Sobre herejes y suicidas

Tiempo de lectura: 11 minutos

Autor: Daniel Jesús López Vega, psicólogo, coordinador de papageno.es y responsable del grupo de conducta suicida del COPAO

Espejismos y otras esperanzas rotas: sobre planes de prevención del suicidio descafeinados

De un tiempo a esta parte, siento la responsabilidad de no dejar pasar este momento. Los temas de salud pública son competitivos. Atraen la atención social cíclicamente y desaparecen del escenario público a tanta velocidad como salieron a la luz. Es adecuado que seamos capaces de leer el momento y no dejarlo pasar. Para bien o para mal, probablemente en estos años se esté escribiendo el futuro del abordaje del suicidio en nuestro país para las próximas décadas.

No en vano, en la actualidad vivimos un proceso de visibilización del suicidio que lo ha situado en la agenda política, de los medios de comunicación, de la administración sanitaria, de los movimientos sociales, del mundo académico… Poco a poco el mensaje va calando, aunque quizás demasiado tímidamente, en la sociedad en su conjunto.

Con esto no queremos decir que estemos cerca de la meta. Por ejemplo, la ansiada llegada del plan nacional de prevención y la emergencia de nuevos planes de las comunidades autónomas tienen más pinta de espejismo que de realidad. Un espejismo producto de la sensación de andar por el desierto esperando agua que luego es solo un líquido viscoso y no potable, que solo consigue hacer más patente nuestra sed. Unos planes que como los primeros intentos de cine animado parecen dar la sensación de movimiento pero que realmente no son producto de que nada se mueva

Tristemente imagino a nuestros políticos leyendo este blog (solo en mi imaginación, puesto que ya están de vacaciones y yo también) y recreando la escena de Catalina de Prusia cuando le dirigía a Diderot, quejosa, las siguientes palabras:

 

«Tenga presente, Sr. Diderot, la distinta posición en que nos hallamos respecto al plan de reforma que hemos emprendido. Vos, sabio e ilustrado filósofo, expresáis con toda holgura y sin inconveniente alguno grandes pensamientos, porque trabajáis sobre el papel, materia unida y compacta que todo lo admite, sin resistirse ni presentar obstáculos ni a vuestra fantasía ni a vuestra pluma; mientras que yo, pobre emperatriz, he de trabajar sobre la piel humana, que, como vos sabéis, es irritable y descontentadiza en extremo».

 

Y es que del dicho al hecho… El suicidio es un fenómeno complejo y multicausal que necesita de respuestas integrales que concentre los esfuerzos de diversos estamentos. La administración pública tienen por delante la ardua tarea de liderar la respuesta a una necesidad de encontrar una respuesta al problema de la salud mental y del abordaje del suicidio que no sea meramente estética o «buenista». Porque cuando se hace muy poco hacer más siempre será mejor, pero no suficiente. Y ni siquiera habremos acabado. El suicido como acto social transciende lo meramente sanitario. Cada suicidio es el retrato de algo que hacemos mal como sociedad y nos recuerda la necesidad de mejorar.

Quizás no sea una opinión políticamente correcta, pero es el momento de los movimientos sociales para recordar su esencia reivindicativa y evitar entrar en una etapa de conformismo que lleve a un sinsentido muchas de las buenas iniciativas que se han ido creando a lo largo de estos años. Recordar a quienes administran lo público que es la hora de afrontar el problema de forma efectiva y no de anuncios rimbombantes de medidas vacías de contenido.

 

El suicido: un drama social que tenemos que seguir visibilizando y aprender a desdramatizar

 

Todo lo anterior debe hacerse evitando dramatizar más un tema ya de por sí duro y  doloroso. En este artículo nos centraremos generalmente en el duelo por suicidio.

Por ejemplo, la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) compara el dolor de una persona que ha perdido a un ser querido por suicidio con el de los supervivientes de un campo de concentración. Siempre me he preguntado cómo se sentirá una persona con el duelo recién iniciado si buceando por internet encuentra esta afirmación realizada por una entidad tan seria e ilustrada y si incluso puede tener efectos de profecía autocumplida. Es decir, que la propia persona tienda a dramatizar aún más su situación personal. Una situación acompañada de una tendencia al autocastigo y flagelación provocada por los sentimientos de culpabilidad y vergüenza que solo pueden justificarse desde un plano cultural y social.

En este sentido sería muy interesante indagar cómo llegan estos autores a esta conclusión tan difícil de comprobar como descarnada y desesperanzadora. El dolor no deja de ser subjetivo y no solo responde a las características de la causa, en este caso la muerte por suicidio, sino a variables de carácter individual o las relacionadas con el tabú y al estigma y que son de naturaleza evitable.

Dicha dramatización, enlaza, con el sentimiento de desesperanza al que muchas personas supervivientes se enfrentan en las primeras etapas del duelo. Éstas se materializan en expresiones tipo «nunca volveré a ser feliz» muy parecidas a las que sintieron sus familiares antes de acabar con sus vidas. Este tipo de expresiones son tan falsas como premonitorias. El concepto de felicidad es engañoso y esquivo. Y la expresión idealiza el pasado y ennegrece el futuro a partes iguales de forma artificial y peligrosa, como un guión predeterminado de lo que sucederá de forma obligada. Describe una situación, donde se presupone de forma poco realista, que antes del suicidio del ser querido se era feliz y que jamás se recuperará este supuesto estado de plenitud.

Prefiero conceptualizarlo de otra forma. Y lo defino como «volver a conseguir la mejor versión de uno mismo». Diferente, pero mejorada. Con cicatrices pero transitando el camino con paso firme para recuperar de nuevo el sentido de la vida. Lo que te define como persona no es el número de caídas, sino las veces que seas capaz de levantarte. Nadie elige las circunstancias de su vida, pero si elige la forma de afrontarlas.

 

El duelo o proceso de «echar de menos»

Lo que caracteriza las experiencias de duelo indiferentemente a la causa que los provoca, es el vacío de echar de menos al ser querido. Solomon y Corbitt crearon la teoría del proceso oponente que intentaba explicar el duelo como un proceso de homeostasis. Este modelo que ha sido utilizado frecuentemente para explicar situaciones de diferente naturaleza explicaba la reacción emocional tras la muerte y su intensidad en función de las características de la relación previa y las emociones que se daban y no tan relacionadas a la causa de la muerte. Quizás sea un buen modelo para conceptualizar el duelo por suicidio de forma desapasionada.

Teniendo en cuenta las características propias de la muerte por suicidio que pueden ser de especial virulencia, nos inclinamos más por pensar que lo que hace especialmente duro esta causa de mortalidad tiene un importante contexto social marcado por la incomprensión y el estigma

 

La desesperanza como constructo social

Tomemos como ejemplo, de nuevo a la desesperanza. Esta emoción está marcada por el guión cultural y social. Me recuerda a la fábula de «El elefante encadenado«. En este cuento filosófico una frágil cadena se convierte en la prisión del elefante que a pesar de poder partirla para ser libre se ve esclavo de sus propias creencias sobre la capacidad de la cadena para mantenerle atado.

No les voy a engañar. Cuando en los grupos de ayuda mutua a las que asisto como facilitador o cuando oigo a persona con conducta suicida narrar su historia me embriaga un dolor inconmensurable que me conecta a mi parte más humana. Quizás no te parezca una actitud muy profesional, pero en cierta forma siento como si la muerte de cada persona acaba en cierta forma con parte de la mía y como si cada sufrimiento fuera en parte mío. La narran con toda la solemnidad que da la gravedad del hecho y sin poder omitir cada detalle de lo vivido. Ojalá ninguna persona tuviera que pasar por ese trance.

