sabe de sí mismo y lo que perciben los demás. De esa forma conceptuaron cuatro espacios, lo que sé de mí mismo y conocen los demás (Área Libre), lo que conozco y oculto (Área Oculta), lo que ven los demás y yo desconozco (Área Ciega) y lo que todos desconocemos (Área Desconocida). Ambos autores relacionaron la salud mental y la armonía con el predominio del Área Libre. La crítica constructiva puede ayudarte a aumentar este espacio y sólo tendrás que aprender a aceptarla. Cuando alguien te critique escucha atentamente por si puedes aprender algo de la crítica.
Quizás en este punto se te haya venido a la memoria alguna situación donde la crítica no fue constructiva y eso te refuerza en la idea equivocada que la crítica es mala por naturaleza. Eso es sólo cierto en parte. La crítica no deja de ser una opinión más o menos fundada de otra persona sobre nosotros. Tanto si nos parece adecuada o inadecuada no debemos permitir que nos dañe la autoestima.
En el Capítulo 5 de la primera temporada de la serie catalana «Merlí», un profesor de filosofía con una visión muy particular de la ética, explica a uno de sus alumnos el concepto de «justicia». Tomando un billete de 50 euros le pregunta su valor. Posteriormente va repitiendo la pregunta mientras que arruga, golpea y estropea el billete. El alumno reconoce que el billete no ha perdido su valor original y el profesor utiliza este hecho para recordarle que su valor tampoco cambia pese a que alguien pueda estar siendo injusto con él. Cuando te critican sigues siendo la misma persona y tu valor no cambia.
«Por mucho que te pisen o te machaquen vales lo mismo, mucho»
Serie «Merlí» (Veranda TV)
Por otro lado, la asertividad te ayudará a afrontar la crítica sea cual sea su naturaleza. Cuando es positiva y puedes aprender de ella, escúchala atentamente, hazte consciente de lo que sientes y no te dejes llevar por ello, reconoce tu parte de responsabilidad e intenta mejorar. Cuando no estés de acuerdo, respeta la opinión de la otra persona, pero haz valer también la tuya propia. Recuerda que el comportamiento humano siempre tiene una intención positiva. Puede que muchas personas actúen sólo buscando su propio beneficio pero es eso lo que buscan y no el daño del otro. Por ejemplo hay personas que critican a los demás como forma de mejorar su autoestima, pero eso es sólo problema suyo.
Por eso, reivindicamos la crítica como una oportunidad y la aceptación de nuestra imperfección como una de las características que nos definen como seres humanos. Cuando lo creas oportuno aprende de las críticas que te hacen y en caso contrario, como dijo Epicteto, siempre tendrás oportunidad de reírte de ello.
Psicólogo General Sanitario. Máster en Intervención Psicológica en Contextos de Riesgo, autor de «¿Todo por la Patria?», socio fundador de la Sociedad Española de Suicidiología. Experto Universitario de Estadística Aplicada a las Ciencias de la Salud (UNED).
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