Archivo el julio 29, 2021

El suicidio desde la mirada histórica; orígenes del estigma y el tabú

Tiempo de lectura: 6 minutos

Miguel Guerrero Díaz, psicólogo clínico en SAS.
Coordinador de la Unidad de Salud Mental Comunitaria de Marbella Responsable del Programa de Prevención e Intervención Intensiva en Conducta Suicida Programa Cicerón

La dimensión histórica del suicidio

El conocimiento de la dimensión histórica del suicidio contribuye a la comprensión holística de este fenómeno sumamente complejo. Contamos con cuarenta siglos de historia del suicidio, pero sólo en los dos últimos siglos y medio, ha sido la medicina quien ha reclamado para sí su estudio. Es por esto, por lo que los profesionales no debemos caer en un reduccionismo biomédico como paradigma explicativo de este fenómeno. Otras disciplinas como la filosofía, la ética, la sociología, el evolucionismo, la antropología, las artes, la literatura, los medios de comunicación y por supuesto la historia, que complementan nuestro conocimiento. El concepto y la imagen del suicidio no ha sido la misma a lo largo de la historia, siendo un constructo social modificable, sujeto a las influencias sociales y sobre todo culturales de cada tiempo histórico.

El suicidio en la cultura greco-romana


Es en este momento de la historia donde la muerte voluntaria comienza a ser estigmatizada, denostada y penada. El suicidio era un delito contra el Estado que conllevaba castigos puesto que privaba a la polis (la comunidad) de uno de sus miembros y de su contribución al progreso de esta. Además, era considerada por gran parte de la sociedad griega como un acto impío hacia los dioses. A través de la mitología se asociaron varias emociones consideradas como desencadenantes de la conducta suicida, como son la desesperación, la culpa, la vergüenza, o la propia locura. Ejemplo de estos mitos son el suicidio de Yocasta, Egeo o Áyax. Pero fue el suicidio de Sócrates en el año 399 a.C. el que marcó un hito en la historia de la filosofía de la muerte voluntaria. Su decisión afectó profundamente a sus seguidores. El principal sin duda fue Platón (387-347 a.C.). Éste se posicionó en contra del suicidio argumentando que atentaba contra el Estado y contra los dioses. No obstante, estableció excepciones donde la muerte voluntaria era legítima. Aristóteles (384-322 a.C.) condenó más enérgicamente aún el suicidio. En su obra Ética a Nicómaco, afirma que es un acto de cobardía puesto que el suicida eludía su responsabilidad social y afectaba a terceros.

La civilización romana heredó gran parte de la cultura helena, y del mismo modo existía una prohibición expresa al suicidio, salvo si se obtenía el permiso del censor que «legitimaba» el acto. Una característica del pueblo romano con relación a la muerte voluntaria fue su falta de democratización.

Marco Tulio Cicerón (106-46 a.C.) rechazó la muerte voluntaria haciendo suyos los postulados platónicos, en su obra El sueño de Escipión. Por el contrario, Lucio Anneo Séneca (4 a.C. – 65 d.C.), máximo representante latino del estoicismo y defensor de la ascesis del alma, legitimaba el suicido al considerarlo un acto de valentía y de máxima expresión de libertad humana. La otra gran contribución que nos ha legado Roma fue sin duda su legislación. El Código de Justiniano, obra del emperador bizantino Justiniano (527-565 d.C.), supuso la primera representación legal de una conducta derivada de un estado mental alterado («non compos mentis») y recogía como atenuante en la mente del suicida la perturbación de sus facultades mentales.

Foto de jimmy teoh en Pexels

Las primeras comunidades cristianas

En La Biblia se relatan hasta nueve suicidios sin que exista ni condena ni apología del suicidio. Para los primeros cristianos la muerte voluntaria no estuvo estigmatizada, produciéndose de hecho un fenómeno que alarmó enormemente a los primeros obispos de la Iglesia, el martirio voluntario. Este fenómeno hizo necesario la «invención» de un relato teológico que frenara estos actos, siendo San Agustín de Hipona (354-430 d.C.) quien contribuyó a tal fin. Condenó el suicidio equiparando éste a un homicidio de sí mismo y por ende una clara violación del V mandamiento; no matarás. Para la Iglesia «la vida es propiedad de nuestro Señor y no podemos disponer de ella libremente» por lo que, desde ese momento, el suicidio era un pecado y el suicida un pecador ante Dios. En el Concilio de Arlés (314 d.C.) se condenó formalmente por la Iglesia el suicidio y a cada concilio ecuménico celebrado, más condena y castigo se añadía al suicida, desde la excomunión, hasta la negación de rito, funeral, enterramiento, o sepultura.

