Llorar constituye una habilidad humana universal, pero llorar cuando estamos triste implica un proceso natural que tiene elementos diferenciadores de cuando lloramos por ejemplo cuando algo nos ha resultado muy gracioso o estamos emocionados por otros motivos diferentes a la pena.
El doctor Frey, indicó que la composición de las lágrimas que se nos caen cuando estamos tristes es diferente. Contienen una serie de hormonas, entre otras la prolactina, que tienen una función de preparar al organismo frente a una amenaza. Hormonas que nuestro organismo arroja al torrente sanguíneo para prepararnos ante dicha amenaza, con la finalidad de afrontarla o bien huir de una situación a la que no podemos hacer frente. Básicamente me refiero a la respuesta de estrés.
Hoy sabemos, que dichas hormonas mantenidas en el organismo durante mucho tiempo, tienen la capacidad de producir daños fisiológicos y mentales.
Llorar, en este contexto, nos libera del exceso de tensión, reduce la presión sanguínea, facilita la distensión muscular, tiene un efecto sedante y antidepresivo, y a todo ello se le suma el hecho de poder eliminar dichas hormonas del estrés.
El llanto pues, cuenta con diferentes e importantes funciones. A las ya citadas a nivel fisiológico se le suman los beneficios a nivel social a través de la comunicación, puesto que llorar es una forma no verbal de pedir ayuda física y emocional en momentos de estrés o sufrimiento e implica poder responder al dolor ajeno mostrando empatía.
Finalmente supone poner en marcha otra funcionalidad excepcional, y es que a través de las lágrimas que expulsamos cuando estamos tristes, podemos elaborar nuestro duelo, dotando de significado a nuestra pérdida.
Se sabe, que los recuerdos producidos en un determinado estado emocional propician la evocación de más recuerdos consonantes con dicho estado emocional. Así, cuando estamos tristes, resulta más fácil evocar más recuerdos que incrementan dicha tristeza o al menos, la mantienen.
De esta manera, al recordar nuestra pérdida facilitamos la actividad en el sistema límbico y más en concreto entre otras estructuras a la amígdala que a su vez activa el hipocampo, que en conjunto vienen a determinar que nuestros recuerdos relativos a la pérdida sean consignados en el lugar adecuado de nuestro cerebro y no se conviertan en el obstáculo que paraliza y destruye a muchas personas en la elaboración de su duelo.
Francisco Rodríguez Laguna
Psicólogo. con formación avanzada en duelo (Modelo Integrativo-Relacional), Máster en Psicopatología y Salud, Experto en trastornos Infanto-Juveniles y en Intervención profesional desde la Perspectiva de Género es socio fundador de la Sociedad española de Suicidiología.