31 de marzo 2021 – Valencia – Universidad Cardenal Herrera
31 de marzo 2021 – Valencia – Universidad Cardenal Herrera
Artículo escrito por Josep Ramon Ortega Fons socio de papageno.es
Hace unos días en una sesión terapéutica, una persona con la cual estamos trabajando sobre el sentido de su vida, se giró hacia mí y me preguntó: “Si te lo puedo preguntar, ¿cuál es el sentido de tu vida?”. La pregunta me hizo entrar en un conflicto interior: me estaba preguntando si aquello con lo cual estábamos trabajando, yo lo tenía claro. No dudé demasiado y respondí afirmativamente: “el sentido de mi vida es ayudar a quien lo necesite a nivel psicológico y espiritual, para que su vida sea un poco más feliz”. Esta respuesta dejó a esa persona un tanto descolocada, al ver que tenía tan clara la respuesta.
La pregunta sobre el sentido de la vida no es una pregunta que haya surgido ahora, se hace desde que la humanidad existe. La persona siempre se ha preguntado sobre el sentido de la existencia. Se podría hacer una larga lista de filósofos, teólogos, psicólogos, etc. que han intentado escudriñar sobre esa misma pregunta. Pero este no es el objeto de este breve artículo.
Una de las estrategias más usadas para la prevención del suicidio es trabajar el sentido de la vida de la persona. Es sin duda un elemento de “protección” para la vida: saber por lo que estoy en esta vida me puede generar el deseo de continuar viviendo. En pleno siglo XXI, y con una pandemia que sólo hace que empeorar la situación, la pregunta sobre el sentido de la vida se trastoca, por no decir que se olvida. No obstante sigue haciendo mella y calando hondo en cada uno de nosotros. Nos hace falta lo que San Agustín (c.397 d.C.) ya anunciaba:
«Los hombres salen a hacer turismo para admirar las crestas de los montes, el oleaje proceloso de los mares, el fácil y copioso curso de los ríos, las revoluciones y giros de los astros. Y, sin embargo, se pasan de largo a sí mismos. No hacen turismo interior»
San Agustín, Confesiones 10,8,15.
Tal vez algunos pueden pensar que es una pregunta banal, o que ya saben meritoriamente la respuesta. Hasta el momento en que llega la crisis. Cuantas veces se responde a esa pregunta sobre el sentido de la vida, con respuestas que no están a la altura?. Asociar el sentido de la vida a cosas como el tener un físico excelente (lo siento, pero siempre se envejece, pierdes facultades, o te rompes una pierna… y ya no es tan excelente…); o bien tener un buen sueldo, empleo, casas lujosas, el mejor iphone, el mejor coche (cuando lo tienes, experimentas que eso tampoco da sentido a tu vida… se estropea y todo en algún momento puede llegar a su fin…); o tener mucho prestigio, (que te alaben, que seas conocido, aparentar una vida feliz, tal y como vemos muchas veces en las redes sociales… el día que dejan de seguirte o simplemente tus mil amigos de Facebook no llenan la soledad interior que sientes…); o bien poder controlar a tus súbditos, creerte que eres mejor que los demás pudiéndolo mirar por encima de los hombros… (algún día se pueden cambiar las tornas y ser tú el que está por debajo…).
El tener, el poder y el aparentar son tres grandes fantasmas que parecen responder esa pregunta pero que no están a la altura de la respuesta y siempre acaban creando crisis, a veces irresolubles que encaminan a la persona a sentir que “su vida no tiene sentido”.
No es una pregunta fácil de responder, obviamente, pero como nos decía San Agustín, requiere que hagamos “turismo interior” para hallar la respuesta que realmente fundamente nuestra vida. Si el sentido de nuestra vida se halla en cosas tangibles o fácilmente perecederas, así de frágil será nuestra vida. En este tiempo de pandemia, donde tantas cosas se nos han hundido, y no sólo la salud y la economía, recuperar ese “turismo interior” que trasciende más allá de lo físico y tangible es una inversión de futuro y garantía de solidez. Podemos empezar ese turismo interior cada día, agradeciendo a quien cada uno quiera: a Dios, a la naturaleza, a la fortuna, a los chacras, a la vida… Cuando agradecemos constantemente lo que nos sucede, cuando saboreamos cada momento, es donde encontramos el sentido de la vida. No es tanto el descubrir el “que” sino el “porque” de ese sentido. Es igual si uno construye coches o entierra muertos o trabaja para mejorar la movilidad de una ciudad o ayuda a las personas a superar la pérdida de un ser querido. La motivación que mueve a esa acción es lo que puede dar sentido a la existencia más allá de lo físico.
La pregunta y la respuesta forman parte de la incesante búsqueda que las personas tenemos y ansiamos. Esconde en lo más profundo de nuestro corazón una fuente inagotable del deseo de amar y de ser amados sin ataduras ni límites. Si lo que mueve nuestra existencia no se encuentra en esa fuente inagotable, puede que construyamos nuestra “persona” sobre unos cimientos frágiles que puede rompernos y dejarnos “sin sentido” cuando surjan las inevitables crisis en nuestra vida.
Es necesario, más que nunca, convertir esta pregunta y su respuesta en una obligación para prevenir que alguien decida acabar con su vida y evitar el terrible impacto que ello produce en el ámbito familiar y en el círculo de amistades.