El suicidio en la Edad Media

No obstante, fueron la leyes civiles -y no sólo las eclesiásticas- las que marcaron con su extrema violencia el destino de los suicidas. A la suma de la condena eclesiástica, se añadió el rechazo por parte del Estado. El suicida no sólo se era un pecador, sino que se convirtió en un delincuente ante la Ley, merecedor de castigos físicos y sociales extremos. Arrastrar el cuerpo, mutilarlo, clavarle una estaca, enterrarlo en un cruce de caminos, vejarlo o negarle sepultura, son ejemplos de cómo se trataba de aleccionar al pueblo para hacer desistir a quien tuviera ideas suicidas.

La Edad Moderna

El Renacimiento (siglo XV y XVI) supuso un cambio en la mentalidad secular. Si bien la Iglesia persistió en la dura condena moral del suicida, aparecieron un grupo de humanistas filósofos que comenzaron a cuestionar abiertamente las posiciones teológicas sobre el suicidio. Michel de Montaigne (1533- 1592) fue pionero en considerar que el suicidio no podía evaluarse moralmente a partir de dictados divinos, sino que debía ser resultante de una elección personal. En 1608 John Donne escribe Biathanatos, la primera obra en defensa del suicidio en lengua anglosajona, y el ensayo más exhaustivo sobre el suicidio en la edad moderna. A partir de entonces los postulados religiosos fueron progresivamente desplazados por razones seculares, tomando la filosofía el relevo del debate moral acerca de la legitimidad o no del suicidio. Anatomía de la melancolía publicada en 1621 por Robert Burton (primer autor
en proponer el suicidio como resultado de una alteración) supone un hito histórico al considerarse un auténtico precursor de los futuros postulados científicos del siglo XIX.

La patologización del suicidio

En el siglo XVIII, con los avances de la ciencia experimental impulsados por el «movimiento ilustrado» se consiguió paulatinamente la definitiva secularización y descriminalización del suicidio. Sin embargo, quedó ligado a la enfermedad mental y a toda clase de «locura». La psiquiatría alienista representada por Jean Étienne Dominique Esquirol (1772-1840, psiquiatra francés y alumno de P. Pinel) postuló la asociación del suicidio a toda clase de estados clínicos patológicos (delirium agudo, estados delirantes crónicos, monomanías, manías) pese a reconocer que el suicidio, no era una enfermedad mental per se. En el siglo XIX con la llegada del romanticismo el suicidio pierde su carácter peyorativo. Se valoran las motivaciones psicológicas por encima de la ética, se exaltan los sentimientos y se considera el suicidio como un acto de máxima libertad o como expresión de estados de desesperanza. A finales del siglo XIX destacó la figura del sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917) – se puede enlazar con otra entrada.

El suicidio en la actualidad

En la actualidad, desde el esquema biopsicosocial como el propuesto por Van Heeringen en 2001, se proponen una serie de estrategias de intervención, clasificadas en universales (población universal), selectivas (dirigidas a grupos de riesgo) e indicadas (indicadas para personas con conducta suicida expresada). Las principales serían la limitación de acceso a medios letales, la mejora en el acceso a los recursos sanitarios (tanto a atención primaria como, sobre todo, a atención especializada en salud mental), la identificación temprana y el tratamiento de la depresión, el alcoholismo u otros trastornos mentales. Otras medidas de igual importancia son el desarrollo de intervenciones sociosanitarias en grupos vulnerables como jóvenes, mayores y minorías étnicas, así como la concienciación y mejora de competencias para el manejo del suicidio de profesionales sanitarios y no sanitarios (educadores, policías, bomberos, etc.), a través de la formación. Comprender que el suicidio es un fenómeno sociológico e histórico complejo más allá de la patología psiquiátrica y de las fronteras de la atención a la salud mental facilitaría un abordaje integral.


Para ampliar la información puede acceder a: Reflexiones sobre el suicidio desde la mirada histórica – Psicoevidencias – Portal de gestión del conocimiento del Programa de Salud Mental de Andalucía


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