Autor: Daniel J. López Vega, psicólogo sanitario y presidente de Papageno
15 años de lecciones aprendidas en la prevención del suicidio a nivel personal
Los últimos 25 años y algunos más desde que terminé la carrera de psicología pueden ser resumidos en las únicas tres facetas de mi vida que he amado: mi familia, mi “tribu” y mi trabajo. Pronto se cumplirán 15 años desde que accidentalmente empecé a trabajar en la prevención del suicidio. Jamás podré pagar lo que aprendí en estos lustros. Pero todo no ha sido bueno. Hace una década hablar del suicidio, al contrario que ahora donde hacerlo te asegura un espacio en los medios de comunicación a nivel nacional, suponía un verdadero problema que traspasaba lo profesional. En estos años me han acusado de “pesetero”, de “ganarme la vida con el dolor ajeno”, de “arribista”, de “no respetar a los muertos”. He leído y escuchado insultos de carácter personal, algunos poco adecuados para reproducir en este blog. Los he aceptado estoicamente. Muchos de ellos provenían de personas que nunca llegué a conocer y a otras las dejé ir. Incluso, durante años, en una publicación de una página oficial de un cuerpo policial, una de mis intervenciones en la defensa de la visibilidad del suicidio me mereció la catalogación de “persona de baja catadura moral”. Va en la profesión. Hablar en voz alta siempre tiene un precio.
Ahora todo ha cambiado. Sigue siendo complicado encontrar a profesionales formados para acompañar en conductas suicidas porque se relacionan con fenómenos y diagnósticos a los que seguimos dando la espalda: las adicciones, la patología dual, el trastorno límite de la personalidad, el bullying o el acoso laboral. Sin embargo, ahora es fácil encontrar a profesionales y tertulianos bondadosos que nos lanzamos a jugar con las palabras como en una “ruleta rusa” de final fatal: de tabú a la moda, de problema invisible a normalización del problema, de un problema a otro. El ego es lo que tiene. Muchas veces realmente no hablamos del fenómeno, sino de nosotros mismos. En la sociedad del Selfie nada de esto nos parecerá extraño.
Humano o profesional, esa es la cuestión
En la última semana me he enfrentado a lo que seguramente son vairas de las situaciones más duras de mi carrera profesional. Por desgracia eso se está convirtiendo en costumbre y cada semana compite con la anterior en ponerme en mi sitio y entender, a las malas, todo lo que me falta por aprender e ignoro. He vivido varias de esas situaciones en psicología de emergencias donde inevitablemente se te marca el alma. Quizás por ser padre, el acompañamiento de la pérdida de un hijo o una hija, y especialmente cuando es por suicidio, provoca en mí una especial sensibilidad y más cuando ocurre durante la adolescencia. Perderlas a ellas (yo tengo dos hijas) supondría una de las situaciones más dolorosa que yo podría transitar. Un suicidio, especialmente de una persona adolescente, es claramente un fracaso de toda la sociedad y el impacto que produce puede ser devastador.
En la última intervención de este tipo ayer por la mañana (técnicamente se llama posvención a las estrategias dirigidas a acompañar a personas en duelo por suicido), la familia me lo agradeció con una expresión que me he acostumbrado a escuchar pero que me produce cierto efecto paradójico: “Qué bueno que haya personas tan buenas como tú en el mundo”.
En los cursos para sanitarios que imparto desde hace años, siempre me gusta utilizar una frase de la célebre serie sobre medicina “House”. El particular protagonista que emula en el mundo de la medicina, lo que Sherlock Holmes fue en el ámbito detectivesco, realiza la siguiente pregunta con la que te invito al siguiente juego: Qué prefieres, ¿un médico que te coja la mano mientras mueres, u otro que te salve la vida mientras no te mire a la cara?
Ya te habrás dado cuenta de que esta frase esconde realmente una falsa dicotomía o falso dilema porque realmente la solución es quedarse como otras tantas veces en el punto medio. Es decir entre el equilibrio en el conocimiento médico y la bondad que todo profesional debe mostrar si desea llegar a la excelencia. Pero permíteme que utilice esta cuestión para poder extraer lo aprendido ayer durante la mañana. “¿Que soy un profesional (pesetero) o una buena persona?” (Otro falso dilema).
Mientras esperaba para poder intervenir con la familia, escuchaba a las personas concentradas en una plaza como respeto al dolor que la pérdida había provocado en la familia y la comunidad. El hecho había producido un importante impacto social. Por deformación profesional, estuve atento casi durante media hora de todos los detalles que suscitaron la escritura de esta entrada del blog. La mayoría de las opinones que escuché o leí sobre el hecho ocurido, estaban indefectiblemente contaminadas por el impacto emocional provocado por este. El lugar estaba completamente lleno de buenas personas, movidas por querer ayudar, pero sometidas al estrés propio de una emergencia de esa naturaleza y que convierte parte de la ayuda justamente en lo contrario. Recuerda lo ocurrido en Valencia alrededor de la DANA y otros desastres naturales donde mucho del voluntariado cuando funciona de forma desorganizada acaba convirtiéndose en sí en un nuevo problema. Por otro lado, opinar y reaccionar en casos de estrés emocional y sin tener toda la información puede ser lícito, pero no siempre favorece a la resolución de los problemas, ni es responsable.