Si nos centramos en los supervivientes, perder a una pareja, a un padre o una madre, a un hermano o aún peor a un hijo o hija en estas circunstancias provoca sin duda una de las más duras experiencias a nivel emocional, pero lo que no nos queda tan claro es cuál son las circunstancias que provocan la particular dureza de este duelo y si serían evitables si aprendemos a aproximarnos a él de otra forma menos hiriente.

La muerte es uno de los pocos hechos de los que podemos estar seguros. El suicidio, por mucho que nos duela, forman parte de nuestra naturaleza humana y de nuestros instintos más básicos aunque históricamente estas ideas se hayan intentado desterrar. Conceptualizarla como una conducta desviada, contra la naturaleza, tacharla de inmoral o penalizarla, muy lejos de evitarla, lo que consigue es perpetuarla. Esto solo tuvo sentido cuando la ignorancia sobre la conducta justificaban el uso estigma y el tabú como forma de control. 

Las experiencias de duelo vienen a cambiarnos para siempre. Metafóricamente constituyen cicatrices que nos marcan. Pero, ¿qué diferencia una muerte por suicidio, de una por accidente laboral, por homicidio, por sobredosis de droga, producto de conducción temeraria u otras conductas de riesgo, por cáncer u otra enfermedad crónica…?

Inicio las reflexiones a través de este complejo fenómeno sabiendo que será poco probable responder de forma categórica y esperando se abran otras incógnitas que nos ayuden a entender mejor esta causa de mortalidad. 

 

El suicidio como un ¿ejercicio de libertad?

La mayoría de las causas de muerte, aparentemente no necesitan de nuestra acción para existir (¿O sí?). Sin embargo, la conducta suicida se ve ligada en muchas ocasiones con la libertad supuesta que cada uno tiene para dar fin a su propia vida.

Algunos falsos filósofos que dan veracidad al dicho «la ignorancia es osada» dan rienda suelta a su ejercicio literario para reivindicar la libertad asociada al suicidio. Una supuesta libertad que contradice la definición del término de Aristóteles. Para este filósofo griego la libertad personal conlleva:

  • Una posibilidad de elegir.
  • Una disposición de elementos de juicio que conduzcan a la elección.
  • La posesión del conocimiento de los componentes de esos elementos de juicio.
  • La inteligencia adecuada para valorarlos debidamente y discernir acerca de la conveniencia de la elección.

Existe evidencia de que muchas personas que tienen intentos de suicidio con resultado de muerte están afectados por el fenómeno de la «visión en túnel» provocado por la ansiedad y el estrés que condiciona la atención a la percepción exclusiva de los estímulos más negativos de la situación. Cuando esta situación se da, nubla el juicio lo que es contradictorio a la toma de decisiones en libertad.

 

El suicidio, ¿la muerte inexplicable?

Es frecuente entre las personas supervivientes rumiar una y otra vez detrás de las circunstancias que acompañaron el hecho. En cierta forma esta actividad se sostiene como una espada de Damocles sobre sus cabezas y lleva a a hacer juicios sobre el grado de responsabilidad propia y de otros sobre lo ocurrido. Esto se convierte en una actividad cotidiana de búsqueda de una explicación causal. Es un hábito que en muchos casos puede perder intensidad en el tiempo, pero que se mantiene y vuelve de forma esporádica. 

La persona superviviente hace una especie de autopsia psicológica informal para reconstruir la situación de la muerte y construir un relato que le permita justificar el hecho. En este sentido la autopsia del forense, las notas de suicidio, los comentarios en el recuerdo, los móviles y ordenadores personales se convierten en fuentes para extraer información y construir una narrativa que dé sentido a la muerte de su ser querido. 

Muy probablemente el suicidio tiene una explicación tan fácil o compleja como cualquier otra causa de muerte. La ignorancia sobre el fenómeno la hace sin embargo entender como una conducta antinatural por la idea equivocada de que la única motivación esencial es el instinto de vida. Esto tampoco explicaría muchas conductas de riesgo de los seres humanos, ni el tabaquismo ni el consumo de drogas ni por otro lado conductas altruistas donde una persona pone en riesgo su propia vida para salvar la de otras o beneficiar a su «tribu o familia«.

 

Suicidio, ¿la muerte evitable?: La paradoja en la prevención del suicidio

Otra de las preocupaciones que centra la atención de las personas supervivientes son los que se han denominado los «Y si…». Construimos una falsa idea de control y seguridad sobre nuestras propias vidas como mecanismo de defensa para afrontar la imprevisibilidad de la vida. Como si realmente tuviéramos capacidad de controlar lo que ocurre a nuestro alrededor. 

Porque efectivamente el suicidio es prevenible, pero cuando nos referimos a esta cualidad del fenómeno no nos referimos a que una sola persona pueda cambiar la determinación de otra para acabar con su vida, sino a la necesidad de cambiar nuestra sociedad reforzando los valores comunitarios de cooperación y empatía para hacer un mundo más justo y para que las personas con problemas puedan encontrar ayuda para solucionarlos.

 

Suicidio como síntoma de una ¿debilidad personal?

Cuando por una u otra circunstancia he escuchado de alguien la idea de suicidarse o el relato de algún intento previo, siempre me invade la idea de que el mundo será peor si esa persona acaba terminando con su vida finalmente.

Sin embargo, es frecuente que nuestra sociedad se plantee el suicidio como un problema de gente frágil, con incapacidad de afrontar sus propios problemas, como una deficiencia personal que los hace «diferentes» y no como un problema social. De esta forma, por una parte estamos «nosotros», la gente «normal» y por otro «ellos», los suicidas (personas manipuladoras, débiles mentales, frágiles, incapacitadas o incluso cobardes). Una manera muy propia del ser humano y de la sociedad de ocultar sus trapos sucios y esconder el polvo debajo de las alfombras atribuyendo lo «malo» a los «otros».

El hecho de que las tasas sean diferentes en diferentes entornos culturales que influyen incluso en la elección de los métodos más usados en el suicidio quizás nos lleva a recalcar de nuevo que el suicidio es de facto un hecho social. Y que cada vez que muere una persona por suicidio, muere también una parte importante de la tribu. Cada suicidio es un fracaso social, del grupo, ajeno a que la fuerza de una cadena está limitada al del más frágil de sus eslabones. Esto puede verse reforzado si nos acercamos al hecho suicida como un acto de comunicación.

 

El relato vital: construye una realidad adaptativa

Albert Camus, en el «Mito de Sísifo» nos decía:  «Nada es una tragedia hasta que el héroe es consciente de su circunstancia».   Pero dicha circunstancia quizás no sea tan fácil de aprehender como realidad objetiva y sea meramente una construcción mental que cada persona construye para dar cierta consistencia a esta vida. En consecuencia no sería tanto la circunstancia sino nuestra forma de elaborarla y narrarla la responsable de darle categoría de drama y la intensidad de este.

