Archivo el abril 29, 2023

Un entorno laboral seguro y saludable: primer paso en la prevención del suicidio (Webinario de acceso libre)

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28 de abril: Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo

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Noelia García-Guirao es socia fundadora de Papageno, Doctora en Ciencias Sociales y Jurídicas, Psicóloga del Trabajo y de las Organizaciones, y Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales. Profesionalmente ejerce como Perito Judicial en PRL a nivel nacional y es profesora en el Máster Universitario en PRL, en la Facultad de Derecho y Relaciones Internacionales de la Universidad Antonio de Nebrija.

Breve apunte histórico a modo de introducción

Cada 28 de abril, desde 2003 y a petición del movimiento sindical, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) celebra el Día Mundial para la Seguridad y la Salud en el Trabajo; para el movimiento sindical, desde 1996 y a nivel mundial, el 28 de abril es el Día Internacional en memoria de los trabajadores fallecidos y heridos. De esta forma, el 28 de abril se convierte en la fecha dedicada a aumentar la conciencia internacional sobre la seguridad y la salud tanto entre los sindicatos, como entre las organizaciones de empleadores y los representantes de los gobiernos. En este sentido la OIT (2003) reconoce la responsabilidad compartida de las principales partes interesadas y los anima a promover una cultura preventiva de seguridad y salud y a cumplir con sus obligaciones y responsabilidades, con el fin de prevenir las muertes, lesiones y enfermedades relacionadas con el trabajo y permitir a los trabajadores regresar con seguridad a sus hogares al final de cada día de trabajo.

Desde hace años, y según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el suicidio se mantiene como la primera causa de muerte externa en España y las cifras, cada año, dan detalle de la magnitud del problema. El suicidio no figura en las estadísticas de accidentes laborales que cada año elabora y publica el Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST); y ello da cuenta, por una parte, del mutismo que rodea al suicidio, y, por otra, de la dificultad para catalogarlo como accidente de trabajo, lo que suele ocurrir tras un largo y complicado periplo judicial, dada su naturaleza compleja, social y multicausal.

La obligación legal de controlar en el entorno de trabajo los factores psicosociales de riesgo: eliminándolos o minimizándolos

El suicidio puede ser la consecuencia más trágica y menos deseada de la exposición del trabajador a factores psicosociales de riesgo. Por ello, el entorno de trabajo debe permanecer libre de todo tipo de riesgos, incluidos los psicosociales. La Ley 31/1995, de 8 de noviembre, de Prevención de Riesgos Laborales tiene por objeto determinar el cuerpo básico de garantías y responsabilidades necesario para establecer un adecuado nivel de protección de la seguridad y la salud de los trabajadores frente a los riesgos derivados de las condiciones de trabajo; todo ello en el marco de una política preventiva que ha de ser coherente, coordinada y eficaz, y cuyo ámbito de aplicación incluye tanto a los trabajadores vinculados por una relación laboral en sentido estricto, como al personal civil con relación de carácter administrativo o estatutario al servicio de las Administraciones públicas, así como a los socios trabajadores o de trabajo de los distintos tipos de cooperativas.

El INSST (2022) define los factores psicosociales de riesgo como condiciones de trabajo relacionadas con la organización del trabajo, el contenido y la ejecución de las tareas y con las relaciones interpersonales y los contextos en los que se desarrolla el trabajo, que se materializan de manera inadecuada o deficiente (por diseño, por configuración, dimensionamiento y/o implantación), y que, cuando están presentes, aumentan la probabilidad de que se generen consecuencias negativas para la seguridad y la salud de los trabajadores y las trabajadoras.

Para dar cumplimiento al mandato legal es importante que la empresa fundamente su cultura preventiva en unos principios sólidos que vayan más allá del mero cumplimiento formal de la Ley. Es importante para ello:

  • El compromiso de la dirección, que liderará el proceso y establecerá la política preventiva de la empresa.
  • La participación activa de los trabajadores, que deben estar involucrados en el proceso de identificación de riesgos y la toma de decisiones en relación con la seguridad y la salud en el trabajo.
  • La evaluación de los riesgos, para poder identificar los peligros y establecer medidas preventivas.
  • Una planificación y gestión adecuada. La prevención de riesgos no se improvisa, debe obedecer a un plan. Se deben establecer políticas y prácticas que promuevan la seguridad y la salud en el trabajo, y se deben asignar los recursos necesarios para implementar y mantener estas prácticas.
  • La información a los trabajadores sobre los riesgos de su puesto de trabajo.
  • La formación y la capacitación de los trabajadores para que puedan desempeñar sus funciones de manera segura. La formación debe ser continua y actualizada, en función de los cambios en el lugar de trabajo.
  • La investigación de los accidentes y de las enfermedades profesionales, con el fin de detectar las causas.
  • La vigilancia de la salud de los trabajadores.

Cultura preventiva: ir más allá del mandato legal.