Profesionalización de la psicología de emergencias
Y ahí, como en otra muchas situaciones de mi experiencia profesional, volví a echar de menos a los profesionales de la psicología de emergencias. Contra toda lógica, en España no existe una especialidad reglada dentro de la psicología que te habilite como profesional en este ámbito. Por lo tanto, si me defino como experto en esta faceta, no soy estricto en el término. Hubo policías, personas afectadas y en duelo, medios de comunicación, gente curiosa, pero ni un solo profesional de la psicología que favoreciera el correcto desarrollo del acto que estaba presenciando o que sirviera de apoyo en primeros auxilios psicológicos a las personas afectadas. Ya me he acostumbrado, pero todavía me encuentro con situaciones que sigo sin comprender. Ante la falta de una solución diferente, las crisis de ansiedad se siguen solucionando con lo que definimos popularmente como “una pastilla debajo de la lengua”, expresión que he escuchado en la resolución de situaciones variadas y en diferentes ámbitos sin que necesariamente siempre sea la opción más costoefectiva. Todo estaba lleno de personas buenas, pero no siempre con el conocimiento necesario para resolver esa situación de forma efectiva, o ,siendo expertos en otros temas, no lo eran en la intervención psicológica en emergencias y desastres.
La bondad y el ego
Marsha Linehan, psicóloga, profesora y responsable del desarrollo de la terapia dialéctica conductual creada en su origen para el tratamiento del Trastorno Límite de la Personalidad que ella misma sufrió, nos dice en uno de sus libros: “Cuando enseño a mis estudiantes graduados –que trabajan con personas complejas y difíciles de tratar con alto riesgo de suicidio– siempre les recuerdo que pueden elegir entre cuidarse a sí mismos o cuidar a sus pacientes, porque no siempre pueden hacer ambas cosas. Si quieren cuidarse a sí mismos, incluso cuando eso pueda significar un posible costo para sus pacientes, les recuerdo que están en la profesión equivocada”.
Es la forma más gráfica que he encontrado para definir lo que creo que es la bondad profesional. Creo que hay que “amar” a las personas a las que se acompaña en la condcuta suicida y su duelo, teniendo en cuenta las características del amor según Fromm (cuidado, respeto, conocimiento y responsabilidad). No debemos permitir que nuestra intervención la maneje nuestro “ego”. La única protagonista es la persona que sufre y tú una herramienta para afrontar su dolor. Yo amo a las personas que acompaño, tanto en las múltiples actividades de carácter altruista en las que participo, como en aquellas en las que recibo una justa remuneración por mi desempeño profesional. Siempre.
Conclusión
Y por terminar, permíteme que te dé un consejo o varios. Todo dependera de quien lea estas palabras y si los aceptas.
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Si nos encontramos en una situación alguna vez de esta gravedad como persona afectada, requiramos que las personas cercanas que nos acompañen emocionalmente sean de nuestra familia o tribu, aquellas que nos aman y validan nuestras emociones. Cuando sean profesionales, contemos con aquellos que lo sean de la psicología de emergencias debidamente formadas y reconocidas. Pidamos ayuda dentro del ámbito de la salud mental pública y reclamemos que esta sea de calidad y con los suficientes recursos para responder a las necesidades. Cuando busquemos profesional de la psicología en el ámbito privado apostemos por aquellos con la debida colegiación y que utilicen métodos testados. La psicología sanitaria o clínica son especialidades. Huyamos de las falsas terapias, la falsa autoayuda o de profesionales sin la debida formación sea cual sea su motivación para ayudar o de actitudes amigables, pero sin mesura.
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Si pertenecemos a alguna administración o tenemos un puesto político, dentro de nuestra responsabilidad ética, busquemos las mejores soluciones, las más costoefectivas, las que se ajustan a la evidencia científica y no las más baratas. Al igual que en otras esferas profesionales de la emergencia, escojamos a los mejores: profesionales especializadas y con la formación adecuada. No nos obvies, ni nos sustituyas.
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Si somos personal voluntario, seamos humildes y recordemos nuestras limitaciones, participando siempre en actividades organizadas por instituciones de reconocido prestigio y dentro de su marco jerárquico y competencial. Siempre que demos nuestra opinión, como dice el proverbio hindú: “que nuestras palabras sean mejor que el silencio”. Nuestro papel es siempre más escuchar que hablar.
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Y, por último, si somos profesionales de la psicología, sintamos con orgullo nuestra profesión, entregando lo mejor de nosotros mismos. Al margen de nuestra libertad para participar en actividades de carácter altruista, la psicología es una actividad profesional, no una actividad voluntarista. La bondad no está reñida con la justa remuneración de las funciones y el desarrollo profesionalizado de la labor que se desarrolla en situaciones de emergencias y desastres.
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