Llevo escuchando los relatos de otras vidas los últimos 25 años. De hecho yo tengo el mío propio. Si te pido que me cuentes el tuyo y accedes, tu cerebro recopilará una serie de circunstancias, les dará un orden concreto y la narrará con un sentido único. La historia no solo retratará lo que te ha ocurrido sino que lo hará de una forma concreta que dice también cómo eres y que habla de tu personalidad más allá de hechos concretos. Seleccionarás las escenas entre miles de las que viviste y la construcción no solo será tu propia creación sino que también podrá determinar también tu futuro. No olvides que no es la única forma que hay de elaborar este relato y que si este no te ayuda a encontrar la esquiva felicidad, debes aprender a hacerlo de una forma diferente que sin negar tu realidad, te proporcione herramientas nuevas para afrontarla.

 

De esta forma, tanto la realidad de una persona que afronta ideas suicidas como el trabajo del duelo por suicidio, supondría un viaje al encuentro de un relato vital donde tus vivencias lleguen a tener un sentido y tengas la oportunidad de afrontar de forma adecuada los obstáculos que te imponga la vida. Recuerda que la vida no tiene memoria y que te da a tus seres queridos como una oportunidad y te los quita sin preguntar antes. Nadie te pertenece.

 

La herejía: desmitificación de la muerte por suicidio.

Hablar del suicidio, desdramatizarlo y desmitificarlo como una muerte especial puede parecer una especie de herejía entre los profesionales que nos dedicamos de forma continua a remarcar la gravedad de la situación. No es una causa de muerte especial. De hecho ninguna lo es sobre el resto. La muerte, muerte es y si bien las circunstancias que la rodean pueden ser diferentes y aumentar el sufrimiento, todas son iguales en cuanto que nos separan de un ser querido.

Para profesionales que nos dedicamos a dar visibilidad a esta causa de muerte, uno de los problemas claves de la salud pública de nuestro mundo, puede parecer paradójico llegar a la conclusión de que prevenir el suicidio pasa por considerarlo como una causa más de mortalidad, con sus características propias, pero cuyo dolor esté exclusivamente provocado por la pérdida del ser querido y no por los vestigios de tabú y estigma de los que históricamente ha venido acompañado.

Se trata, por tanto, de dar visibilidad sin aumentar la dramatización que acompaña a la que es la principal causa de mortalidad externa en España, causante, si nos atenemos a las estadísticas oficiales, 10 muertes cada día de media.

Un tabú que aún hoy obliga a las familias al uso de eufemismos para referirse al «suicidio», para huir de la vergüenza y la culpa a la que aún condena la sociedad a las personas suicidas y a sus seres queridos. Un tabú que parece protegernos de nombrarlo para no atraerlo, desde un sentido atávico de atraer los males que nombramos por su NOMBRE. Una tarea importante para afrontar un problema es darle identidad y eso solo puede conseguirse llamando a las cosas por su nombre: SUICIDIO y darle su dimensión concreta para encontrar soluciones eficaces.

Dedicado a todas las personas que día a día me recuerdan lo que ignoro, porque ellas me hacen mejor persona.

El suicidio desde la mirada histórica; orígenes del estigma y el tabú

Tiempo de lectura: 6 minutos

Miguel Guerrero Díaz, psicólogo clínico en SAS.
Coordinador de la Unidad de Salud Mental Comunitaria de Marbella Responsable del Programa de Prevención e Intervención Intensiva en Conducta Suicida Programa Cicerón

La dimensión histórica del suicidio

El conocimiento de la dimensión histórica del suicidio contribuye a la comprensión holística de este fenómeno sumamente complejo. Contamos con cuarenta siglos de historia del suicidio, pero sólo en los dos últimos siglos y medio, ha sido la medicina quien ha reclamado para sí su estudio. Es por esto, por lo que los profesionales no debemos caer en un reduccionismo biomédico como paradigma explicativo de este fenómeno. Otras disciplinas como la filosofía, la ética, la sociología, el evolucionismo, la antropología, las artes, la literatura, los medios de comunicación y por supuesto la historia, que complementan nuestro conocimiento. El concepto y la imagen del suicidio no ha sido la misma a lo largo de la historia, siendo un constructo social modificable, sujeto a las influencias sociales y sobre todo culturales de cada tiempo histórico.

El suicidio en la cultura greco-romana


Es en este momento de la historia donde la muerte voluntaria comienza a ser estigmatizada, denostada y penada. El suicidio era un delito contra el Estado que conllevaba castigos puesto que privaba a la polis (la comunidad) de uno de sus miembros y de su contribución al progreso de esta. Además, era considerada por gran parte de la sociedad griega como un acto impío hacia los dioses. A través de la mitología se asociaron varias emociones consideradas como desencadenantes de la conducta suicida, como son la desesperación, la culpa, la vergüenza, o la propia locura. Ejemplo de estos mitos son el suicidio de Yocasta, Egeo o Áyax. Pero fue el suicidio de Sócrates en el año 399 a.C. el que marcó un hito en la historia de la filosofía de la muerte voluntaria. Su decisión afectó profundamente a sus seguidores. El principal sin duda fue Platón (387-347 a.C.). Éste se posicionó en contra del suicidio argumentando que atentaba contra el Estado y contra los dioses. No obstante, estableció excepciones donde la muerte voluntaria era legítima. Aristóteles (384-322 a.C.) condenó más enérgicamente aún el suicidio. En su obra Ética a Nicómaco, afirma que es un acto de cobardía puesto que el suicida eludía su responsabilidad social y afectaba a terceros.

La civilización romana heredó gran parte de la cultura helena, y del mismo modo existía una prohibición expresa al suicidio, salvo si se obtenía el permiso del censor que «legitimaba» el acto. Una característica del pueblo romano con relación a la muerte voluntaria fue su falta de democratización.

Marco Tulio Cicerón (106-46 a.C.) rechazó la muerte voluntaria haciendo suyos los postulados platónicos, en su obra El sueño de Escipión. Por el contrario, Lucio Anneo Séneca (4 a.C. – 65 d.C.), máximo representante latino del estoicismo y defensor de la ascesis del alma, legitimaba el suicido al considerarlo un acto de valentía y de máxima expresión de libertad humana. La otra gran contribución que nos ha legado Roma fue sin duda su legislación. El Código de Justiniano, obra del emperador bizantino Justiniano (527-565 d.C.), supuso la primera representación legal de una conducta derivada de un estado mental alterado («non compos mentis») y recogía como atenuante en la mente del suicida la perturbación de sus facultades mentales.

Foto de jimmy teoh en Pexels

Las primeras comunidades cristianas

En La Biblia se relatan hasta nueve suicidios sin que exista ni condena ni apología del suicidio. Para los primeros cristianos la muerte voluntaria no estuvo estigmatizada, produciéndose de hecho un fenómeno que alarmó enormemente a los primeros obispos de la Iglesia, el martirio voluntario. Este fenómeno hizo necesario la «invención» de un relato teológico que frenara estos actos, siendo San Agustín de Hipona (354-430 d.C.) quien contribuyó a tal fin. Condenó el suicidio equiparando éste a un homicidio de sí mismo y por ende una clara violación del V mandamiento; no matarás. Para la Iglesia «la vida es propiedad de nuestro Señor y no podemos disponer de ella libremente» por lo que, desde ese momento, el suicidio era un pecado y el suicida un pecador ante Dios. En el Concilio de Arlés (314 d.C.) se condenó formalmente por la Iglesia el suicidio y a cada concilio ecuménico celebrado, más condena y castigo se añadía al suicida, desde la excomunión, hasta la negación de rito, funeral, enterramiento, o sepultura.