Crear un ambiente laboral psicosocialmente seguro implica abordar los factores que pueden afectar la salud mental y emocional de los trabajadores. El empresario puede implementar estrategias que promuevan el bienestar general del trabajador y ayuden a crear un ambiente laboral seguro y saludable. Algunas de ellas pueden ser:

  • Establecer canales de comunicación abierta y efectiva con los trabajadores, lo que incluye: retroalimentación regular, información sobre los cambios en la organización y las políticas de la empresa, y habilitar buzones de sugerencias, con el fin de que los empleados puedan expresar sus preocupaciones.
  • Fomentar un ambiente laboral respetuoso libre de acoso y discriminación, estableciendo políticas claras, haciendo cumplir los códigos de conducta y ofreciendo programas de capacitación que promuevan la diversidad, la inclusión y la empatía.
  • Proporcionar los recursos y el apoyo necesarios para que los trabajadores puedan realizar sus tareas de manera efectiva, lo que debe incluir no solo programas de formación, desarrollo profesional, tecnología y herramientas adecuadas, sino también el apoyo emocional y psicológico cuando sea necesario.
  • Promover la participación y el empoderamiento. Los trabajadores deben sentir que tienen un papel importante en la organización y que su trabajo es valorado. Es importante que, en la medida de lo posible, los trabajadores participen en la toma de decisiones, tengan metas y objetivos claros y reciban retroalimentación positiva.
  • Cuidar el equilibrio trabajo-vida personal. Es importante que los empleadores reconozcan y respeten que los trabajadores tienen una vida personal fuera del trabajo y, consecuentemente, proporcionen un equilibrio adecuado entre ambas facetas, incluyendo, cuando sea posible, horarios flexibles y opciones de teletrabajo.

Estas estrategias, una vez implementadas, formarán parte de la cultura empresarial. En concreto, serán parte de la cultura preventiva de la empresa, y ello es fundamental tanto para prevenir accidentes, lesiones y enfermedades ocupacionales, como para crear un ambiente laboral saludable y productivo, lo que redundará en una mejora de la imagen de la empresa y en el aumento de la satisfacción y la motivación de los trabajadores.

Trabajo en Red: Grupos de ayuda mutua de duelo por suicidio en Córdoba

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Los grupos de ayuda mutua de duelo por suicidio cumplen una doble función en la vida de las personas que han perdido a un ser querido por esta causa de muerte. Por un lado, son un lugar seguro para hablar de las emociones y dificultades que se asocian a este tipo de duelos. Por otro, es un lugar común para poder aprender recursos positivos de afrontamiento de las pérdidas por suicidio. 

Desde 2019, las asociaciones Ubuntu y Papageno trabajamos en la difusión de la filosofía inherente a este tipo de grupos. Desde enero de este año contamos además con un grupo presencial en Córdoba, además de los de las provincias de Cádiz y Sevilla. Junto a estos, también atendemos a un centenar de personas de toda España y Latinoamérica por videoconferencia. 

El pasado viernes y gracias a un convenio firmado hace dos años con el Teléfono de la Esperanza de la capital cordobesa, iniciamos una nueva etapa en estos grupos haciendo gala de los valores de todas las asociaciones involucradas de vocación de servicio y trabajo en red.

Gracias al personal voluntario del Teléfono de la Esperanza, Jesús Lázaro, psicólogo, y Josefina Santos, médico, y los de nuestra asociación, Nuria Moncayo y Daniel Jesús López, psicólogos, los grupos de carácter presencial se consolidan en la provincia cordobesa que se celebran en la sede del teléfono. 

Si has perdido a un ser querido por suicidio y deseas, participar contacta a través del correo electrónico supervivientes@papageno.es o el WhatsApp 633 169 129.

Cifras y suicidio: preocupación sin alarmismo

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Este artículo ha sido elaborado por Guillermo Córdoba, periodista especializado en el tratamiento informativo del suicidio en los medios de comunicación, y por Rogelio González, criminólogo y autor de varios estudios epidemiológicos sobre el suicidio. Ambos son socios de la Asociación Papageno.

El pasado 19 de diciembre de 2022, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó la conocida como ‘Estadística de defunciones según la causa de muerte’ del año 2021, en la que conocimos cuántas personas murieron por suicidio ese año en España. Unas cifras que, además de frías, dejaron unos datos récord: por primera vez desde que existen registros (1906), se superaron los 4.000 suicidios. En 2021, 4.003 personas se suicidaron de forma oficial en España, lo que supone un 1,6 % más que en 2020, año en el que 3.941 personas se quitaron la vida según los mismos datos del INE.

Si sacáramos una radiografía de los datos, la pantalla ofrecería una conclusión clara. Desde el año 2000, el número de suicidios no ha bajado de los 3.000, y desde el año 2012 no ha bajado de los 3.500, lo que demuestra la estabilidad de este problema y la diferencia con otras causas externas de muerte como son los accidentes de tráfico o la violencia machista. Estas, que sí han descendido a partir de la visibilidad social, las campañas preventivas o la inversión presupuestaria, contrastan con un problema que viene de antiguo: el suicidio.

Sin embargo, la primera causa de muerte externa desde el año 2008 apenas cuenta con recursos enfocados a su prevención. Palabras como el tabú, el silencio, el miedo o la vergüenza, que han impedido desde hace siglos su visibilidad, mantienen ahora el protagonismo, pero este es cada vez más menguante. Asimismo, la irrupción de la pandemia y la presencia en ascenso de la salud mental en la agenda mediática o en las redes sociales, han ayudado a que el problema salga del cajón. Aquí, los medios, antes acostumbrados al mutismo, han dedicado más espacio a este problema.

Los datos, los testimonios de personas que han perdido a un ser querido por suicidio o las declaraciones de los especialistas han aparecido con asiduidad en los medios de comunicación. Numerosas piezas han favorecido la visibilidad y el lanzamiento de mensajes de esperanza y de prevención, vitales para animar a hablar como la mejor vacuna ante este problema. Sin embargo, la mayor cantidad de piezas publicadas no ha sido proporcional a la calidad, ya que a veces los periodistas reiteran los detalles, simplifican las causas o no cumplen con las recomendaciones básicas.

Una queja habitual de los profesionales es la excesiva atención de los medios a las cifras del suicidio en la infancia y en la adolescencia, lo que contrasta con la escasez de piezas en otros grupos de edad. Este es el caso en los menores de 15 años, que fue una de las conclusiones más destacadas de los datos de 2021. En este grupo de edad, 22 personas se suicidaron ese año, más que en 2020 (14 suicidios) y también más que en 2019 (siete). Esto, sumado al aumento de las autolesiones e intentos de suicidio en este grupo de la población, representa un problema evidente. 

Ocurre algo similar con los suicidios comprendidos entre los 15 y los 29 años. El INE apunta que en este grupo de edad se suicidaron 316 personas en 2021, un dato que coloca al suicidio como la primera causa de muerte en este grupo de edad, pero con contexto vemos que la diferencia es mínima respecto a otras causas de muerte. Los accidentes de tráfico (307 muertes) y los tumores (295) se sitúan por detrás, pero los números revelan su cercanía con el suicidio. Además, podemos contrastar los datos con las tasas de suicidio, que en este grupo de la población se mantienen estables e incluso son inferiores a las tasas de principios del siglo XXI.

Pero, ¿qué significan las tasas de suicidio? La diferencia entre la tasa y la incidencia (número de muertes) podemos explicarla con un ejemplo comparativo. Imaginemos que en la Comunidad de Madrid fallecen 400 personas por suicidio, y que en Soria lo hacen 40 personas. Aunque parece que en Madrid existe más ‘riesgo’ que en Soria, aquí no se tiene en cuenta la población. Por ello, si sacáramos la tasa de fallecidos por cada 100.000 habitantes, Madrid tendría una tasa de cinco y Soria de 50, por lo que el problema sería más grave en Soria que en la Comunidad de Madrid.

Explicado esto, si regresamos al gráfico anterior vemos que la tasa de suicidio de la población joven (15 a 29 años) se mantiene estable desde hace más de una década y se sitúa en poco más de 4 por 100.000 habitantes. El dato no debe restar ni la más mínima importancia a un problema evidente que merece más recursos y más tiempo en la agenda de los medios de comunicación, pero sin el alarmismo o los excesivos detalles que en ocasiones romantizan, enturbian o empañan las informaciones. Aquí atributos como el contexto, el rigor o la responsabilidad son imprescindibles.

Si comparamos la tasa de suicidio de la población de entre 15 y 29 años con la de las personas mayores de 64 años, vemos que la diferencia es notable. Situada en 20 por cada 100.000 habitantes a principios de siglo, en los últimos años ha descendido hasta alcanzar los 14 por cada 100.000 habitantes en 2021. Asimismo, si hiciéramos el mismo cálculo en la población de más de 75 años (o de más de 90), veríamos que la tasa aumenta todavía más. Como defienden los especialistas, el riesgo de suicidio aumenta con la edad, debido a la soledad, la utilización de métodos más letales o la menor presencia de redes de apoyo, por lo que es crucial ayudar a prevenirlo.

Es en este punto donde los medios de comunicación pueden jugar un papel crucial y ayudar, con su altavoz, a que el mensaje de prevención llegue a este colectivo. Pero, a pesar de todo, han centrado su mirada en los niños y adolescentes, con atención a un excesivo número de casos concretos, cuando es preferible abordar el problema en su conjunto. Por todo ello, sería deseable que los periodistas ampliasen el foco e informasen más del suicidio en las personas mayores, con piezas elaboradas desde el rigor, con protagonismo de la información preventiva y con recursos de ayuda. Sin olvidar, por último, la precisión en el lenguaje para aportar rigor y huir de los titulares alarmistas, además de denunciar el escaso e insuficiente compromiso político.

El suicidio es un problema complejo, social y multicausal que requiere de un especial cuidado y de mayor sensibilidad cuando informamos sobre ello. La pregunta no debe ser si informar o no del tema, sino de cómo hacerlo para no aumentar el dolor y para reiterar una y otra vez el mismo mensaje: el suicidio se puede prevenir y hablar con contexto, rigor y sensibilidad es la mejor vacuna para conseguirlo.

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