El suicidio en la Edad Media

No obstante, fueron la leyes civiles -y no sólo las eclesiásticas- las que marcaron con su extrema violencia el destino de los suicidas. A la suma de la condena eclesiástica, se añadió el rechazo por parte del Estado. El suicida no sólo se era un pecador, sino que se convirtió en un delincuente ante la Ley, merecedor de castigos físicos y sociales extremos. Arrastrar el cuerpo, mutilarlo, clavarle una estaca, enterrarlo en un cruce de caminos, vejarlo o negarle sepultura, son ejemplos de cómo se trataba de aleccionar al pueblo para hacer desistir a quien tuviera ideas suicidas.

La Edad Moderna

El Renacimiento (siglo XV y XVI) supuso un cambio en la mentalidad secular. Si bien la Iglesia persistió en la dura condena moral del suicida, aparecieron un grupo de humanistas filósofos que comenzaron a cuestionar abiertamente las posiciones teológicas sobre el suicidio. Michel de Montaigne (1533- 1592) fue pionero en considerar que el suicidio no podía evaluarse moralmente a partir de dictados divinos, sino que debía ser resultante de una elección personal. En 1608 John Donne escribe Biathanatos, la primera obra en defensa del suicidio en lengua anglosajona, y el ensayo más exhaustivo sobre el suicidio en la edad moderna. A partir de entonces los postulados religiosos fueron progresivamente desplazados por razones seculares, tomando la filosofía el relevo del debate moral acerca de la legitimidad o no del suicidio. Anatomía de la melancolía publicada en 1621 por Robert Burton (primer autor
en proponer el suicidio como resultado de una alteración) supone un hito histórico al considerarse un auténtico precursor de los futuros postulados científicos del siglo XIX.

La patologización del suicidio

En el siglo XVIII, con los avances de la ciencia experimental impulsados por el «movimiento ilustrado» se consiguió paulatinamente la definitiva secularización y descriminalización del suicidio. Sin embargo, quedó ligado a la enfermedad mental y a toda clase de «locura». La psiquiatría alienista representada por Jean Étienne Dominique Esquirol (1772-1840, psiquiatra francés y alumno de P. Pinel) postuló la asociación del suicidio a toda clase de estados clínicos patológicos (delirium agudo, estados delirantes crónicos, monomanías, manías) pese a reconocer que el suicidio, no era una enfermedad mental per se. En el siglo XIX con la llegada del romanticismo el suicidio pierde su carácter peyorativo. Se valoran las motivaciones psicológicas por encima de la ética, se exaltan los sentimientos y se considera el suicidio como un acto de máxima libertad o como expresión de estados de desesperanza. A finales del siglo XIX destacó la figura del sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917) – se puede enlazar con otra entrada.

El suicidio en la actualidad

En la actualidad, desde el esquema biopsicosocial como el propuesto por Van Heeringen en 2001, se proponen una serie de estrategias de intervención, clasificadas en universales (población universal), selectivas (dirigidas a grupos de riesgo) e indicadas (indicadas para personas con conducta suicida expresada). Las principales serían la limitación de acceso a medios letales, la mejora en el acceso a los recursos sanitarios (tanto a atención primaria como, sobre todo, a atención especializada en salud mental), la identificación temprana y el tratamiento de la depresión, el alcoholismo u otros trastornos mentales. Otras medidas de igual importancia son el desarrollo de intervenciones sociosanitarias en grupos vulnerables como jóvenes, mayores y minorías étnicas, así como la concienciación y mejora de competencias para el manejo del suicidio de profesionales sanitarios y no sanitarios (educadores, policías, bomberos, etc.), a través de la formación. Comprender que el suicidio es un fenómeno sociológico e histórico complejo más allá de la patología psiquiátrica y de las fronteras de la atención a la salud mental facilitaría un abordaje integral.


Para ampliar la información puede acceder a: Reflexiones sobre el suicidio desde la mirada histórica – Psicoevidencias – Portal de gestión del conocimiento del Programa de Salud Mental de Andalucía


Bibliografía

  1. Ramón A. Semper dolens. Historia del suicidio en Occidente. Barcelona: Acantilado; 2015.
  2. Jiménez Treviño L. Breve aproximación a las conductas autolíticas. ReNEPCA (Red Nacional para el Estudio y Prevención de Conductas Autolíticas); 2003.
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  13. Dumon E, Portzaky G. Suicide Prevention Toolkit for Media Professionals. Work package 6
  14. Dumon E, Portzaky G. General Guidelines on suicide prevention. Euregenas. Work package 6.

Lo que necesito de ti

Grupo de Ayuda Mutua para Supervivientes
Tiempo de lectura: 4 minutos

Carta abierta de una madre que perdió a su hijo por suicidio a los profesionales de salud mental y a la sociedad

Foto original realizada por Cristina Romero

Este texto ha sido elaborado por Cristina Romero en el desarrollo de una entrevista realizada por Daniel J. López, psicólogo colaborador de papageno.es, y tiene como objetivo reflexionar sobre las necesidades psicológicas de los supervivientes.

Escúchame

  • Necesito decir con libertad que mi hijo se suicidó, que sufrió mucho durante años y que tenía una enfermedad mental. Déjame hablar de él, apenas tengo oportunidades para hacerlo.
  • Necesito hablar sobre su suicidio, si lo presentía, si lo habló, si lo había intentado o si jamás pensé que lo haría.
  • Necesito saber que su muerte es real, tocarlo y abrazarlo por última vez.
  • Necesito contarte muchas cosas sin interrupciones y con paciencia. Ayúdame a contarte cómo sucedió todo, aunque me cueste hacerlo. Lo que ocurrió antes y justamente después de su muerte. Quiero contarte cómo lo vivo yo, no cómo debería vivirlo. Necesito que no reprimas mis llantos, que me permitas hablar, gritar e incluso perder el control. También que respetes mis tiempos.
  • Te necesito seguro, cálido, empático y capaz de ayudarme a afrontar mi dolor. No te muestres impotente, frío o frustrado. No necesito que me digas lo que tengo que hacer.
  • Necesito sentirte como persona que puedes ayudarme, percibir cómo sientes mi dolor, cómo entiendes lo que supone el suicidio de una de las personas que más quieres en el mundo. Así lograré conectar contigo. Necesito tu conocimiento profesional para darle claridad a mi oscuridad.
  • Necesito hablar de cómo me sentí abandonada y sola, de cómo perdí el sentido de mi vida, de mis ganas de morirme, de irme con él, de mi larga historia con el sentimiento de culpa, de mi total descontrol y del impacto que me produjo su muerte. Escucha atentamente mi relato y respeta cómo me siento. Luego, si lo crees conveniente, cuestiona mis creencias y ayúdame a transformarlo.
  • Necesito que me preguntes para entenderme no para modificar mi relato.
  • Necesito que me digas la verdad sobre mi duelo, que será largo, muy doloroso y sin consuelo. Que me pidas cosas que sean asumibles, que me orientes a afrontar mis emociones y que me digas que solo puedo ocuparme de lo que está a mi alcance.
  • Necesito que entiendas que soy una persona única e individual y que cada uno de nosotros somos diferentes y nos aproximamos de forma distinta a nuestro duelo y a la muerte de nuestros seres queridos.
  • Necesito que conozcas a mi familia, el contexto en que se produjo su muerte, que me conozcas a mí, a mi hijo y nuestra relación.
  • Necesito huir de los tópicos: “la vida sigue”, “verás cómo lo superas”, “el tiempo pasará y lo superarás”, “vas a salir más fuerte de este duelo”, “la vida te está poniendo a prueba”…

Ayúdame a afrontar y trasformar mi duelo

  • Ayúdame a entender lo que ocurrió, la intensidad de su alto grado de desesperación (por qué lo hizo) y a aceptarlo, superando el estado de shock en el que he estado durante años.
  • Ayúdame a transformar mi rabia –que me devora por dentro- en estar en paz conmigo misma y con los demás, ya que mi hijo ha sido una víctima más del sistema de Salud Mental.
  • Ayúdame a afrontar los aniversarios de su muerte, a hablar de ellos pero no a anticiparlos. Ayúdame a hacer entender a mi familia lo que necesito, enséñanos a acompañarnos.
  • Ayúdame a buscar distracciones para no pensar en él continuamente. Ayúdame a socializar. Perdí mis amistades.
  • Ayúdame a afrontar los trámites burocráticos de su muerte sin horror. Ayúdame a volver a creer en mí y en la vida.
  • Ayúdame a aprender a convivir con el dolor y a que se me restablezca un estado de equilibrio interno que me aporte habilidades para apreciar lo que tengo y no lo que he perdido.
  • Ayúdame a tenerlo cerca a través de sus cosas. Deja que su recuerdo me acompañe. No me pidas que abandone mi casa o que tire sus cosas. Así podré expresarte el amor y la gratitud inmensa que siento por haberlo tenido conmigo durante sus treinta años.

Ayúdame a que no vuelva a ocurrir

  • Necesito que entiendas mi rabia total hacia el sistema de Salud Mental y a la falta de prevención del suicidio, ya que las personas con enfermedad mental sufren mucho.
  • Ayúdame a que la muerte de mi hijo no ocurra en vano.
  • Ayúdame a reclamar más recursos para la Salud Mental, como centros de larga y media estancia y centros de día adecuados para ellos. Más inversión en investigación, más especialistas cualificados y sobre todo con compasión… Más protocolos de prevención del suicidio. También a concienciar de la ausencia de solidaridad social.
  • Ayúdame a implantar programas de inteligencia emocional en los colegios para detectar los problemas y ayudar a afrontarlos.
  • Ayúdame a hacer entender a los niños y hombres a pedir ayuda, a expresar cómo se sienten. Ayúdame a fomentar el apoyo familiar, escolar y social.

Mi grupo de ayuda mutua

  • Necesito participar en un grupo de ayuda mutua y compartir lo que siento con personas que tienen las mismas vivencias y que conocen tu dolor en primera persona.
  • Necesito recuperar el sentido del humor para ir superando este trauma.

Cristina es miembro de un grupo de ayuda mutua fruto de la colaboración de la Asociación Andaluza de Supervivientes por Suicidio de un Ser Querido «Ubuntu» y la Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención de la Conducta Suicida «Papageno». Si necesitas ayuda contacta al WhatsApp 633 169 129.

Día Internacional del Superviviente por la pérdida de un ser querido por suicidio

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Video realizado por el Grupo de Ayuda Mutua de Sevilla para Supervivientes gestionado por papageno.es
Video realizado por el Grupo de Ayuda Mutua de Cádiz para Supervivientes gestionado por papageno.es

El tercer sábado del mes de noviembre de cada año se celebra el Día Internacional del Superviviente. Un día para dar voz a las personas que en muchas ocasiones se ven obligada a penar su duelo en silencio.

Desde papageno.es sirva esta pequeña muestra de homenaje de las personas que luchan por sobrellevar su doloroso duelo y que ha sido realizado por miembros de grupos de ayuda mutua. El primero con la música de la BSO de «El Pianista» como homenaje póstumo a todas las personas que perdieron la vida por esta causa interpretada al piano por uno de los familiares ausentes.

Si necesitas ayuda, contacta y te asesoraremos.

Datos de contacto

Email: prevencion@papageno.es

WhatsApp: 633 169 129

Euforia, Familias Trans-Aliadas se adhiere a papageno.es

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Euforia. Familias Trans-Aliadas

 

Euforia comenzó su andadura, desde un experiencia previa de muchas personas implicadas en el activismo trans. Desde una postura coherente con un discurso claro y contundente, crearon un nuevo nombre para un nuevo proyecto.

Esta asociación nació desde su propia decostrucción que les ha permitido crecer, buscando su propia evolución y aprendizaje. 

 

Valores de Euforia

Familia

La asociación se ha asentado sobre un concepto amplio de la familia en su vertiente de cuidar y ser cuidados. Y eso para convertirse en referente y herramienta para superar los estereotipos y aprender a aceptar la identidad de sus hijes. También para quienes han tenido que dejar atrás a sus familias de origen buscando vivir su identidad en libertad.

 

Aliadas y colectivas

En ese sentido se sienten aliadas y sitúan a las personas trans como protagonistas de su acción. En resumen, un colectivo con fuertes sentimientos de pertenencia y sin fronteras, al que unen las ganas de cambiar el mundo, y la ambición de luchar contra los márgenes y condicionamientos sociales.

 

Transfeminismo

Desde Euforia, entienden la lucha por la diversidad desde todos los ejes de opresión, las estructuras sociales patriarcales y una ideología de género alienante. Para ello, utilizan entienden la respuesta y el cambio como globales.

 

Asociación de Profesionales en Prevención y Postvención de la Conducta Suicida, «Papageno»

Logotipo Papageno.esPapageno.es es una plataforma de carácter independiente y no lucrativa. Nació en 2019 gruto del esfuerzo de un grupo de porfesionales con vocación de servicio y activismo social con el objeto social de prevenir el suicidio.

Desde sus inicios se mueve desde la ilusión de unir esfuerzos de los profesionales y organizaciones preocupadas por el impacto que el suicidio provoca en nuestra sociedad. Este impacto no está marcado solo por el número de víctimas mortales, sino por el sufrimiento de las personas y colectivos más vulnerables, y entre ellos el de las personas que afrontan un duelo por suicidio (supervivientes).

Desde la filosofía de la lucha contra el estigma y el tabú, tiene como objetivos la sensibilización de la sociedad y de los colectivos profesionales, con especial atención a la formación y e empoderamiento de personas y colectivos vulnerables.

 

Compromiso

Con esta adhesión ambas organizaciones hacen público su deseo de colaborar en la prevención del suicidio desde el máximo respeto a su independencia en defensa del colectivo al que representan, a sus estatutos y con el único objetivo de aprender juntas.


Adhesiones

¿Cuanto nos cuesta a los españoles cada suicidio?

Tiempo de lectura: 9 minutos
Costo económico de un suicidio

Artículo realizado por Rogelio González Weiss (Colaborador de papageno.es)

 

Value of a Statistical Life (VSL)

Al hilo de otra publicación en el blog de Papageno, Sonsoles Rivera Pascual (otra colaboradora papagénica) reflexionaba sobre el Value of a Statistical Life (VSL). Con este método se podría cuantificar el costo de cada muerte por suicidio, o lo que en un lenguaje fácilmente entendible, podría suponer cada muerte por suicidio no evitada: ¡En Euros!

Me aventuro a traer aquí algunos datos y hacer algunas comparaciones que nos inviten a pensar sobre el costo de cada muerte por suicidio. Previamente señalamos lo repugnante de asociar “vida humana” con “costes económicos”. Además destacamos que la metodología de los “evaluadores” no es unánime, ni fácil, ni realmente pretenden poner “precio” a un ser humano.

Aparte del ámbito estrictamente académico (principalmente economistas y sociólogos), el concepto VSL resulta muy interesante para determinados sectores empresariales. Valga el ejemplo de las compañías aseguradoras, preocupadas por sus afinados balances de primas/indemnizaciones. Este sector ha desarrollado avanzadísimos métodos para cuantificar cuanto estaríamos dispuestos a pagar por cubrir determinado riesgo, más allá de los “costes/beneficios”.

 

El precedente de la siniestrabilidad de tráfico.

El costo de una muerte.

Más interesantes nos deben parecer los estudios que pretenden mostrar en dólares, para un país, el coste “fáctico”, directo y mesurable de un fallecimiento. Por ejemplo, los que resultan de un accidente de circulación.

Pero los que realmente nos pueden aportar alguna luz (y animar una sonrisa en nuestros lectores/as) son aquellos que buscan calcular cuanto costaría disminuir en una determinada proporción un determinado riesgo de muerte.

Un ejemplo sería el que resultaría tras reducir un 10% el número de fumadores en una región. Algo que podría parecer abstracto o difícil de calcular, se hace con más frecuencia (y ciencia) de lo que parece. Un estudio llegó a establecer que el coste de mortalidad asociado a un paquete de cigarrillos era de 78€ para los hombres.

Hagámoslo fácil, abandonemos la ciencia y calculemos por nosotros mismos. Podemos estimar que si un dia salimos de fiesta y tenemos que llevar el coche, la decisión del conductor “no tomar alcohol” es gratis. Esa opción podría evitar además varias muertes, entre ellas la nuestra. Por otro lado, pensemos que si al regreso, nos tropezamos con un control de alcoholemia de la Guardia Civil, gracias a esa iniciativa nos ahorraremos además los 500€ de la MMG (Multa Mínima Garantizada).

No se queda aquí la cuestión, pongámonos nuevamente a hacer nuestro propio y particularísimo (pero muy serio) cálculo. Y esto sin tener que hacer una encuesta, manejar datos sobre salarios o población ni usar un programa de estadística.

Consideremos un tramo de una carretera que se ha identificado como “punto negro” en base al elevado número de accidentes (y/o muertes) reportados durante un periodo de tiempo. Imaginemos que las autoridades acometen una reforma del trazado que mejore la seguridad del tramo. Si a continuación hacemos un seguimiento de la nueva siniestralidad podemos establecer en base a la inversión hecha y a la variación de la incidencia de accidentes/fallecidos, cual ha sido el “coste preventivo” en euros de esa intervención concreta y balancearlo con el “coste evitado” en término de vidas humanas.

Si quisiéramos proponerlo en “costes económicos evitados” ya si tendremos que sacar la vena matemática. Podremos usar, por ejemplo, valoraciones desde el punto de vista de “salarios brutos dejados de percibir” por los que habrían fallecido sin la mejora, “daños materiales y reparaciones” evitadas o “gastos sanitarios” que no han sido necesarios gracias a las obras. (Ahora si espero una franca y abierta sonrisa).

 
La importancia de la prevención.

Si a los ejemplos anteriores le añadimos que, muchas de las actuaciones preventivas en el pasado resultaron ser gratis (o muy baratas) y supusieron una considerable mejora de las estadísticas de fallecidos por accidentes de circulación, quizás, quienes estamos preocupados por la falta de interés de nuestros políticos por los suicidios, acabemos torciendo el gesto y perdamos la sonrisa que amagamos en el párrafo anterior.

Cuando hace años las administraciones públicas españolas tomaron conciencia del enorme coste humano (y económico) de los accidentes de circulación, se comprobó que era mucha la información existente alrededor de los accidentes. Dicha información era básicamente derivada por las detalladas estadísticas que recopiló durante años la Guardia Civil de Tráfico.

En ellas se recogían no solo las referentes al parque automovilístico, número de conductores, accidentes, fallecidos, heridos o daños materiales, sino que se complementaban también con elementos tales como la causa principal y secundarias del accidente, los lugares de mayor incidencia, factores influyentes en la gravedad del mismo, etc. Por si pareciera poco, reflejaban además todas las circunstancias externas que intervenían en el mismo: si concurría infracción en la conducción, condiciones ambientales, hora del día o día de la semana, tipo de vía, tipo de vehículos, … (Ej de información estadística pública de la DGT).

Con esa información objetiva y sistematizada era “fácil” establecer políticas preventivas y se abordó el problema desde sus “causas”:

  • Concienciación por la seguridad con agresivas campañas publicitarias en TV.
  • Intervenciones en los centros educativos.
  • Normas más restrictivas (como el uso obligatorio de cinturones de seguridad o la tipificación como delito de la conducción bajo influencia de alcohol o drogas).
  • Requisitos de sistemas activos y pasivos de seguridad para los fabricantes de automóviles.
  • Mayor vigilancia en carretera.
  • Controles periódicos de vehículos.
  • Reconocimientos médicos a los conductores
  • Auge de los cinemómetros o los alcoholímetros.
  • Modernización del parque automovilístico.
  • Mejora de las carreteras.

Ni la complejidad del fenómeno, ni la multicausalidad, ni la diversidad de estamentos, ni la inversión o el tiempo necesario para obtener resultados, impidieron que se convirtiera en un objetivo prioritario para diferentes Gobiernos. Así se redujo considerablemente aquella enorme pérdida de vidas.

Actualmente, dependiente de la DGT existe un departamento permanente de investigación e intervención de la siniestrabilidad, que cuenta con planes de investigación que son públicos y que cuentan con saneados presupuestos.

Me permito señalar que desde 2013 se ha producido un frenazo en la casi invariable disminución de víctimas mortales por accidentes de carretera que se inició a finales de los 80. Es fácil entender el porqué, si nos fijamos en la disminución del número de agentes encargados de la vigilancia de tráfico, al menor gasto de las familias en la renovación del turismo/gastos en taller y a la falta de mantenimiento/inversión en infraestructuras viales en estos años de “crisis”.

Comparación de Fallecidos en España por suicidio y accidentes de tráfico 1980-2017

 

¿Qué impide por tanto que abordemos el problema del suicidio como se hizo hace 30 años con los accidentes de tráfico?

Como es obvio, en primer lugar faltaría que los ciudadanos tomaran conciencia de la gravedad del problema en términos de vidas humanas (olvidemos aquí el VSL, por favor)

 

En España el suicidio es la primera causa de muerte no natural, casi dobla las provocadas por accidentes de circulación y multiplica por 11 la cifra de homicidios. Desde 1980 ha supuesto 125.000 víctimas solo en nuestro país.

 

En segundo lugar, debería calar en esa misma ciudadanía la idea de que es un fenómeno prevenible/evitable (tanto o más que los accidentes de tráfico), del que puede y debe hablarse y cuyos principales enemigos están resultando ser “el estigma social”, los mitos y prejuicios que impiden pedir ayuda y el rechazo a informar sobre suicidio o hacerlo incorrectamente, lo que lo ha conviertido en “ese gran desconocido”. No es una mera opinión particular, animo a leer otras entradas del blog para entender la importancia de estos aspectos en la prevención del suicidio.

En tercer lugar, los gobiernos deberían asumir su responsabilidad (presionados por la opinión pública) y plantear (como lleva años exigiendo la OMS) un plan integral para la prevención del suicidio y no conformarse con simples parches (llámese Plan Local, Proposición No de Ley o Estrategia Nacional, claramente insuficientes).

Finalmente, todos los campos implicados directa o indirectamente alrededor del suicidio, desde la ciencia (psicología, psiquiatría, sociología, criminología, etc.), los organismos públicos (salud, jurídicos, docentes, seguridad, etc.), hasta las entidades privadas (colegios profesionales, medios de comunicación, etc.), deberían implicarse en analizar sus ámbitos de actuación y proponer planes y medidas efectivas

 

Costo de las muertes por suicidio: propuestas de mejora

Desde este trabajo solo cabe invitar a la reflexión y animar a hacer propuestas. Sería interesante, por ejemplo, la creación de una comisión interdisciplinar que coordinara esas propuestas y que cuanto antes condujeran al tan necesario Plan Nacional para la Prevención de Conductas Suicidas. Yo me atrevo también a hacer las mías.

 
Mejora de los datos epidemiológicos sobre el suicidio

Como analista, me preocupa la disgregación e inaccesibilidad de las informaciones vinculadas al suicidio, especialmente en las referidas a “tentativas” o “ideaciones”, y la poca implicación pública en la investigación (con la honrosa y dispersa excepción de la sanidad).

Como cuestión de salud, opino que el Estado (soy consciente de las competencias autonómicas) deberá articular un protocolo que incluya, entre otras muchas cuestiones, las reseñas de tentativas suicidas. Con independencia del seguimiento y tratamiento del paciente, esto permitirá extraer una radiografía viva del fenómeno y de las circunstancias que lo envuelven (más allá de un simple “mapa estadístico de muertes”). Este se complementaría, a nivel forense, con la obligación legal de realizar las autopsias psicológicas a todas las personas en las que se sospeche autolisis, y mejoraría el actual protocolo de registro de “causas de la muerte”. Esto permitiría además conocer los factores desencadenantes, los fallos del sistema y la efectividad de las medidas preventivas.

 
Mayor presencia de la psicología en la salud pública

Para los que centramos el interés en la persona que sufre y puede caer en el suicidio, entendemos que todo pasa por potenciar (mucho) la presencia de la psicología en la salud pública (que permitiría además la moderación del recurso farmacológico). El Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid publicaba en su blog el pasado año un resumen esclarecedor.

 

En 2017 el número de psicólogos sanitarios colegiados en España era la mitad que el de fisioterapeutas, la tercera parte que los farmacéuticos o la décima parte que facultativos o enfermeros.

 

Los mismos profesionales que reciban, evaluen, asistan y deriven, deberían ser (en mi opinión) los encargados de recoger los datos de cada uno de los casos objeto de atención y responsables de su seguimiento. Conocerían las tentativas y alertarían sobre los casos de riesgo.

 
Creación de un «Centro para la Prevención, el Análisis y la Investigación del Suicidio»

Un eventual Centro para la Prevención, el Análisis y la Investigación del Suicidio, dependiente del Ministerio de Sanidad, sería el encargado de ir proponiendo esos protocolos de abordaje y de recopilación de datos. En coordinación con las diferentes competencias autonómicas, propondría las líneas de investigación que sirvan para adoptar medidas concretas de prevención/actuación dirigidas a cada autoridad competente (Justicia, Salud Educación, etc.).

Sé que para muchos profesionales habrá otras cuestiones que les resultarán prioritarias (y les invito a plantearlas), aunque pienso que no estarán muy reñidas con las mías. Afortunadamente no soy psicólogo y nadie podrá acusarme de corporativismo 🙂

 

Las cifras del VSL en el suicidio

Alguien habrá quedado con la duda sobre cual es el VSL aplicable para el caso de España (y para el suicidio). No es fácil responder, pues como ya señalaba, no hay un criterio único sobre lo que es ese concepto, lo que tiene que medir o como debe hacerlo. En consecuencia la “cuantificación” es muy variable dependiendo del ámbito, del método o del investigador. Por ejemplo, frente al baile de cifras, algunos estudios de “meta análisis” han tratado de fijar un “estandar” de la valoración que fuera comunmente aceptada (y de alguna forma “generalizable”). A eso hay que añadir que no es lo mismo un estudio referido a seguridad del tráfico que otro sobre cuestiones de salud ni las referidas a un país u otro.

Desgraciadamente no he encontrado ninguno relacionado con el suicidio, así como tampoco una respuesta unánime en campos como el de las muertes por accidentes de circulación o el tabaquismo. Aún así comprobamos que existen oscilaciones desde 1 hasta los 4 millones de Euros. Para entender la complejidad y variedad de enfoques, recomiendo el seguimiento de algunos estudios como:

Ateniendonos a esas cifras, y usando una extrapolación totalmente acientífica, supondría que el “VSL del suicidio” más modesto superaría en España al presupuesto destinado en el PGE2019 a Cultura y Eduación, o a Sanidad y Servicios Sociales (y multiplicaría por 6 el de la DGT).

¡Ojo!, si recurrimos a la baremación judicial de la indemnización por una muerte en accidente de tráfico en España (no es una VSL, pero debería), la cantidad básica se reduce a tan solo 90.000€. ¡Cosas de la Justicia!

Ironías aparte, y como decía Sonsoles (creo que nadie nos lo discutirá), ninguna estimación estadística pretende ni puede poner valor económico a la vida humana (eso sin considerar a las personas que queremos).

 

Vidas demasiado valiosas para permitir que nuestros gobernantes sigan sin adoptar medidas concretas que prevengan, aunque fuera, una sola muerte por suicidio. Qué decir cuando el número se eleva hasta los 3.679 suicidios del año 2.017 en España, último del que disponemos de datos. Recuerden, cada 2 horas y media que nos retrasamos perdemos a un ser humano cuya muerte tendríamos que haber evitado.

 

Por mi parte (como insensible y poco riguroso analista) diría además que cada 2 horas y media perdemos 1 millón de Euros que podríamos haber evitado 😉


 

Rogelio González Weiss

Criminólogo y analista. Representante de la Asociación Unificada de Guardias Civiles. Lleva a cabo estudios epidemiológicos sobre salud laboral y conductas suicidas en el ámbito de la Guardia Civil, para alertar del problema y para la adopción de políticas activas de prevención.

El suicidio en las prisiones españolas

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Con esta infografía, iniciamos una serie de entradas con datos gráficos que resumen la realidad del suicidio en diferentes aspectos y entornos. 

El de hoy se dedica a la situación de la conducta suicida en centros penitenciarios españoles, una realidad que muchas veces pasa desapercibida y que necesita de medidas preventivas de urgencia.

El nivel democrático de un país también se mide a través del termómetro de la situación de sus centros penitenciarios y la calidad de vida de las personas privadas de libertad.

 

«Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán
orientadas hacia la reeducación y reinserción social…»
Constitución Española Artículo 25.2

Locura ≠ violencia ≠ suicidio: La raíz del estigma

Tiempo de lectura: 5 minutos
Suicidio y estigma
Suicidio y estigma

 

Empiezo a escribir estas líneas pensando que seré incapaz de hilar varias experiencias que no vienen al caso y que me han mantenido cavilando sobre el poder que tiene el lenguaje para hacernos absolutamente infelices (o no).

 

Muchas veces no es tanto lo que nos pasa sino el cómo lo elabora nuestro pensamiento y cómo acabamos narrándolo a los demás y de las palabras que utilizamos para hacerlo. Esta reflexión trata sobre el uso de etiquetas para definirnos y su potencialidad en nuestra estigmatización como personas.

 

Hace poco, tuve la suerte de ser invitado a participar en un programa de radio con el nombre ‘Levántese de día, poniente de noche’  con motivo de informar sobre el inicio en el mes de noviembre de los grupos que papageno.es hará en Cádiz para familiares y allegados de personas fallecidas por suicidio (supervivientes). 

El programa de radio está desarrollado como una actividad de la Asociación de Familiares, Allegados y Personas con Enfermedad Mental (FAEM Cádiz) y allí tuve la suerte de conocer a Roberto Ferrer y a su equipo del que a pesar del poco tiempo que compartimos pude aprender mucho (sobre profesionalidad). Más o menos todo fue de forma hasta que el locutor me pilló desprevenido y me preguntó sobre qué pensaba sobre la locura. Debo confesar que improvisé… Siempre he tenido la capacidad congénita de meter la pata en mis intervenciones públicas y no era plan de que nadie se sintiera ofendido por mis palabras….

Así que este artículo se lo dedico a ellos y ellas…. Su gestación empezó ese día y soy un hombre de honor que siempre paga sus deudas (o no)…

 
Habla positivo, vive feliz

El lenguaje que usamos tiene un poder inmenso para construir nuestra vivencia que no siempre se ajusta a la realidad externa o que al menos no nos ayuda a aceptarla tal como es. Depende de las palabras que usemos o usen para definir nuestras experiencias así acabaremos sintiéndonos o haciendo sentir a los demás. 

Por ejemplo, en un programa de radio español de una cadena importante, el locutor narra una noticia sobre un presunto homicidio y finaliza la noticia con un lapidario: «Se especula con que el presunto parricida pueda sufrir una enfermedad mental». Más allá de la veracidad del hecho o especulación, este tipo de comentarios no sólo no añade nada a la noticia sino que contribuye profundamente al estigma que relaciona la enfermedad mental con la violencia y la delincuencia. Y es que el cerebro humano construye relaciones de causalidad simple para intentar entender lo que ocurre. Dos expresiones en una frase: «Parricidio» y «Enfermedad mental» y nuestro cerebro coloca automáticamente una como causa y otra como consecuencia independientemente de las intenciones del locutor. Y luego a generalizar…

Lo mismo pasa con el suicidio y con otros muchos términos estigmatizados que toman un sentido peyorativo y acaban siendo utilizados más que para definir una situación concreta, para «lanzarlos» rayando el insulto. La gente autodenominada «normal» prefiere atribuir estas «deformidades» a colectivos concretos para evitar afrontar que el «mal» puede también ser consecuencia de algo que todas las personas podemos llegar a hacer y que no es monopolio de nadie en concreto.

Observe, por ejemplo, la perversidad de una expresión que han hecho célebres algunos libros de autoayuda: Gente Tóxica. Por mi trabajo como psicólogo he visto un interés creciente de las personas a las que acompaño en su proceso de aprendizaje en detectar gente tóxica en su entorno para atribuirle la causalidad de lo malo que ocurre en su vida. Por el contrario nunca encontré a nadie que se autodefiniera como tóxica. Como si esa enigmática gente tóxica fuera de otra especie y nunca consultara con profesionales de la psicología o viviera en las alcantarillas de nuestras ciudades. Usted también puedes ser tóxico a veces (yo, seguro).

 

Los criterios diagnósticos definen trastornos, no personas

No somos diabéticos, suicidas, esquizofrénicos, amputados, discapacitados, locos, bipolares, límites, drogadictas, alcohólicos, ludópatas, depresivas, neuróticas, histéricas, down,… Somos personas. Si tienes la mala suerte de sufrir un trastorno, recuerda siempre que la etiqueta del trastorno define un conjunto de síntomas al que se le ha impuesto un nombre arbitrario. Esos términos no te definen a ti. No son tu nombre de pila, ni siquiera tu apellido.

Siente orgullo por ser lo que eres, no asumas ninguna etiqueta. Si lo deseas, tienes capacidad para cambiar lo malo que hay en ti y ser mejor. Acepta también tu parte negativa y vive siempre en la mejor versión de ti mismo.

 
Tu lenguaje te hace daño

Si asume una de esas etiquetas como leitmotiv en su vida, allá usted con las consecuencias. Mi trabajo como psicólogo me permitió conocer gente que a pesar de su sufrimiento no deja de ser maravillosa. Conozco historias de cientos de personas que en algún momento de mi carrera me confiaron parte de sus secretos y experiencias. Yo mismo he contado mi historia a otros profesionales cuando lo he necesitado (con bastante frecuencia por cierto). Este crisol de vivencias han condicionado en cierta forma el quién y cómo soy. Acabo cautivado por cada historia. Sin embargo hay algo, solo algo, que no me gusta oir.

Frecuentemente me encuentro con gente que vive obstinada en cumplir de forma exhaustiva con su etiqueta que han asumido como si pudiera predecir su futuro. Le atribuyen un poder de invencibilidad que las deja sumidas en la apatía y en la indefensión aprendida. Son personas que se autodefinen como feas, torpes, estorbos, inútiles o cosas aún peores. Como si en este mundo solo tuvieran cabida los que pretenden no serlo. Todos somos mortales. Bienvenidos al mundo real… Yo a veces, me siento feo, torpe, estorbo o inútil  otras veces útil, hábil e incluso guapo. Probablemente no sea ni una cosa ni la otra… o todo en conjunto.

 

La mal llamada «normalidad» es un espejismo de nuestro cerebro para alejar sus fantasmas. Créanme si les digo que en toda mi vida nunca encontré una sola persona «normal». Si bien todos tenían mucho en común, cada uno se caracterizó especialmente por sus diferencias.

Si usted se siente seguro dentro de su espejismo de normalidad, siga ahí…, pero yo he aprendido que la locura, la violencia, el suicidio no son patrimonio de nadie. Yo no soy normal, yo también debo estar loco. Quizás sea paradójico pero si se considera normal, a lo mejor es usted quien necesita ayuda profesional… Míreselo…

 

Hábleme bien de usted

Así que hágame un favor. Si un día tiene la buena o mala suerte de cruzarse conmigo y siente la necesidad de contarme su historia para que le acompañe en un tramo, no se le olvide hablarme también de lo bueno que tiene. Y cuando vea que se tiene que enfrentar a algo complicado, no me diga: «No puedo» (como mucho acepto un «no quiero»), ni tampoco que lo intentará, dígame que lo logrará.  No me diga que no vale nada, dígame lo que puede y desea aportarme…

 

Nosotros también le necesitamos. La vida sería mucho peor si usted nunca hubiera existido.

 



Daniel J. López Vega

Coordinador de www.papageno.es

Psicólogo General Sanitario. Máster en Intervención Psicológica en Contextos de Riesgo. Autor de «¿Todo por la Patria?». Experto Universitario de Estadística Aplicada a las Ciencias de la Salud (UNED). Responsable del Grupo de Conducta Suicida del Colegio de Psicología de Andalucía Occidental.

 

 

 

 

 

 

 

 

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